Israel Vallarta, segunda vida
El preso más famoso de México sale en libertad casi 20 años después de quedar atrapado en un montaje policial y jurídico sin garantías ni sentencia


Duele todavía ver las imágenes en las que un policía atenaza el cuello de Israel Vallarta mientras lo enfrenta a las cámaras de televisión, interrogado por un secuestro del que se le acusa. Con la cabeza gacha, apenas esboza unas palabras y si se consideran incorrectas, el policía le aprieta las cervicales. Con signos de tortura evidentes, el hombre se encoge de dolor. México entero observó atónito en directo, desde sus casas, la supuesta resolución de un caso criminal que acabaría con el joven y su novia, la francesa Florence Cassez, entre rejas. Aquel 8 de diciembre de 2005, un montaje televisivo daba inicio a una de las historias policiales más rocambolescas y perversas que hayan conocido los tribunales mexicanos. Vallarta entró en prisión en silencio y ha salido hablando como un abogado. “Se van a conocer muchas verdades y habrá consecuencias para los responsables. Yo siempre fui inocente”. Entró con 35 años y ha salido con 55 y una cara de felicidad que solo dejó escapar unas lágrimas al recordar a sus padres, muertos mientras él penaba en el Altiplano, una cárcel de alta seguridad donde también ha estado encerrado su verdugo, Luis Cárdenas Palomino, por torturas. Entró con una novia y ha salido para abrazar a su nueva esposa, a quien conoció en prisión y entregó un anillo de papel que sellaba su compromiso. Entró como un villano y ha salido prácticamente como un héroe.
La primera vida de Vallarta era la de un joven que se desempeñó en varios negocios hasta asentarse en el de la familia, la compra venta de vehículos. De aspecto atractivo, tuvo cuatro matrimonios y dos hijos con los que ahora trata de armar el puzle de una vida interrumpida una mañana en la que él mismo pareció haber sido secuestrado. Fue detenido por las fuerzas del orden, que acabaron acusándole del secuestro de seis personas, de delincuencia organizada en un grupo conocido como los Zodiacos y de portar armas de uso exclusivo del Ejército, esas que en México los propios agentes han sembrado en más de una ocasión para disponer de pruebas acusatorias. Solo el año pasado, tras 19 años de prisión, se cerró la instrucción del proceso penal y una nueva jueza, Mariana Vieyra Valdez, agarró este enero los miles de papeles que contaban lo ocurrido y ha dictado sentencia absolutoria porque no encuentra pruebas para la condena.
La Fiscalía tiene cinco días para recurrir y también las víctimas, de las que dos de ellas han estado siempre muy activas, cuenta la abogada del caso, Sofía de Robina. Parece difícil que habiendo confirmado públicamente el fiscal general de la República, Alejandro Gertz Manero, las torturas a que fue sometido Vallarta antes de declararse culpable -algo que no ratificó después ante ningún juez-, ahora la Fiscalía recurra el caso, pero De Robina no tiene la certeza absoluta, habida cuenta, explica, de que ha sido la propia Fiscalía “la que se ha negado una y otra vez a ir cerrando el proceso”, razón por la cual un reo sin sentencia ha estado casi 20 años en la cárcel. De cualquier modo, si se presenta recurso, Vallarta lo seguirá desde su domicilio, comiendo esos caldos caseros que tanto le gustaban. Para cerrar el asunto jurídico, cabe añadir que es el propio excarcelado, como ha reconocido la jueza, quien ahora tiene derecho a solicitar al Estado una reparación por las torturas recibidas, notorias, porque se produjeron prácticamente a la vista de todo el país, y sobre las que se ha pronunciado el Comité contra la Tortura de la ONU. “Tiene que decidir si reclama esa reparación, está en su derecho, lo iremos viendo”, dice la abogada. Y él mismo, al teléfono con este periódico, expresó su deseo de que la Fiscalía siga sacando a la luz las irregularidades del proceso, que no fueron pocas.
En la mañana de aquel 8 de diciembre, la misma imagen del hombre con la cara hinchada y andares penosos, pero esta vez al lado su novia, Florence Cassez, también con la mirada baja y el cabello rojo desmadejado, ahuyentando el frío con una manta oscura, la cara pálida. Las investigaciones dejaron a la luz que habían sido arrestados el día de antes y trasladados al rancho Las Chinitas, donde estaban secuestradas tres personas, para dar inicio al montaje televisivo del exitoso arresto. Aquellos periodistas de Televisa ganaban una exclusiva atómica y el jefe de la Agencia Federal de Investigación, Genaro García Luna, una medalla por su destreza para desarticular redes delictivas y poner entre rejas a los culpables, con las indisimuladas torturas de uno de sus hombres más oscuros, el citado Cárdenas Palomino. Con el andar de los años, que Vallarta tachaba día a día, casi nadie tiene dudas ya de que su proceso quedará como ejemplo de las más aberrantes prácticas incriminatorias, que invalidarían la condena aunque se tratara de un culpable. Si todavía hubiera sospechas de ello, quedaron apagadas por la nula ética de los dos policías protagonistas, primeros actores de esta y otras siniestras películas que les han llevado a la cárcel, al primero por sus relaciones con el crimen organizado y al segundo por torturas. De todo ello dan cuenta numerosos reportajes, el libro del escritor Jorge Volpi titulado Una novela criminal y una serie documental de Netflix con numerosos testimonios de altura. Tal ha sido la atracción que despertó esta historia desde el primer día.

