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Milena González, psicóloga: “Prometer eliminar las rabietas es como pretender que un niño no es triste. Además de irreal, es peligroso”

En su cuarto libro sobre crianza ‘No hay niños difíciles’, la terapeuta hace un análisis práctico de las pataletas y las entiende como una oportunidad de conexión y aprendizaje

Milena González psicóloga
Cristina Bisbal Delgado

A pesar de sus más de 15 años de experiencia como terapeuta infantil y familiar y de su máster en inteligencia emocional, lo que realmente mostró a Milena González (Santa Marta, Colombia, 41 años) lo que significa que un niño sufra una rabieta, fue su propia experiencia con sus tres hijos. “Mi mejor formación en desarrollo y temperamento infantil”, dice. Aunque había leído y estudiado mucho sobre este asunto, “fue en mi propia casa donde entendí que no hay una sola manera de vivir ni de acompañar una pataleta”. “Lo que me funcionó con uno”, prosigue, “no me servía para el siguiente; y al contrario”. En ese momento, González comprendió que las rabietas no se educan con una técnica universal, sino que se acompañan desde el conocimiento de quién es ese niño en particular.

Esa vivencia y sus ganas de continuar con una tarea de divulgación y acompañamiento a familias que ya había comenzado en talleres online y en redes sociales (@unamamapsicologa_), fue lo que la empujó a escribir su cuarto libro, No hay niños difíciles (Zenith, 2025), que la propia González define como “una guía realista y respetuosa, que introduce el concepto de temperamento como eje central y que pone el foco no solo en el niño, sino también en el adulto que lo acompaña, ayudándonos a criar desde la consciencia, la firmeza y la empatía”.

Pregunta. ¿Qué es el temperamento?

Respuesta. Es un rasgo innato que nos predispone a percibir, interpretar y relacionarnos con el mundo que nos rodea. Podríamos decir también que es la manera natural, biológica y única con la que cada niño (y cada persona) responde al mundo desde que nace. Es la base de su forma de ser, de sentir, de reaccionar, de adaptarse, de emocionarse y de relacionarse con los demás. No es algo que se elige ni se educa, sino que venimos con él de fábrica. Entender el temperamento de nuestros hijos nos permite dejar de juzgar su comportamiento como bueno o malo, y empezar a verlo como una expresión coherente con su forma de sentir el mundo. Además, nos da una brújula muy potente para acompañarlos desde su individualidad, en lugar de aplicar herramientas de talla única.

P. ¿Se puede acabar con las rabietas de los niños? ¿Pueden desaparecer?

R. Prometer eliminar las rabietas es como prometer que un niño (o cualquier ser humano) no va a sentir rabia, tristeza o frustración. Y eso, además de irreal, es peligroso, porque en lugar de enseñar a gestionar las emociones, trata de suprimirlas o castigarlas, dejando al niño solo con su malestar. La clave es que las rabietas no son un problema que haya que eliminar, sino una expresión emocional que necesita ser entendida y acompañada. Son una manifestación natural del desarrollo infantil, una señal de que el niño se ha desregulado y no sabe cómo gestionar lo que está sintiendo: frustración, miedo, cansancio, hambre, exceso de estimulación... Si entendemos las rabietas, berrinches o pataletas como algo que hay que controlar o corregir, perdemos la ocasión de enseñar al niño a conocerse, a calmarse, a nombrar lo que siente y, sobre todo, a sentirse seguro estando acompañado incluso en sus momentos más difíciles.

P. Tradicionalmente, se ha pensado que la etapa de las rabietas va de los dos a los tres años, ¿es correcto?

R. Si nos referimos al clásico concepto de rabieta, se reducen a finales de los seis años, cuando el niño empieza a tener cierto autocontrol y gestión emocional, cuando la corteza prefrontal tiene un poco más de madurez en funciones ejecutivas. Sin embargo, las rabietas están presentes toda la vida, solo que las llamamos de otra forma. Porque son una expresión visible de algo que también nos pasa a los adultos: frustración, miedo, cansancio, sobrecarga emocional. Lo que cambia con los años es cómo lo expresamos (o lo reprimimos), pero la emoción es la misma. Lo que varía es la forma, el detonante y el contexto. Y sin adultos que enseñen a gestionar el mundo emocional desde temprano, esa misma rabieta infantil se puede traducir en el futuro en gritos, agresividad, bloqueos o conductas evitativas en la adolescencia o la adultez.

La realidad es que la crianza consciente no trata de tener hijos perfectos, sino de acompañarlos incluso en sus momentos más difíciles.

P. ¿Cómo se debe actuar cuando una rabieta se produce en público?

R. Una rabieta en público no es un reflejo de tu falta de capacidad como madre o padre, sino una manifestación emocional de un niño que necesita ayuda para regularse y que lo está pasando mal en medio de la mirada ajena. En esas situaciones, lo más importante es lo que tu hijo necesita: seguridad emocional y una figura adulta que lo contenga sin avergonzarlo. Por eso, pon el foco en tu hijo, no en el juicio externo. Recuerda que su comportamiento es una solicitud de ayuda, no una provocación. No actúes para calmar a los demás, sino para acompañarlo a él. Habla poco, no es el momento de explicar, razonar ni corregir, es momento de acompañar, regular, proteger. A veces basta con tu presencia calmada, una mirada empática o una frase que contenga: “Estoy aquí, y te entiendo. Tú puedes con esto”. Si es posible y sientes que es necesario, retírate del lugar, pero no como castigo, sino como forma de reducir estímulos y cuidaros al niño y a ti. Finalmente, valida lo sucedido cuando todo haya pasado.

P. ¿Por qué los padres y madres tienden a culpabilizarse de las rabietas de sus hijos?

R. Porque hemos crecido con la idea de que el comportamiento de nuestros hijos es un reflejo directo de lo bien o mal que estamos criando. Así que cuando ellos gritan, se enfadan o explotan, automáticamente pensamos que estamos haciendo algo mal. Pero esa creencia no solo es injusta, sino que también es errónea. A veces puede ser que la rabieta active nuestros propios recuerdos emocionales no resueltos, lo que nos decían de pequeños, cómo nos trataron cuando llorábamos. Eso hace que reaccionemos con juicio, hacia ellos o hacia nosotros, y no con comprensión. Además, vivimos en una cultura que valora mucho la buena conducta y castiga la expresión emocional intensa, sobre todo en los niños. Pero la realidad es que la crianza consciente no trata de tener hijos perfectos, sino de acompañarlos incluso en sus momentos más difíciles, sin perder de vista lo que necesitan. Por eso, una parte fundamental de la crianza es revisar nuestra propia historia y reconciliarnos con nuestras emociones. Cuando empezamos a entendernos a nosotros mismos con más compasión, dejamos de juzgar tan duramente a nuestros hijos y dejamos de cargar con culpas que no nos corresponden.

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Sobre la firma

Cristina Bisbal Delgado
Periodista vocacional desde hace 30 años, ha pasado la mayor parte de su carrera colaborando en medios de estilo de vida, cultura y salud. Desde 2016 escribe sobre crianza en Mamas & Papas y ahora, además, dedica gran parte de su tiempo laboral a la Comunicación corporativa.
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