Entre Morena y la nada
No es equivalente un patrimonio incierto que parece engendrado en las sagradas arcas públicas, que vacacionar indolentemente desoyendo los principios transformadores


Que no venga nadie a decir que todo está torcido. Al pan todavía le decimos pan; y al vino lo seguimos llamando vino.
Porque una cosa es ser Sergio Gutiérrez Luna y su mujer —la señora Dato Protegido— y otra distinta es ser un dirigente de partido de extraviados principios.
Aunque, por pereza o vil trampa, se empeñen en etiquetarlos como lo mismo, no son igual.
No es equivalente un patrimonio incierto que parece engendrado en las sagradas arcas públicas, que vacacionar indolentemente desoyendo los principios transformadores.
A los primeros —al diputado chabacanamente trajeado y a su consorte carente de vergüenza— habría que dejarles caer el tonelaje de la ley entera: anticorrupción, enriquecimiento ilícito, lavado de dinero, responsabilidad de servidores públicos. Una lista tan vasta como su exagerado patrimonio.
Quién pompo, pa pronto.
El segundo grupo de personajes —aquí caben Mario Delgado, López Beltrán, Fernández Noroña— aparentan resistir legales bajo la losa de nuestro implacable juicio. Atrapados entre las telarañas de su propio extravío.
Desde noviembre de 2012 —mientras Elba Esther dilapidaba millones en marcas anónimas para la mayoría: Neiman Marcus, Hermès, Diane Von Füstenberg—, los documentos fundacionales del partido guinda ya comenzaban a delimitar su destino y sus estrechos márgenes.
A partir de entonces, iluminados por el trino inicial del tabasqueño originario, el partido erigió muros para separarse del resto: austeridad, reducción de desigualdades, supresión de salarios desmesurados, repudio al derroche. Una guía para los desmemoriados que llegaran a olvidar el camino.
Que el dispendio del Gobierno ofende al pueblo.
Que hay que rechazar el individualismo y el egoísmo neoliberal.
Que desde la altura la calle parece más pequeña, menos dura.
Que el partido no solo busca representar al pueblo, sino ser el pueblo organizado.
Con una delimitación tan precisa de lo que se es y de lo que no se es —la esencia que los aglutina—, los extravíos de ciertos dirigentes resultan tan patentes como deshonrosos.
Pero que ningún opositor eche campanas al vuelo: Morena continúa siendo —por lejos y al día de hoy—, la única opción política para un país desigual.
Convido tres de múltiples razones.
Primero, porque el juicio moral que castiga a los guinda fue autoimpuesto. En los sexenios anteriores —antes de la era Obrador—, los derroches que hoy se condenan eran cotidiano paisaje: lujos, guardarropas, viajes, aviones, casas blancas, la cotidiana majestuosidad de habitar Los Pinos.
La ostentación era comunión diaria.
Fue hasta Andrés Manuel López Obrador que nos habituamos a que los dirigentes vivieran como el meridiano resto; es a partir de él que exigimos que los políticos permanezcan en la justa medianía. Algo de decoro.
Los principios éticos para hacer política impulsados por el retirado Macuspano nos acompañan aún como el eco de su voz.
Por decirlo de otro modo, los dirigentes inmorales de hoy eran, en los tiempos de los otros colores, vulgares ladrones.
Aunque quieran sentenciarlos como lo mismo, no son igual.
Segundo, porque el estado de la decadente oposición mexicana —Alito, Jorge Romero, Samuel García— nos permite reconocer que hoy no hay disyuntiva posible.
Porque la oposición carece, desde la cuna, de aquello que hoy reclama con impostada pureza. Porque los antagonistas a Morena se burlan de que algunos cuadros del partido han extraviado la patria que ellos jamás conocieron.
Tercero, porque los resultados de la última encuesta ingreso-gasto del Inegi y sus mediciones sobre la pobreza multidimensional confirman que la estrategia económica del partido en el poder funciona. Funcionar es un eufemismo: el plan económico del obradorismo es una revolución callada. Más de 13,4 millones de personas han salido de la pobreza gracias a ello.
Toda predicción fue moderada.
Razón poderosa para urgir a los dirigentes a reencontrar el camino y rescatar la virtud.
Así que la oposición no debería relamerse uno solo de sus viejos bigotes: los cuadros jóvenes del partido nos permiten afirmar que el movimiento está lejos de marchitarse. Desorientado, acaso. Que no perdido.
Pero que nadie dude que, ante la pregunta: Andy o Alito, Andy o Jorge Romero, la respuesta es evidente. Hay quienes viven en las sombras y quienes conservan luces que titilan. Entre ellos media el precipicio que separa a los ciegos de los extraviados.
Por lo anteriormente expuesto, a los descarriados morenistas que han trepado a la escalera, hagan favor de descender.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
