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Croquetas para despertar la conciencia de los diputados

Cristina Romero se convirtió en activista al saber que se tiraban las sobras del colegio de su hijo y ha impulsado dos leyes contra el desperdicio

La activista contra el desperdicio Cristina Romero en el comedor de la escuela Dolors Monserdà-Santapau, de Barcelona, en una foto de archivo.

“Hay que ponerse”. Cristina Romero escogió a propósito una camiseta con este lema para llevarla el 19 de octubre de 2016, cuando voló a Madrid desde Olot (Girona), donde vive y trabaja esta comercial de ventas de 47 años, para plantarse a las puertas del Congreso. Una vez allí, ella y la chef Ada Parellada, dueña del restaurante Semproniana de Barcelona, empezaron a repartir croquetas entre los diputados y todo aquel que pasaba por delante del edificio. Las habían preparado con sobras de pollo procedentes de un comedor escolar con la idea de concienciar a los políticos contra el desperdicio. “Volaban, todos querían probarlas”, recuerda la cocinera con una sonrisa.

Al Parlamento también llevaron las 225.000 firmas recogidas hasta entonces en el portal Change.org para solicitar que el Ministerio de Sanidad y el resto de instituciones afectadas acabaran con las leyes “que permiten tirar la comida sobrante de los comedores escolares”.

Fueron unas judías verdes las que despertaron la conciencia de Cristina Romero. Cuando su hijo Jan Albert tenía ocho años, hace ya una década, un día le contó que había visto a un compañero tirarlas a la basura del comedor de su escuela. Ella decidió sumergirse en las normas del Ministerio de Sanidad para ver qué se podía hacer y fue entonces cuando descubrió que la ley prohibía recuperar las sobras que quedaban en los platos, con un matiz: lo que no salía de la cocina se podía reaprovechar. Se puso en contacto con la concesionaria del comedor y el resultado fue una reducción del despilfarro de alimentos del 90% en este colegio. “Fue mi primera victoria”, afirma Romero, que entonces era una agente inmobiliaria.

Así fue como se convirtió en una Erin Brockovich a la española. Como la asistente legal estadounidense que denunció la contaminación del suministro de agua de su pueblo, en California (y cuya vida inspiró una película con su nombre, en 2000, interpretada por Julia Roberts y dirigida por Steven Soderbergh), Romero no se quedó plantada en la acera de la Carrera de los Jerónimos. Como Brockovich, que se reunía con los congresistas para hacerles llegar sus propuestas, ella también llamó a la puerta de los políticos.

En el Congreso consiguió una cita con la entonces presidenta de la Cámara, Ana Pastor, del Partido Popular (PP). La reunión, a la que también asistió la cocinera Perellada, duró media hora y, cuando se despedían, Pastor, que antes había sido ministra de Sanidad (2002-2004), le regaló una guía sobre aprovechamiento de alimentos publicada por el Ministerio de Agricultura. La política popular, que ahora trabaja en el sector privado, describe a la activista como una persona “con mucha sensibilidad social”.

Romero salió de aquella reunión con el convencimiento de que, si había conseguido llegar hasta el corazón del Congreso, también podría llamar a las puertas de otras instituciones y de partidos políticos. “Nos reunimos en Barcelona con el PSOE”, recuerda. Aquellos encuentros convirtieron a esta activista en una de las impulsoras de dos leyes contra el desperdicio, la de Cataluña, aprobada en 2020, y la ley nacional, de 2025.

Ocho años después de la reunión entre Romero y Pastor, el Congreso aprobó en marzo la Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario. La activista, que ahora forma parte del colectivo Ley Sin Desperdicio, es crítica con la regulación nacional y afirma sentirse más orgullosa de haber impulsado la catalana, aunque también en la nacional haya aportado su granito de arena.

El combate contra el despilfarro, explica, se libra con la educación de la sociedad: “Es una cuestión de cultura: de no tirar lo que puedes aprovechar. Hace 20 años no teníamos esta posibilidad y ahora sí”. Todavía, años después de aquel éxito en el Congreso, mantiene el mismo espíritu de lucha: “Hay que ponerse”.

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