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La literatura infantil y juvenil también puede tener autores muy pequeños

Editoriales y entidades sin ánimo de lucro en España, Portugal, Australia o Irlanda lanzan libros para niños escritos y dibujados por ellos mismos

Un taller creativo de la organización portuguesa Fábrica de Histórias, en una imagen cedida por la propia entidad.
Tommaso Koch

Los bebés saben hacer lo justo: respirar, comer, llorar. Y, con suerte, dormir. Para todo lo demás, necesitan apoyo. Poco a poco, sin embargo, aprenden a vestirse, lavarse, montar construcciones, elaborar teorías. La independencia también crece ante los libros: primero, los escuchan; luego, los leen solos. Y los eligen, en librerías a ras del suelo. Aunque el punto de partida siempre está decidido: escoja lo que escoja el pequeño, estará escrito por alguien grande.

“Se publica una cantidad de literatura infantil y juvenil brutal. Y que ninguna tenga una participación de los propios niños llama la atención. Se supone que están hablando del futuro del mundo y del suyo, y no pueden opinar”, reflexiona Vicente Ferrer Azcoiti, editor de Media Vaca. Por eso, él lleva años preguntándoles. Y ayudándoles a crear sus propias obras. Igual que un puñado de editores de países distintos, pero idéntica convicción: los mejores autores de libros para niños son ellos mismos.

Lo defienden la portuguesa Fábrica de Histórias y la alemana Buchkinder, la irlandesa Kids’ Own Publishing, así como su filial australiana. Cambia el lugar, algún matiz, el marco jurídico (editoriales o entidades sin ánimo de lucro), pero todas subvierten la cadena de mando habitual: al frente de trama, dibujos y a veces hasta maquetación, los pequeños. Y los adultos en la sombra, coordinando y contribuyendo en lo que puedan.

Gracias a sus talleres, miles de niños en distintos rincones del planeta ya han cumplido el sueño que tantos mayores persiguen una vida entera: admirar en una estantería su propio libro. Hay incluso quien ya lleva dos. Adrián E., Iona o Iriana sacaron su ópera prima con apenas seis años: junto con unos cuantos compañeros más firman las ilustraciones de ¡Que vuelvan los estorninos!, publicado por Media Vaca. Y, ahora que tienen ocho, preparan en otro taller estos días su segunda incursión editorial: una historia escrita y dibujada entre 25 alumnos del Colegio Municipal de Benimaclet (Valencia), un trocito cada uno.

Interior de 'De la mosca y su utilidad', libro realizado con dibujos de 50 niñas y niños de 7 años del Colegio Municipal Benimaclet y publicado por Media Vaca.

“Todos los pequeños tienen derecho a contribuir a la cultura a su alrededor, sus voces deberían ser valoradas y celebradas. Son innatamente creativos y no les damos suficiente espacio, oportunidades y reconocimiento para ayudarles a ver que su inventiva no tiene límites. Verse como parte de un proyecto real que permanece, como un libro, apoya esta idea”, apunta Anna Dollard, directora creativa de la matriz australiana de Kids’ Own Publishing. Y explica sus laboratorios, parecidos a los de Media Vaca o Fábrica de Histórias: suelen durar varias semanas; participan artistas, que se ponen al servicio de sus minúsculos compañeros de profesión, para fomentar sus ideas y aterrizarlas; una vez alcanzado el consenso, se pasa a la elaboración; los niños crean, pero también ajustan, retocan, monitorean y ratifican los avances; suyo debe ser, por supuesto, el visto bueno definitivo. “El nivel de respeto tiene que ser el mismo que con profesionales”, afirma Ferrer. Finalmente, el resultado luce en papel, para creadores, familias, enseñantes y, a ser posible, bibliotecas o librerías.

La chispa puede nacer de las propias organizaciones, o de escuelas, museos, bibliotecas u otras entidades que pidan sus servicios. Rui Andrade, responsable con Raquel Salgueiro de Fábrica de Histórias, solo marca un par de condiciones: que el taller se coloque dentro del horario lectivo y que guarde alguna relación con la comunidad local o lo que se está tratando en el colegio. “No tiene por qué ser más importante que otras tareas, pero sí debe tener alma”, sostiene.

Un taller de la organización australiana Kids' Own Publishing, en una imagen cedida por la propia entidad.

