La nueva Suprema Corte se encomienda a Quetzalcóatl
Los primeros ministros electos en las urnas participan en una ceremonia para recibir el bastón de mando de comunidades indígenas de México

El olor del copal flotaba en el escenario, una neblina de humo blanco difuminaba los cuerpos, el pitido de las caracolas sonaba como la voz de las montañas. Representantes de pueblos originarios, vestimentas indígenas, voces en lenguas ancestrales. Menciones a Quetzalcóatl y a Tonantzin, deidades aztecas, y al sol, a la luna, a la tierra, a los ancestros, a los naguales. Dicen que también se apareció revoloteando un colibrí, que simboliza la esperanza, un mejor porvenir. Todo eso que recuerda a la historia más antigua, al México antes de ser México, pero también al México del PRI, fue recuperado del pasado y sobrepuesto en el Zócalo de Ciudad de México, en un escenario por el que desfilaron los nuevos togados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), electos por voto popular en los comicios judiciales de junio. El oficialismo dispuso toda una liturgia con aires tradicionales para que los ministros electos recibieran bastones de mando de comunidades indígenas, para representar la legitimidad popular con la que inicia esta nueva época del Supremo.
La figura central del insólito evento ha sido Hugo Aguilar Ortiz, abogado indígena nacido en Oaxaca, que presidirá la Corte durante los siguientes dos años, al ser el candidato más votado en la elección judicial, gracias al respaldo de Morena, el partido en el Gobierno. Es la segunda vez, en los dos siglos de historia del alto tribunal, que un indígena oaxaqueño encabezará el Supremo, después de Benito Juárez, figura central en el credo político del izquierdista Andrés Manuel López Obrador, fundador de Morena y gran arquitecto de la reforma judicial. “Los pueblos indígenas somos la raíz más profunda de México, somos el antecedente más lejano de estas tierras”, ha dicho Aguilar tras recibir el bastón de mando que le entregó Martha Bautista, alcaldesa de San Agustín Tlacotepec, el municipio donde nació el abogado mixe. “Sin la reforma judicial, los pueblos indígenas no tendríamos la presencia que hoy estamos teniendo en la vida pública de nuestro país”, ha destacado el jurista. Bautista le ha dicho: “Todo nuestro poder para usted. No importando diferencias, no importando que algunos seamos prietitos y otros güeritos, pero que la justicia llegue a todos por igual”.

La política ha irrumpido de lleno en la judicatura. El público, conformado por grupos indígenas de Oaxaca, Michoacán, Puebla, Veracruz, ha aplaudido a los abogados que esta noche ya despacharán como ministros (solo no asistió Arístides Guerrero, que sufrió un accidente de tránsito hace unas semanas). Para Aguilar, los mayores vítores. “¡Es un honor estar con Hugo hoy!” (una reedición del tradicional grito de guerra de los morenistas: “¡Es un honor estar con Obrador!”); “¡Hugo, hermano, el pueblo te da la mano!”; “¡Hugo (que no Zapata) vive, la lucha sigue!”. También hubo apoyo a Lenia Batres, la segunda candidata más votada en los comicios judiciales. “¡Ministra del pueblo, ministra del pueblo!”, le lanzaban. Todos: “¡Sí se pudo, sí se pudo!”. Los aguerridos integrantes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de Atenco (Estado de México), desenfundaron sus machetes y los hicieron chocar como para procrear el fuego con el filo de las hojas. Por ahí llegaron también los gobernadores de Oaxaca, Salomón Jara, y de Puebla, Alejandro Armenta, ambos de Morena, armando alharaca con música de banda y bailarines para hacer notar que su apoyo sí se ve.
Aguilar, que se ha mandado hacer una toga con bordados tradicionales, ha señalado que la reforma judicial “se logró gracias a los aires de cambio, a los esfuerzos de transformación que corren por nuestra patria”, una referencia al movimiento de López Obrador y a la Administración de Claudia Sheinbaum. El jurista oaxaqueño ha criticado que el Poder Judicial había llegado a un punto de “tonos y matices lamentables y desastrosos”, y que “eso animó la reforma judicial”. “Por eso, los ministros que hoy integramos la nueva Suprema Corte tenemos un mandato claro: sanear el Poder Judicial de la federación y de las entidades federativas, sanear la Suprema Corte; se van a acabar la corrupción, el nepotismo, la deshonestidad”, ha asegurado. Y, como funcionario surgido de las urnas, Aguilar ha lanzado una promesa de político: “El voto que depositaron en la urna va a tener resultados. Tengan la confianza de que a partir de hoy vamos a trabajar incansablemente por un nuevo modelo de justicia, una justicia que mire hacia abajo, que destine los recursos, los esfuerzos y la inteligencia para hacer justicia a todos aquellos que habían quedado excluidos del aparato judicial”.

