Padres emocionalmente inmaduros, ¿cómo detectarlos y por qué ocurre?
Los progenitores que no saben regular sus emociones son el combo perfecto para que sus hijos tengan más trastornos de conducta. Los adultos deben ser conscientes de sus carencias para evitar generar inquietud o inseguridad en los menores que dependen de ellos

Durante la crianza de un bebé, los padres son el referente más importante del menor. Los niños aprenden y dependen de sus progenitores —así como de otros cuidadores—, pero, si bien los adultos suelen generar expectativas sobre el óptimo desarrollo de sus hijos, algunos desconocen la mejor manera de cuidarlos y se perfilan como padres emocionalmente inmaduros. Pero, ¿cómo detectarlos y por qué ocurre?
“Hace unos años no había educación en la correcta gestión de las emociones, no era importante, por lo que, si partimos de esta base, solo existía si los padres tenían equilibrio, sino, no te lo podían enseñar. Por lo tanto, era más difícil madurar en cuanto a sentimientos”, explica la psicóloga Laura González Serna. “Cuando no había conciencia de la importancia de las emociones, la gente seguía el curso de la vida y lo que estaba establecido, se tomaban decisiones según venían: enamorarte, casarte y tener hijos era lo normal”, agrega.
González subraya que la inmadurez emocional no es un trastorno ni una categoría clínica, no aparece en el Manual de Diagnósticos de Trastornos Mentales (DSM-5), elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y conocido como la biblia de la salud mental. “La mayor parte de las personas son inmaduras en algún grado, no existe nadie que tenga todo el plano emocional maduro, así que no hay padres emocionalmente inmaduros, sino personas inmaduras que han sido padres, incluso pueden encontrar en la propia paternidad o maternidad una vía para madurar”, matiza.
La psicóloga infanto-juvenil Verónica Pérez Ruano asegura que los progenitores inmaduros, “algo que nos puede afectar a todos en algún momento”, se caracterizan porque no terminan de ubicarse en su rol de padres, ni son conscientes de que deben renunciar a cosas, ya que ponen sus necesidades en el centro, incluso por encima de las de sus hijos: “Se trata de progenitores que no saben regular sus emociones, por lo que llegan a ponerse al nivel de los niños. Se comportan como eternos adolescentes y esto puede dar lugar a que sus hijos, a veces, muestren signos disfuncionales”. “Serán más inquietos, inseguros, y por eso se portan mal, porque están intranquilos, tienen más poder del que pueden gestionar, no tienen límites”, prosigue Pérez. “No suelen llevar bien las normas porque no tienen a sus modelos de referencia, para los niños la autoridad con amor es imprescindible”, apunta González.

El libro de la reconocida psicóloga estadounidense Lindsay C. Gibson Adult Children of Emotionally Immature Parents (Hijos de padres emocionalmente inmaduros, por su traducción al castellano; New Harbinger Publications, 2015) clasifica a estos progenitores en cuatro tipos: el emocional o el incapaz de establecer límites y gestionar las emociones; el impulsivo o un perfeccionista irreal; el pasivo, el cual tiende a las evasivas; y el que rechaza, quienes son los más despectivos y poco comprensivos. También esclarece cómo los progenitores inmaduros tienen un “sentido del derecho” muy agudizado, pues exigen cierto trato de los demás, tienden a forzar ciertas acciones de sus hijos mediante la humillación, aplican la ley del hielo u otras técnicas para instigar la culpa y tienen fobia de entrar en el territorio emocional.
“Los padres inmaduros suelen venir de crianzas muy sobreprotectoras. Para ellos, la vida ha sido muy fácil sin entender de dónde vienen las dificultades. De esta forma, suelen criar hijos muy egocéntricos, lo que lleva a su vez a que sean padres también inmaduros”, argumenta Pérez. Esta psicóloga señala que en la infancia existe una etapa denominada “egocentrismo infantil”, una fase adecuada y normal durante la crianza, pero que si no se gestiona correctamente puede tener consecuencias: “Los padres inmaduros puede que no hayan pasado esta etapa de la forma adecuada, se trata de una transición en la que los niños están en la fase de recibir, son los reyes de la casa, la prioridad, y los progenitores deben adaptarse a sus ritmos”, explica. “Y si no tienen lo que quieren se disocian —un estado de desconexión de la realidad—, no soportan lo que ocurre, por lo que es cuando pueden empezar los comportamientos disruptivos y se pueden desregular emocionalmente. Así que si un padre o madre no sabe regular sus emociones, es el combo perfecto para que estos pequeños tengan más trastornos de conducta”, continúa.
Según Pérez, es complicado dar como padre a tus hijos eso que a ti te ha faltado: “Es complejo porque no tienes un registro previo o un modelo, y lo tienes que generar artificialmente. También puedes acudir a un profesional para que te dé pautas y te ayude, porque ver a tu hijo desbordado, ansioso e, incluso, triste tiene sus causas y se le puede acompañar, pero primero el adulto debe trabajar en sus emociones”.
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