Diego Arboleda, escritor: “Es absurdo confrontar literatura y tecnología”
El Premio Nacional de Literatura Infantil en 2014 publica ‘Una librería en el bosque’, una novela ambientada en la España del siglo XVI con personajes históricos y fantásticos que viajan entre el misterio y el humor para sorprender al lector e invitarle a descubrir los tesoros que ocultan las bibliotecas


Diego Arboleda (Estocolmo, 48 años) es miembro del “club de la imaginación desatada”, como él mismo se define, al que también pertenecieron otros autores de literatura infantil como Roald Dahl o Michael Ende. Escritores de historias para niños que consiguieron que generaciones de chavales disfrutaran con la lectura. Además, a Arboleda, Premio Nacional de Literatura Infantil en 2014 por Prohibido leer a Lewis Carroll, le encanta vivir al margen de las tendencias editoriales y “cacharrear” entre la historia de España para encontrar esos elementos que sin ser los más importantes sí que van a conseguir que el lector disfrute, se divierta y aprenda con sus libros.
Una librería en el bosque (Anaya, 2025) es su última novela, ilustrada por José Fragoso, y está ambientada en el siglo XVI, en la época de Felipe II y el papa Gregorio XIII. Pero el personaje que pone en movimiento la historia es Beatriz Bernal, una de las primeras mujeres que escribieron ficción en España y que publicó de manera anónima en 1545 su novela de caballerías Cristalián de España. “Ahora que hay estas digitalizaciones tan maravillosas en internet, conseguí leer uno de sus textos y me pareció que tenía una imaginación tan desbordante que quise escribir un libro donde salieran personajes que pudiera haber creado ella y que Bernal apareciera como personaje histórico. Ese fue el origen de la librería del libro”, explica Arboleda. Una librería oculta, con los libros más valiosos, que los protagonistas tienen que encontrar mientras se defienden de los personajes fantásticos que quieren destruirla y que tendrá una segunda parte en septiembre.
PREGUNTA. ¿Qué van a encontrar los lectores en Una librería en el bosque?
RESPUESTA. Una novela de aventuras, de humor y fantasía, con la particularidad de que gran parte de esa fantasía y de sus elementos fantásticos son personajes, seres y hechos que en el siglo XVI, donde transcurre la novela, se consideraba que existían. Son seres fantásticos para el lector, pero para los personajes de ese siglo XVI alternativo que yo planteo serían seres reales.
P. La historia está ambientada en España, donde el misterio es encontrar esa librería oculta. Una novela infantil que mezcla fantasía con personajes históricos. ¿El aprender no está reñido con la diversión?
R. En absoluto, y los que nos dedicamos a la literatura infantil y juvenil lo tenemos más que comprobado. En mi caso, pongo el peso en el disfrute de la lectura y elijo los elementos de la historia que van a hacer que el libro sea literalmente más atractivo. El peso no está en enseñar la historia, pero la historia de por sí es un material literario de primera calidad. Yo entro en ella como quien entra en una tienda de antigüedades y empiezo a cacharrear y, de repente, descubro un objeto que, quizás, no es el más valioso, pero a mí me resulta muy curioso y sé que al meterlo en la narración eso va a hacer que resulte muy interesante a los lectores.

P. Este tipo de personajes históricos, dentro de su contexto, y fuera de las tendencias editoriales de brujas, unicornios, etcétera, ¿también son necesarios para los lectores?
R. Sí. Por un lado, están las tendencias editoriales y los escritores que se suman porque va con su estilo. En mi caso, las tendencias no suponen una presión por mi trayectoria y, además, he comprobado que mis historias funcionan bien con los lectores de todas las edades. Yo escribo para los niños, pero a mí, como lector, me gusta cuando leo un libro que tiene una imaginación desbordante, que me produce mucha sorpresa y que está lleno de fantasía. En mis libros hay enganches con la realidad, como si tuvieran un foco que los iluminase, pero siempre rodeados de fantasía. Cuando hablo con los lectores me produce mucha satisfacción que esas pequeñas pinceladas de realidad se queden grabadas, porque yo me encargo mucho de que ellos tengan claro que ese suceso sucedió o que ese personaje existió de verdad. Con la colección de Lupas y Nanai (Anaya, 2020), para seis años, es alucinante cómo los lectores son auténticos expertos en Egipto o en Grecia y espero que a partir de ahora, con esta novela, en siglo XVI.
P. En una época en la que los menores tienen un contacto directo con la tecnología, los anima en esta novela a que vayan a la Biblioteca Nacional. ¿Es un acto de rebeldía?
R. Sí que hay una parte reivindicativa, pero no estoy lanzando ningún mensaje de abandonar las nuevas tecnologías y recuperar lo analógico, sino al revés. ¿Estás disfrutando este libro? Pues este libro es totalmente analógico y está hecho gracias a una tradición analógica, porque el libro es un artefacto perfecto, por eso ha sobrevivido tantos años y va a sobrevivir mucho más.

P. Literatura y tecnología pueden convivir juntas, ¿no?
R. Sí. Es verdad que ahora estamos en un momento un poco de vigilancia y contención del acceso de los más pequeños a las nuevas tecnologías, pero porque hubo una explosión de ese uso hace unos años y ahora estamos viendo los resultados: dificultades de concentración en la lectura y en la comprensión de esa lectura. En ese sentido, son mucho mejor los elementos analógicos, el libro tradicional, por eso lo están recuperando los docentes, y la escritura también. Pero se puede combinar perfectamente y, de hecho, sería un poco absurdo el enfrentar esos dos mundos cuando estamos en un mundo tecnologizado.
P. En la novela de Beatriz Bernal, Cristalián de España, como ocurre en las suyas, “las sorpresas se seguían sin descanso”, como escribe en el libro. ¿Es el asombro un elemento esencial para enganchar al lector?
R. Sí, para enganchar a los lectores y para que yo escriba los libros, porque necesito divertirme cuando escribo. Pertenezco al club de la imaginación desatada. Me considero heredero de Michael Ende o Roald Dahl y, en España, de Joan Manuel Gisbert o Carmen Kurtz, porque planteaban narrativas con elementos muy sorprendentes y con mucha carga fantástica o absurda. Yo repaso mucho mis textos para acabar configurando el libro, pero necesito sorprenderme a mí mismo cuando escribo. Y ese disfrute es el que reciben los lectores y creo que se nota.
P. Y, en verano, ¿qué pueden hacer las familias para que los niños también se asombren y disfruten con la lectura? Para que encuentren su lectura de verano.
R. El verano es un momento muy bueno para promocionar la lectura. Me parece muy interesante dejar elegir a los niños, llevarles a un espacio que puede ser una librería o una biblioteca y dejarles elegir, pero que no sientan que es una imposición, sino que esa decisión tan importante la tome el lector.
P. Uno de los personajes de su novela tiene un lema: “Que el cliente no quede satisfecho”. En este caso, ¿quedará el lector satisfecho con Una librería en el bosque?
R. Espero que sí. Y también quedará un pelín insatisfecho, pero no por la calidad del libro sino porque se haya acabado. Eso es un efecto que a mí me encantaría, casi más que el del lector que cierra el libro, lo aprieta contra su pecho y dice: “Qué maravilla de libro”. A mí lo que me gustaría conseguir es que el lector se lo hubiera pasado tan bien que le dé pena que se acabe el libro.
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