Teresa de Jesús Ríos, la mujer indígena que ha dirigido la limpia espiritual de los ministros, llama por accidente a Aguilar “presidente supremo”, y corrige: “presidente de la Suprema Corte”. Pide a los juristas y al público girar hacia a los puntos cardinales. Primero al este, por “donde sale nuestro padre sol”, “creador y dador de vida”, la “casa de la sabiduría, de la fuerza, del entendimiento, del poder, de un nuevo amanecer”; al oeste, “la casa de la abuela luna, de las mujeres guerreras”, que “cuando llega la noche es la casa del descanso”. Cuando la maestra de ceremonias pide girar al norte, hay confusión y risas porque los asistentes se confunden de dirección, como en un baile desafinado. El norte, ese que no se sabe dónde está, es “la casa de donde vienen las lluvias, los fuertes vientos, la comunicación”, dice la mujer; al final, el sur: “la casa del colibrí, de la medicina, donde termina todo odio, todo resentimiento, todo enojo, y también sanamos y perdonamos”. Con esa “curación cósmica”, la mujer pide a todos hincarse y pedir perdón a “la madre Tonantzin” por la destrucción del ambiente y la contaminación. Luego pide alzar las manos hacia el sol, a “nuestro gran Quetzalcóatl”.
“Este cambio ya era necesario, ya era justo para nuestros pueblos”, dice la encargada de la purificación. Muchos de quienes han asistido al ungimiento de los ministros ven un espejo en Aguilar. “Va a haber un cambio porque lo eligió el pueblo, no como antes, que el PRI y el PAN ponía a los ministros y ellos se pasaban el cargo con sus familiares”, dice Conrado Loaeza, paisano de Aguilar. Bertha Ledesma, habitante de Atenco, lanza críticas a los togados que recién han dejado el cargo. “Nunca nos hicieron caso, veníamos a pedir que nos apoyaran, pero no lo hicieron. Ellos estuvieron en lo alto y nunca vieron abajo”, acusa. Juanita López, también oaxaqueña, espera que la judicatura priorice la revisión de los casos de indígenas injustamente encarcelados. “Hugo nos ayudará porque él es como nosotros”, dice. No todas son buenas expectativas. Edith Aquino, de Guerrero, una vendedora informal de artesanías que se manifestaba en el Zócalo, se ha quejado de que ninguno de los acompañantes de Aguilar se haya detenido a apoyarle. “Pasaron varios pseudoindígenas, que se visten bonito, se rozan con grandes gentes y ni voltearon a vernos. Son iguales que sus antecesores”, reclama.

La oficial de la purificación ruega a “los guardianes del universo”, a “las deidades”, a “los abuelos” y a “los ancestros” que, a partir de ahora, “las leyes sean para el bien de todo México y de todos los que acudan a ustedes”, dice dirigiéndose a los togados electos. “Pedimos a los naguales que guíen a nuestros hermanos ministros”, pide. Hay decenas de lenguas originarias en México. Lo indígena no es monolítico ni universal. En la ceremonia ha habido representantes mazatecos, otomíes, mixtecos, wixárikas, zapotecos, mazahuas y mayas, algunas de las etnias más representativas del país. Uno de los líderes indígenas que entregó un bastón de mando dice a los juristas: “Que Dios los bendiga hoy y siempre”. La cultura es flexible y en ella todo cabe y confluye. La política es un bolso aún más grande, más profundo.
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