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Tribuna
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Siempre será un hasta pronto

Seis años de una mirada sobre el México que se encamina hacia la modernidad entre logros y dificultades

Elecciones México: Claudia Sheinbaum recibe el bastón de mando del presidente Andrés Manuel López Obrador
Carmen Morán Breña

Esta es una entrega de la newsletter semanal de México, que puede seguirse gratuitamente en este enlace

La lluvia incesante en Ciudad de México derribó hace un mes la estatua de Felipe Calderón en la calzada de los Presidentes de Los Pinos, antaño residencia oficial de los mandatarios mexicanos. Además de algunos chistes (ese árbol se merece una estatua), la imagen del basamento de mármol pelón evoca el derrocamiento natural de una época, la que constituyeron los últimos turnos del PRI y del PAN, sustituidos hoy por los llamados, pretenciosamente, gobiernos de la Cuarta Transformación, un conglomerado de ideologías donde la izquierda saca la cabeza. Algo está cambiando en México, lenta pero quizá inexorablemente. Servidora acababa de llegar a este país hace justo seis años y el taxista se quejaba de Andrés Manuel López Obrador: había que transformar México, reconocía, pero ese gobierno era un desastre. El Peje, como llamaban al tabasqueño, no llevaba en el cargo ni media hora y un país no cambia en cuatro días ni en un sexenio. Este lunes, su sucesora, Claudia Sheinbaum, ha presentado el primer informe anual de Gobierno, donde se ha destacado la reducción de la violencia, el gran drama de un país en el que asesinan a un promedio de 66 personas al día. Pero aún tiene que llover, tiene que llover mucho, a cántaros, para que no solo caigan las estatuas, sino las viejas mañas de corrupción de un país en camino.

Este lunes comenzaba el curso y desde mi ventana se oía a los escolares entonar el himno nacional con trompetas y tambores, rindiendo honores al lábaro patrio, una palabra que aprendí aquí, donde los niños la conocen desde que empiezan a escribir. La letra de una patria siempre asediada se la sabe todo el mundo y los mexicanos se unen al grito de guerra bajo los colores de su bandera, que estos días cuelga de todas partes para celebrar la independencia de la Corte española. Es el mismo himno que cantaron los senadores el jueves pasado antes de agarrarse a puñetazos en la tribuna, en una vergonzosa imagen que pone de manifiesto el peor de los males: el enemigo está dentro, encarnado en una violencia machista y clasista, en una corrupción que no cede. Además de honrar a su bandera, ¿les enseñan a los estudiantes a defenderla aplicándose la ética a sí mismos en lugar de criticar la de los políticos en la cantina? Quién sabe.

En este sexenio pasado y lo que va del actual, la mejor noticia ha sido la reducción de la pobreza multidimensional, es decir, la que no solo mide la economía, sino el acceso a servicios básicos. De los casi 47 millones de personas que vivían esos estragos, 8,3 millones superaron las carencias. Que aún quede mucho por hacer no puede impedir que se celebren los logros más dignos de aplauso. Y otro de ellos fue el aumento del salario mínimo, algo que no ocurría desde hacía 40 años. La pobreza y la violencia se trenzan como el pelo precioso de las mexicanas: erradicar la una combate la otra. A la espera de que solidifique el Estado del bienestar, bienvenidas también las ayudas sociales, esas que se tachan de asistenciales, pero que permiten a millones de familias comer mejor, vestir mejor, celebrar sus fiestas con desahogo, en definitiva, vivir mejor. Sí, señor taxista, hay cosas que han cambiado para bien.

México sigue teniendo capítulos de bandidos de Río Frío, con asaltos a trenes de mercancías, cárceles llenas de inocentes, linchamientos, periodistas asesinados y un sistema sindical que habría que destruir desde su raíz y con él a personajes que dicen defender a los obreros desde la altura de su helicóptero, mientras se felicitan los cumpleaños con lujosas mañanitas donde relumbran ostentosos relojes y bolsos de infame gusto. Sindicalistas que son senadores o senadores que se dicen sindicalistas.

