No está solo
La existencia de los leales a López Hernández fue evidente en el último Consejo Nacional. Lo que también debería quedar claro es que, si están con Adán, no están con Sheinbaum


—Hay un fusilado que vive.
Lo hizo constar Rodolfo Walsh en Operación Masacre al relatar la historia de un hombre —Juan Carlos Livraga— que resistió a la muerte. Livraga, a quien acusaban de alzarse contra el régimen militar que, en 1955, derrocó a Juan Domingo Perón, sobrevivió.
Al joven que manejaba un autobús y que nunca había participado en política, lo llevaron a un descampado al noroeste de Buenos Aires y le dispararon: sobrevivió.
Las balas le despedazaron la quijada, pero no lo mataron.
Un milagro semejante al de Livraga —aunque torcido y falto de heroísmo— es el que hasta hoy ejecuta Adán Augusto López Hernández, coordinador de la bancada guinda en el Senado. A él también le dispararon con inesquivable precisión: su exsecretario de Seguridad de Tabasco hizo un García Luna. Está acusado de vínculos con el crimen organizado, cuenta con una orden de aprehensión y ficha roja de Interpol.
A López Hernández —que en otra vida fue notario público de Villahermosa, como su padre— ninguna autoridad lo ha acusado de delito alguno. Sin embargo, carga con una prueba imposible. Tan irrealizable que los abogados la llaman prueba diabólica: probar un hecho negativo. Demostrar que no sabía.
Adán debe probar que no vio, que no oyó, que no sabía lo que hacía uno de sus más cercanos colaboradores. Es, en esencia, una tarea inasequible.
En consecuencia —y como hemos visto—, el mejor argumento de Adán Augusto es, en realidad, una torpe forma de incriminación: que durante su gobierno en Tabasco los índices delictivos bajaron de forma notable. Una reducción que suena a pacto. Una defensa escrita por su peor enemigo.
El disparo al Senador ha sido inesquivable y, en términos políticos, mortal.
Adán debería estar acabado, fusilado, muerto.
Milagrosamente, ayer, durante el Consejo Nacional de Morena —convocado de forma extraordinaria a inicios de mes para crear una comisión evaluadora de perfiles dispuestos a sumarse al partido— quedó claro.
Quien fue Secretario de Gobernación en el sexenio obradorista se veía desplazado, pero vivo. Extenuado, pero bien acompañado.
En el Consejo de Morena —ese que abrió con un video de Obrador recordando que solo el pueblo puede salvar al pueblo y que el movimiento no es asunto de un puñado de dirigentes—, bastó que se escuchara el nombre de López Hernández para que un grupo de asistentes rompiera la liturgia con una arenga.
—¡No estás solo!
El pregón suena a burla. Aquello que nació como grito de respaldo a López Obrador cuando el poder intentaba desaforarlo por motivos políticos, hoy se usa para cobijar figuras sobre quienes pesan —fundadas— dudas. Es síntoma de amnesia y degradación.
Que los desmemoriados no seamos nosotros. Hace un par de meses el grito ya había vuelto para resistir el desafuero de un innombrable futbolista.
Abaratar: hacer algo barato o bajar su precio
¿Y a todo esto? ¿Será cierto que Adán no está solo? Porque seguir a un hombre fusilado y con altas probabilidades de morir, exige fe ciega o cálculo frío. Desafía la lógica más elemental de supervivencia.
Exige ponerse al frente del mismísimo fusilado en el paredón.
No es necesario ser muy observador para identificar al núcleo duro de Adán: se trata de quienes estuvieron a su lado durante la campaña, aquellos que obtuvieron beneficios con su ascenso y los youtubers —nada orgánicos— que han crecido como la marea. Cuadros jóvenes a quienes les tocará engullir, sin cuestionamientos, un pejelagarto.
Basta con hacer un breve ejercicio de memoria para ver cómo Adán y los suyos han teñido de sombras el movimiento guinda. Desde la interna —y después también— destacaron por ser los más ostentosos, los más cínicos, los más caros. Brigadas sobredimensionadas, espectaculares por doquier, campañas anticipadas y ríos de dinero que nadie supo explicar.
Visto en retrospectiva, resulta más claro porque Adán Augusto López no podía suceder a Andrés Manuel López Obrador. Era Caín y se decía su hermano.
Por el bien de Morena—y de los millones de mujeres y hombres que en todos los rincones del país confían en el partido— Adán debe ser desterrado. López Hernández no puede representar un movimiento que se dice transformador, distinto, mejor. Palabras tan grandes le estorban.
La retirada de Adán Augusto del escenario político será la muestra de que el obradorismo —y los principios éticos que lo sostienen— es incluso capaz de depurar al hermano de su propio fundador. Hacerlo errante y extranjero en su tierra.
Los grupos políticos dentro de Morena son una realidad; la existencia de los leales a López Hernández fue evidente en el último Consejo Nacional. Lo que también debería quedar claro es que, si están con Adán, no están con Sheinbaum.
Bastante tiene la presidenta en el frente como para cargar, además, con un fusilado: un fusilado que vive.
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