Cómo afrontar las vacaciones en familia sin que surjan conflictos por la forma de criar a tus hijos
Compartir verano con tíos o abuelos tiene beneficios, como que las tareas se pueden repartir mejor o que hay más manos que ayudan, pero también trae desencuentros porque hay que saber tolerar las particularidades de cada uno y respetar a los demás


El verano puede resultar una estación complicada en muchos aspectos. A veces la realidad dista mucho de las expectativas marcadas y es que este momento del año tiende a idealizarse. Las redes sociales, la publicidad de resorts maravillosos en playas paradisíacas, generan unos objetivos inalcanzables en muchos casos para el resto de seres humanos del planeta. Familias perfectas, sonrientes, unidas… jugando en la playa, sin mancharse de arena, sin calor, bañándose juntas, sin una voz más alta que otra… pero, ¿quién se cree esto?
La exigencia que existe actualmente a la hora de criar a los hijos es real. Las familias disponen de muchos canales de información donde poder consultar, aprender y formarse para educar de un modo adecuado y consciente a las criaturas. Pero esto es un arma de doble filo, porque lo que en un inicio podría resultar una ventaja, acaba siendo en muchos casos un gran peso que recae sobre los padres y madres. Los progenitores sienten que deben ser perfectos, educar sin castigos, formarse en inteligencia emocional, en disciplina positiva y en un sinfín de métodos que resuenan en sus cabezas llenas de teoría, pero de los que desconocen la puesta en práctica.
Esta situación genera un gran estrés en los padres, que al querer que todo salga correctamente se sienten en una situación de presión, nervios y ansiedad que en muchas ocasiones es insostenible. A todo ello se une la llegada del verano y con él las vacaciones, que en muchos casos se hacen en familia. Y es que en muchas ocasiones, viajan juntos tanto padres como abuelos o tíos, además de hijos y nietos, porque tal vez compartan apartamento en la playa, o viajen a la casa del pueblo.
Pero compartir verano con familiares puede tener sus pros y sus contras. En muchos casos puede conllevar múltiples beneficios, como por ejemplo, un descanso, ya que al ser muchos, las tareas se pueden repartir mejor, hay más manos que ayudan, más ojos que vigilan en la playa a los menores o más opciones para poder pensar y aportar. Pero también tiene su lado menos atractivo, como, por ejemplo, que la alimentación o los hábitos y rutinas sean totalmente diferentes o que otros miembros de la familia opinen sobre la manera en que educamos a nuestros hijos. Y es que convivir en familia es un verdadero reto porque hay que saber tolerar las particularidades de cada uno, respetar las de los demás y que nos respeten a nosotros, creando un ambiente de tolerancia, comprensión y empatía.

¿Qué hago si la familia juzga la manera en la que educo a mi hijo?
Una vez llegada esta situación es importante saber qué hacer, ya que no hacer nada no hará que la actitud cambie ni sea sostenible en el tiempo. Lo primero de todo es reconocer la emoción que nos hace sentir la crítica. Si es incómoda, desagradable, nos enfada, nos pone triste. Esto es fundamental para aprender a verbalizarlo.
También es significativo hacer equipo en pareja, si es el caso, y consensuar entre ambos progenitores qué respuestas se van a dar, qué límites son inquebrantables y qué batallas merecen ser libradas en cada caso.
Hay que tener en cuenta que, en ocasiones, las distintas generaciones tienen adquiridas ciertas costumbres y no dan su opinión para dañar ni hacer sentir mal. Lo suelen hacer porque es parte de su cultura y opinan sobre lo que ven, sobre la crianza actual, sin pensar en las consecuencias de sus actos ni en la emoción que causarán en el que lo recibe. Y aunque esto pueda no servir como consuelo, es necesario entender que no es lo mismo el que lo hace sabiendo que va a generar un daño, que el que lo hace sin ser consciente del impacto de sus actos.
De igual modo, se puede actuar respecto a ello con gran asertividad y compasión, entendiendo que en muchos casos se trata de convivir con diferentes generaciones o a veces incluso de modelos educativos distintos, en los que la empatía y el respeto siempre deben ser la clave para comunicarse y relacionarse.
Algunos ejemplos prácticos de respuestas para el día a día:
- Aprender a poner límites de manera asertiva: “Entiendo que esa es tu opinión, aunque nosotros estamos educando a nuestro hijo de este otro modo”.
- Emplear la empatía y validar lo que hicieron con cariño en generaciones pasadas: “Entiendo que antes se hiciera de ese modo; sin embargo, nosotros ahora estamos haciéndolo así y nos sentimos también muy cómodos poniendo en práctica este método”.
- Ante consejos no pedidos: “Gracias por ofrecerme ese consejo, no obstante si necesito alguno más yo mismo me encargaré de pedírtelo”.
- Ante todo, es importante comprender que las relaciones en familia deben tener como base la amabilidad y el respeto por ambas partes, donde existan límites y se empleen la empatía y la paciencia como raíces fundamentales de una relación sana y de afecto.
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