Pero también están echando a andar trenes de pasajeros que un día sucumbieron a la voracidad neoliberal; la capital ha inaugurado un nuevo aeropuerto, todavía incompleto, sí, pero que ha permitido que vuelen las aves de nuevo en el espacio de alta riqueza natural donde se había proyectado el anterior. A quienes critican los destrozos que ha dejado el trazado del Tren Maya, debería alegrarles que Texcoco haya recuperado su belleza verde y su fauna lacustre. ¿O no? Tímidos pasos hacia las energías limpias deben encaminarse en este sexenio a un panorama distinto que ponga al país al frente de un continente latinoamericano en la lucha contra el cambio climático: los fenómenos naturales extremos bajo los que colapsan las poblaciones lo están pidiendo a gritos.

El 7 de septiembre de 2021, una decisión histórica de la Suprema Corte, tan vilipendiada y acosada después, despenalizó el aborto en México y el potente movimiento feminista no quita el dedo del renglón para que se atienda la inmensa masacre humana que deja 10 mujeres asesinadas al día, otro promedio intolerable que la población ha naturalizado, y las instituciones, empezando por la policía y acabando en los tribunales, no están a la altura. Los taxistas suelen preguntar al extranjero al que delata su acento qué tal se vive en México. Muy bien, un paraíso, suelo contestar yo, si no fuera por tanta violencia. “Ah, bueno, pero eso es en todas partes, ¿no?”. Pues no. Mal podrán los mexicanos combatir las pistolas y los crímenes de género si no tienen claro el diagnóstico.

No siempre son políticas sustantivas las que vienen a cambiar las cosas, también las ideas repetidas ayudan a ello. La llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia trajo consigo dos consignas que México no debería olvidar: los pobres deben ir primero en los esfuerzos gubernamentales y la austeridad, la famosa justa medianía, instalarse para siempre en la clase política como ejemplo para todos. El populista presidente, tan querido por su pueblo, dio muestras de ello viviendo y viajando con sencillez, aunque no lograra deshacerse del avión presidencial que quiso vender en una suerte de extravagante lotería que dejó capítulos hilarantes. Su sucesora es también una mujer sencilla que puede regañar sin miramientos a quienes entre los suyos rompen con ese principio, y no son pocos los que venden la patria y su petrolera nacional por unos estúpidos lujos de telenovela.

Claudia Sheinbaum está leyendo su informe del primer año de gobierno de la primera mujer en el Gobierno cuando se redactan las líneas de este boletín semanal que será el último por mi parte, queridos lectores y lectoras. Seis años después de mi llegada he visitado 29 de los 32 Estados de la República; he pernoctado en los más pobres hoteles de la sierra de Guerrero y en los mejores de la laguna de Bacalar; he compartido tamales de la Candelaria en humildes casas de amigos de los barrios más miserables de la capital, donde las noches tienen su toque de queda autoimpuesto y he paseado por las colonias más ricas sin miedo, disfrutando también del México próspero que debe extender su bienestar a todas las periferias; he gozado la mística del desierto y la naturaleza exuberante del sur; me he relamido como pocos con la mestiza gastronomía, también desde los puestos callejeros a los altos restaurantes, con los mercados irrepetibles donde se desbordan los frutos y las flores de un país sin igual; he sufrido algunos abusos policiales y atesorado la amabilidad de un pueblo que sabe querer a propios y extraños; he bailado en bodas y enterrado a algún amigo. He tratado, por último, de dejar en las páginas de este periódico la mirada nueva sobre un lugar y el criterio de mi mejor voluntad periodística sobre el devenir de una nación que se abre paso, no sin dificultades externas e internas, en la senda de la modernidad y el bienestar. Si lo he conseguido o no, ustedes tienen la última palabra. Estas, humildes, son las mías. Siempre será un hasta pronto.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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