Atravesado como pocos por la política, hubo unos años en que este disparatado caso tomó el nombre de la novia encarcelada, Florence Cassez, y no era para menos. El mismísimo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, se metió de lleno en el asunto y se desencadenó un conflicto diplomático de primer orden, que él mismo menciona en su libro de memorias. El más grande de Francia se enfrentó a las claras con el mexicano Felipe Calderón, que heredaba el cenagal de su antecesor, Vicente Fox. De visita en México en 2009, Sarkozy mencionó a Calderón el nombre de Florence Cassez, por cuyo destino ya se había interesado en una misiva, y recibió tan violenta respuesta, cuenta en su libro, que le dejó de piedra y aterrorizó a la primera dama francesa, Carla Bruni. Calderón no acudió al año de México en París, en 2011, y Sarkozy aprovechó las más de 300 actividades programadas para recordar a su paisana encarcelada en todas y cada una de ellas. A la desventurada Florence, aquella siniestra aventura le costó ocho años de cárcel, pero Francia acabó por librarla de los barrotes en enero de 2013 y hoy vive en su país. A Israel todavía le faltaban 4.591 días comiendo mal, recibiendo reveses judiciales y sufriendo patologías derivadas de las torturas y del penoso alojamiento carcelario.
La política no fue solo cosa de Francia. El propio México inició en el calderonismo un feroz periodo de lucha contra el crimen que dejó muchos civiles muertos y quién sabe cuántos inocentes encarcelados. Vallarta puede incluirse entre aquellas víctimas de un proceder policial desprovisto de limpieza que arremetía contra los derechos humanos sin despeinarse, en busca de reconocimiento público por las proezas frente al delito y los delincuentes. La actitud de la Fiscalía hasta ayer mismo le hace pensar a la abogada De Robina que aquellos tiempos no han acabado de cerrarse del todo, dice. En la actualidad, un 25% de los hombres y un 22% de las mujeres con dos o más años encarcelados en México aún no tienen sentencia. Son miles. Entre ellos, un hermano y un sobrino de Israel, cuyos procesos, con la misma raíz, se llevan por separado.
La nueva vida de Israel
En estas primeras horas de su nueva vida, Vallarta, que apenas sabe manejar un teléfono móvil, cuenta la abogada, se entretiene mirando su rostro en el espejo, objeto cotidiano que no tenía en la celda, apenas unas láminas metálicas les devuelven a los presos su imagen para no cortarse en el afeitado. ¿Qué ve un hombre en ese rostro de pelo canoso y ralo que un día fue negro y tupido? ¿Quién es la persona que hoy tiene 55 años y que le abandonó a los 35? Por ahora, el espejo no refleja más que preguntas sin respuestas. Tiene que ir armando su vida, al lado de la familia, ha contado a este periódico por teléfono al salir libre. Disfrutando de nuevas comidas, paseos con los hijos, siempre al lado de su inseparable Mary, la esposa que no ha dejado de visitar el penal por muchos años y que este viernes, con las lágrimas ya secadas, le esperaba a la salida. Aquella a la que un día, el preso más famoso de México, le puso un anillo de papel.

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