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Morena
Columna
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Sheinbaum: el antídoto y el veneno

Claudia concentra en sus manos el poder más copioso que un presidente haya tenido en décadas. No solo el político, sino el operativo: una maquinaria que cubre de punta a punta el país

Sheinbaum visita a las fuerzas armadas en 2024.
Vanessa Romero Rocha

Morena, como partido, se compone de una multitud de militantes creciente y progresiva. Nueve millones, la última vez que me asomé.

Extraño sería que fuera de otra manera. La escalera en espiral que describe los triunfos del partido de Andrés Manuel se eleva hasta perderse en el aire.

En apenas una década —3.700 días— Morena conquistó dos veces la Silla Presidencial, extendió su dominio sobre tres cuartas partes del país de los dieciocho climas y lo pobló con un ejército de soldados.

El partido homónimo de la Virgen crece incontenible como incendio en pastizal.

Lo habitan fieles y traidores: desde Sheinbaum hasta los líderes del partido en las cámaras. Un árbol inmenso con ramas de diverso calado.

Lo que acontece con Morena en lo político se replica en lo territorial. Porque el Gobierno no se agota en los militantes: se sostiene en una vasta maquinaria extendida por todo el país. Funcionarios públicos que —con o sin credencial partidista— sirven al Estado: Fuerzas Armadas, agentes aduanales, policías estatales, municipales, burócratas.

Una red amplísima e invisible que —sin imperiosamente merecerlo— lleva tatuado el sello morenista. Un engranaje que no distingue entre partido y Gobierno. Un aparato operativo que combina lo político con lo gubernamental.

Sheinbaum concentra en sus manos el poder más copioso que un presidente haya tenido en décadas. No solo hablo del político —mayorías legislativas, dominio territorial, legitimidad electoral—, sino también del operativo: una maquinaria estatal que cubre de punta a punta el país entero.

Semejante autoridad arrastra consigo las toxicidades de ambas esferas: las inercias propias de la política mexicana y las deslealtades inmemoriales de la burocracia ejecutora.

Todo ello en un país atravesado por una fatal cartografía: vecinos del imperio y forzoso corredor de toda clase de mercancías. Una coyuntura que distorsiona —sea por plata o sea por plomo— el ejercicio del poder.

Gobernar un país que de por sí parecía ingobernable, le leí a Fernando del Paso.

Incapaz de vaciar el estanque atestado de pirañas, Sheinbaum ha concebido un singular antídoto: una estrategia de desarticulación de redes criminales que opera en dos planos al mismo tiempo. En el de la seguridad pública, que le posibilita pacificar al país; y en el de la política pura y dura que le permite contener las narrativas que vinculan a su partido, en términos fatales, con la criminalidad.

Como estrategia de seguridad publica ya comienza a dar resultados. Semana tras semana, el gabinete de seguridad los expone en la matutina presidencial. No insistiré en las cifras: están a disposición de la opinión pública.

Como estrategia política es igual o más brillante: permite a Sheinbaum exhibir resultados tangibles en el terreno de la seguridad, mientras que neutraliza el desgaste de cargar con aliados tóxicos dentro de su propio partido. Léase Adán, apellídese Monreal o hágase llamar Noroña: figuras que alguna vez aspiraron a ser continuidad, pero que el pueblo sabio apartó del camino.

Solo los invidentes no advirtieron, desde la precampaña, que Monreal era hombre muerto y que Adán cargaba una herida fatal con eco de retintines. Caso aparte fue Noroña, que en aquel momento mereció honorable distinción.

Me distraje, pero regreso. En esa jugada a dos bandas —la desarticulación de redes de macro criminalidad con fines diversos—, Sheinbaum Pardo administra la violencia en el país y la proyecta al interior de su movimiento.

Además, le permite atemperar el inevitable desgaste que provoca gobernar.

Ese doble play ilumina la vida interna de Morena. Allí conviven, de manera evidente, al menos dos grupos. Por un lado, el de Sheinbaum que encarna el presente y proyecta el futuro. Por el otro, las ovejas negras, cuya sola existencia, contamina el presente y no permite imaginar un perfecto porvenir.

Por mucho que las astutas ovejas balen con fuerza el nombre de la Presidenta.

La apuesta es clara: que sea el primer grupo, y no el segundo, quien prolongue en el tiempo su mando sobre el país.

La estrategia funciona también como blindaje frente a corruptos ajenos y bribones del exterior. Cada golpe de pacificación es —al tiempo— un ejercicio de contraste.

Para el veneno, Sheinbaum tiene antídoto: poderosos resultados engendra la inteligencia cuando se entrevera con la convicción.

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Sobre la firma

Vanessa Romero Rocha
Es abogada y escritora. Colaboradora en EL PAÍS y otros medios en México y el extranjero. Se especializa en análisis de temas políticos, legales y relacionados con la justicia. Es abogada y máster por la Escuela Libre de Derecho y por la University College London.
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