A partir de ahí, la casuística se dispara: hay proyectos con decenas, centenares o hasta miles de pequeños autores. Andrade habló previamente con cada uno de los 2.500 participantes en una de sus últimas publicaciones. La edad oscila desde casi recién nacidos hasta la plena adolescencia. Por el camino, pueden implicarse padres, madres y hasta abuelos. La entidad portuguesa ha ampliado además el proceso al teatro o el cine: también crían a jóvenes directores, animadores o compositores de bandas sonoras. Al final, todo culmina en lo que Dollard resume así: “Textos e ilustraciones toman vida a través de un proceso artístico emergente, iterativo y comunitario, donde se juntan ideas, se alcanzan acuerdos, se hacen compromisos y nace una historia meticulosamente única”. E infantil en todos los mejores sentidos.

Porque una mente adulta difícilmente habría concebido De la mosca y su utilidad, elaborado por Media Vaca con creadores de siete años del colegio de Benimaclet. O Brincar a sério (Saltar en serio), escrito y dibujado por alumnos de la Casa da Criança de Tires, junto con Fábrica de Histórias. O The Cheeky Rabbit (El conejo pícaro), uno de los proyectos que más enorgullece a Dollard: cada sábado, durante cinco semanas, una comunidad hazara (grupo étnico afgano de habla persa) en las afueras de Melbourne compartió sus historias y costumbres. Las abuelas, además, enseñaron al resto del grupo su tradicional bordado. Entre todos, debatieron qué libro harían, pero el voto decisivo recayó en los niños: establecieron que se encargarían ellos, con el apoyo de las familias.

Nació así la epopeya de un joven conejo que deja su hogar feliz en busca de aventuras, pero termina regresando aliviado, tras esquivar unos cuantos peligros. La obra incluye collages con telas e imágenes de objetos típicos de la comunidad, y se lee de derecha a izquierda. Cuando salió publicada, John Gulzari, el experto que asesoró el proceso, lo celebró como una de las primeras oportunidades de compartir las narraciones en lengua Hazaragi, sobre todo oral y reprimida por los talibanes. Y la directora de Kids’ Own Publishing lo considera un pilar de su organización, y más en un país tan multicultural como Australia. Su misión, al fin y al cabo, consiste en contar las historias de quien no es escuchado. La literatura infantil a veces define su público con la formula “para todos”. Aquí se trata de que sea verdad.

Interior de 'The Cheeky Rabbit', libro realizado por miembros de la comunidad hazara en Melbourne junto con la organización australiana Kids' Own Publishing.

Estas publicaciones, por lo menos, desde el principio son de muchos. “Obras colectivas”, las llama Ferrer. “Reflejan un momento de trabajo conjunto, y los intereses reales de los niños. Por más que un adulto intente imitarlo, el original siempre será más auténtico”, agrega Dollard. Resulta que, de paso, los autores pequeños hasta enseñan el camino a sus presuntos maestros: la experta australiana subraya que las creaciones infantiles incluyen menos “mensajes” y moralinas que la mayoría de libros dirigidos a ellos y, frente a la “creciente homogeneización del sector”, ofrecen historias y voces tan inéditas como inesperadas. Además, Dollard destaca: “No nacen de planes estratégicos o imperativos de ventas”.

Un motivo de alegría, por supuesto. Pero también de dificultad, como aclara Rui Andrade: su modelo resulta tan loable e inclusivo como caro, y casi imposible de cubrir con los ingresos del mercado. El editor portugués lo sabe desde 2012 por Fábrica de Histórias, pero ya dos años antes abrió Cabeçudos, la primera librería especializada en infantil y juvenil que hubo en Lisboa. Y entiende que la escasa rentabilidad explica por qué no brotan muchas más experiencias como estas por el mundo. “Trabajar con los niños y publicar sus obras requiere un marco ético que contrasta con el modelo comercial editorial. Los ingresos de venta no sostienen, ni pueden hacerlo, esta actividad comunitaria. Lo cual nos lleva de vuelta a tomarse en serio la creatividad y las ideas de los pequeños”, argumenta Dollard. “Deberíamos plantearnos qué mercado editorial queremos, para qué sirven los libros”, añade Ferrer.

Una de las autoras de los libros que impulsa Kids' Own Publishing posa con su creación, en una imagen facilitada por la organización.

De momento, las cuentas económicas a menudo no cuadran. Y deben apoyarse en esfuerzos voluntarios o fondos públicos. El saldo de satisfacciones, sin embargo, está más que en activo. Una maestra compartió con Rui Andrade lo que le confesó un niño creador: “Ya no tenía miedo de dibujar”. Y una de las pequeñas autoras de The Cheeky Rabbit videollamó a su abuela en Afganistán para mostrarle la obra. El eslogan de Kids’ Own Publishing reza: “Cambiar el mundo, un libro tras otro”. A pasos muy pequeños, pero muy grandes. Como sus artistas.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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