Por qué no hay que obligar a los niños a dar besos y abrazos
Las muestras de afecto y el contacto físico deben ser siempre voluntarias y espontáneas, nunca forzadas ni impuestas, por lo que hay que enseñar a los menores a poner límites desde la infancia


Las muestras de afecto que están socialmente establecidas como saludos o normas de cortesía distan mucho de una cultura a otra. Por ejemplo, mientras que en España se saluda dando un apretón de manos o dos besos, o un abrazo a amigos y familiares, en China se hace con un apretón de manos acompañado de una reverencia de cintura a cabeza. En Marruecos, dependiendo de la relación afectiva establecida con la persona a la que se saluda, se hará poniendo la mano derecha sobre el corazón para saludar de una manera más formal o con tres besos si se trata de un familiar o amigo cercano. Estas costumbres han sido adquiridas en el contexto social y cultural de cada uno a través del entorno más cercano, tras la observación de los adultos de referencia, por imitación y repetición.
Desde hace unos años, y, sobre todo, a raíz de la pandemia, las normas de cortesía que implicaban mayor contacto físico, como los besos y los abrazos, empezaron a cambiar, no solo por el mero hecho de no contagiarse de enfermedades infecciosas, sino también por un tema de higiene. Hay menores que nacieron en un momento donde no se podían hacer visitas en los hospitales, las madres daban a luz solas y no podían recibir a familiares en el centro hospitalario ni en casa para conocer al bebé porque cada uno debía permanecer confinado en su hogar. De ahí que muchos niños y niñas crecieran integrando nuevas normas y hábitos de cortesía, como el saludo únicamente verbal, en lugar de los besos y el contacto físico, adquiriendo estos como una conducta exclusiva para aquellos familiares y amigos más cercanos a los que ellos mismos autorizaran tal contacto. En estos casos, es el menor quien debe decidir si desea o no ofrecer tal muestra de afecto sobre los adultos u otros iguales, ofreciendo así su consentimiento para ello.
Este aspecto ha ido cobrando cada vez mayor relevancia. Tanto, que en las consultas de pediatría son los propios pediatras los que hablan con los pequeños sobre dicha cuestión, explicándoles que su cuerpo es solo suyo y son ellos quienes deben marcar los límites y la aprobación para cualquier contacto físico. La doctora Mar López, pediatra y también escritora, afirma que no se debe obligar a los niños a dar besos ni siquiera a sus abuelos porque les hace dudar de lo que sienten o les apetece hacer. “Si queremos que sean adolescentes y adultos que sepan poner límites, se debe potenciar el consentimiento desde la infancia”, afirma López. En su cuento El monstruo de los abrazos (Beascoa, 2024) aborda de un modo muy cercano y práctico la necesidad de enseñar a los menores a poner límites desde la infancia y a respetar los de los demás, entendiendo que por ser menor no es perteneciente a nadie, ni siquiera a sus propios familiares.
Según el informe Abuso sexual contra menores: un problema grave, estructural y en aumento, de 2024, elaborado por expertos de distintas universidades españolas, entre el 70% y el 85% de los abusos a niños y adolescentes se cometen por el entorno de confianza. Es decir, por el núcleo más cercano al menor, aquellas personas en las que el niño o niña cree poder confiar, así que ni es una garantía de seguridad ni una excusa para forzar el acercamiento.

Cinco cosas a saber
- Que un menor sea educado no parte por complacer la necesidad afectiva del adulto ni de otra persona. El menor tan solo debe emplear las normas de cortesía básicas para saludar o despedirse, agradecer o disculparse, a nivel verbal.
- El contacto físico debe ser siempre voluntario y espontáneo, nunca forzado ni impuesto u obligado, sino reservado a la voluntad del menor.
- Es importante enseñar a los menores a poner límites desde que empiezan a interaccionar con el mundo, empleando la palabra “no” cuando sea necesaria, sin temer al rechazo o al aislamiento social por no ser como el resto espera, quiere o necesita, trabajando así su capacidad de consentimiento, su autoestima y sin necesitar la aprobación externa de los demás.
- El adulto debe aprender a respetar que el menor no le pertenece, entendiendo que lo principal es que pueda expresarse tal y como es, sintiéndose protegido y seguro. Aprender a no juzgar su conducta le hará sentirse en un entorno de confidencialidad y confianza en familia, potenciando, de este modo, el vínculo afectivo seguro.
- La empatía será la herramienta clave para comprender cómo se siente el menor y respetar sus ritmos y decisiones. Un menor que es acompañado con empatía aprende a ser un adolescente y adulto empático.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
