Desayuno incluido
En su frivolidad, Andrés López Beltrán, a quienes todos llaman ‘Andy’ defiende gastar miles de pesos en un hotel porque estaba “incluido el desayuno”


Las sucesiones son complejas, difíciles. Más aún si se trata de herencias porque ese es el detonante de pleitos y distancias. Las herencias políticas son iguales: generan encono, sospecha, desilusión en unos y satisfacción en otros. La institucionalización de los partidos políticos, por ejemplo, ha permitido que los mandos circulen de una forma que no implique “la herencia”, el nombramiento sucesorio.
Morena es un partido nuevo y nunca se dio tiempo, o simplemente no quiso dejar en claro sus procedimientos, las formas de repartir el poder y participar. Por eso ahora es un desastre. Todo dependía de la decisión de un solo hombre, Andrés Manuel López Obrador. Él decidía, él señalaba, él premiaba, él castigaba. Él daba el poder y lo quitaba, elevaba a unos, decapitaba a otros. Antes de irse les dejó la trampa de la división, el veneno servido en platos: el poder no sería nada más para Claudia Sheinbaum—eso nada más fue para él— estaría repartido entre sus más leales, unos sería contrapeso del otro y todos de la presidenta.
Más aún, para que no hubiera problema ni grillas sucesorias, nombró a su hijo consentido, a quien todos llaman Andy, como segundo al mando en el partido, lo que todos entendieron como la llegada del sucesor. El padre le puso la corona al hijo.
Las grillas entre los leales tenían un tope: el heredero. Andy creció políticamente como un mito. Se nos vendía a un tipo de una discreción total al tiempo que era quien movía todos los hilos. “Las cosas se tienen que ver con Andy”, “lo importante pasa por Andy”, “él es el consentido, al que consulta”.
En fin, que Andy era discreto, sí, pero también una suerte de político talentoso, que tenía el olfato político del padre y que se había forjado en las batallas y enseñanzas de su progenitor. De los otros hijos se decía poco: uno fue a trabajar a un equipo de beisbol (ahora parece que está en un grupo financiero) y el otro metido en escandalitos de poca monta resultaba la víctima de los ataques opositores mientras Andy desplegaba otra de sus supuestas características: un tipo habilísimo para los negocios, un empresario nato.
Se sabe: las luces son un problema. Quien vivía en la oscuridad se siente incómodo con ellas. Las luces revelan a la persona. A quien pensábamos inteligente, resulta torpe y escurridizo; a quien creíamos limitado lo encontramos talentoso y audaz. La luz clarifica. Esto ha resultado un drama para Andy. No le conocíamos la voz, mucho menos las ideas. Su coronación ha resultado en una enorme decepción para algunos y una felicidad para muchos, pues, deshacerse del heredero está resultando facilísimo. Cada vez que abre la boca se mete en problemas y por escrito es peor.
Es propio de las sucesiones, de las herencias políticas que terminen en tragedia. Si eso pasa en la realeza o en las empresas que se supone tienen capacidad para resistir, en el caso de una aventura populista-familiar, el resultado es grotesco. El hijo ha resultado lo que denunciaba el padre: un junior, un tipo extraviado en el poder y en el exceso. El pobre hombre publicó una carta en la que se queja de haber trabajado mucho —no lleva ni un año en el cargo—, alega que lo mandan espiar a Japón y que está dispuesto a pagar su “cuota de humillación”. En su frivolidad, defiende gastar miles de pesos en un hotel porque estaba “incluido el desayuno”. Sería de risa, pero es dramático: el señor no sabe dónde está parado, ni de qué se trata su país.
Claro que todos en Morena defienden al heredero. Saben que tienen que hacerlo, pero ya no les cuesta, saben que cada vez que se asoma, se hunde más. Lo que sus adversarios internos pensaban que sería una lucha imposible, se ha convertido en un paseo. Con el desayuno incluido, por supuesto.
@juanizavala
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