Morena, el partido real vs. el partido ideal
Salvo una sorpresa mayúscula, Sheinbaum irá por ordenar la casa muy gradualmente, por imponer su autoridad de a poco, no por un quinazo


Hay una abierta disputa, al menos en el plano mediático, por el alma, es decir el rumbo, del partido que ha llevado a la primera mujer a la Presidencia de la República. Aunque la protagonizan simpatizantes y no pocos dirigentes, el tema importa a la nación.
El debate incluye a un sector que parece obviar características de Movimiento Regeneración Nacional. No me refiero necesariamente a la singularidad de una fuerza con un líder incontestable, hoy al menos formalmente ausente, sino a las enrevesadas decisiones de este.
Andrés Manuel López Obrador salió del partido de la Revolución Democrática porque algunos sus líderes coquetearon con las reformas del peñismo, sin duda, pero también es cierto que buscaba crear una organización donde nadie le disputara modos, tiempos o invitaciones.
De esa forma, la ruta hacia el 2018 incluyó abrir la puerta a gente que les había combatido —desde un articulado Germán Martínez hasta un profesional en colarse como Manuel Espino, por mencionar a dos expresidentes del PAN; el trauma de no haber hecho los amarres en 2006 bien valía la pena de ahora recoger a todos los que se pudiera, incluidos quienes alucinaban a las fuerzas progresistas.
De entonces a la fecha, llegaron los Eruviel Ávila, los Omar Fayad, los Murat y, desde luego, los Yunes. La nave guinda pletórica de sus presuntas némesis. Si Luis Echeverría no hubiera muerto, en una de esas mandan a Ignacio Ovalle a darle su membresía.
Morena es gente que votó por la reforma educativa de Peña y gente que fue abogada de bancos. Es Manuel Bartlett, de la caída del sistema del 88, y Manuel Velasco del PVEM chiapaneco. Es Pedro Haces y es una lista de expriistas tan larga que no acabaríamos hoy.
Alfonso Durazo fue colosista, fue foxista… ¿Es obradorista? Y juntito a él, viajan en el mismo vagón morenista la ministra con credenciales académicas y la acusada de plagio. Y si alguien quiere alegar que las ministras no son militantes, los acordeones tienen otros datos.
Hasta octubre, al menos formalmente, el conductor del tren morenista decidía en cada estación quién subía a un viaje en el que la noche misma de la elección de 2018 ese maquinista se fue a brindar con los magnates de la televisión, no con los pobres de la Chontalpa.
Ese es el partido real, no el ideal. Y en el relevo sexenal se aceleró la indiscriminada apertura: el fin —lograr supermayorías legislativas— hizo que los medios incluyeran sumar a los Yunes, una dinastía política que puso a prueba la capacidad morenista de tragar sapos. En esas andan.
¿Qué más es Morena? Sí, también es un macizo de millones de mexicanas y mexicanos que esperan una nueva política, un régimen que cumpla las promesas de primero los pobres, una forma distinta de administrar el poder y un ejercicio de gobierno austero y eficiente.
Y algunos de estos de viva voz, y otros muchos de manera silente, ven con preocupación un momento de zozobra caracterizado por un embate con Estados Unidos que encuentra la casa mayoritaria sumida en una rebatinga de posiciones, la voracidad de candidaturas anticipadas, ruidosas revueltas de tinterillos de redes sociales en contra incluso de iniciativas de comunicación pública del gobierno y, desde luego, el desfile de la frivolidad en fiestas de líderes sindicales o en viajes que, se suponía, no eran propios de quienes se juran émulos de la honrada medianía juarista.
No sobra añadir que el resultado en las elecciones en Durango y Veracruz puso en entredicho eso de que Morena es una fuerza invencible, y lo mismo se puede decir de las raquíticas cifras de los adeptos en la elección judicial, encima marcada por abusos y acarreo.
En ese contexto, unos ven la oportunidad para hacer una purga, el momento ideal de que se den por bien pagados las corcholatas que hoy son consideradas como lastres (para empezar, Adán Augusto López Hernández por sus aspiraciones desmedidas en primera e interpósita persona, ya no digamos por su polémica tabasqueña al haber designado como jefe de la policía a un presunto narco).
Esas voces, con tono incluso fraterno, esperan de la presidenta Claudia Sheinbaum el ejercicio de una autoridad política genuina para sacudir el tablero. Pasan por alto, sin embargo, que quizá sea lo único posible sea un cierre de filas antes que una purga.
El obradorismo está amarrado en acuerdos que a lo largo de décadas AMLO forjó. ¿Ya olvidaron quién fue el primer gobernador morenista de Baja California? ¿O, en el otro extremo, cómo fue su relación con los mandatarios de Movimiento Ciudadano de Nuevo León y Jalisco?
San Luis Potosí y Quintana Roo son reclamados por el Verde en la antesala de las elecciones de 2027 y clanes como el de los Monreal podrían pelear entre ellos, no solo resistir la vocación antinepotista de Claudia Sheinbaum, al renovar la gubernatura de Zacatecas.
Y qué decir del Partido del Trabajo, que se dice agraviado por el trato recibido en últimas fechas de sus aliados de tantas batallas.
Más que remover múltiples piezas heredadas o resultado de la interna morenista, reacomodos que necesariamente despertarán apetitos o tensiones, se requiere una señal clara de que la autoridad solo emana de un sitio. Más que cambiar personas, hacer que éstas se alineen.
Es la paradoja de la unidad. Cuando más urge depurar a cuadros que no aportan, más se requiere que nada se salga de control. Salvo una sorpresa mayúscula, Sheinbaum irá por ordenar la casa muy gradualmente, por imponer su autoridad de a poco, no por un quinazo.
Para ello, sin duda, podría ayudarle todo lo que en efecto surja del combate a los criminales. Los expedientes que lleven a la cárcel a narcos, a los huachicoleros de robo a Pemex o los que operan mediante fraudes fiscales, y las mafias de extorsión le servirán para aplacar a los compañeros descarriados. Pero salvo casos aleccionadores, esos políticos no pararán en la cárcel. Morena cargará por un rato con sus Gonzalo N. Santos y sus Maximinos.
El partido ideal no existe. Encima, Morena es uno muy alejado de eso. Hoy quiere poner un filtro a nuevas afiliaciones. Suena a broma. Deberían ampliar la puerta de salida, además de cuidar la de entrada. Mas siendo realistas, necesitan a los Murat para contener a los Jara en Oaxaca, les sirven los Yunes para que Cuitláhuac y Nahle no se despedacen, el grupo Atlacomulco apoya al resistir al Grupo Texcoco, Marina del Pilar sin visa pacta con Jaime Bonilla para bloquear a otros morenistas… ¿Manuel Bartlett visita Palacio Nacional justo cuando la CFE está dando buenas notas? ¿Rubén Rocha va a elegir a su sucesor? Esas son dudas del partido real que es Morena, mismo que descansa en charros sindicales como los del SNTE, o en las fuerzas armadas que se resisten a cooperar en Ayotzinapa o en aclarar su uso de Pegasus.
No hay Morena ideal. Así nació, y quizá pase mucho tiempo antes de que se institucionalice. O quizá sufra balcanización mucho antes de alcanzar la madurez. Pero de que el partido ideal es algo que muchos anhelan, ni duda cabe, aunque sus líderes se vayan a negar a tomar ese toro por los cuernos.
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