La clave está en las armas atómicas
¿Con qué argumentos se puede defender ahora la no proliferación nuclear? A los dos vanidosos que se reunieron en Alaska parece no importarles mucho

Tener o no tener armas atómicas. Esa es la cuestión. Rusia las tiene y Ucrania no y por eso Volodímir Zelenski tendrá que aceptar el “trato” que Vladímir Putin quiera concertar (si es que quiere) para acabar con la guerra, y mejor si lo hace sin que se produzcan muchos más muertos, porque así el presidente norteamericano Donald Trump podrá seguir presentándose como un “pacificador”.
Este razonamiento explica la dinámica de la reunión del líder norteamericano con su homólogo ruso en Alaska. La clave la dio el mismo Trump a la cadena de televisión Fox News en una entrevista realizada después de que ambos mandatarios comparecieran a los medios de forma fugaz y sin aceptar preguntas. La única interpelación dirigida a Putin que pudo oírse claramente durante la expedición presidencial a Alaska tuvo lugar en la pista de aterrizaje, cuando Putin y Trump, después de darse la mano efusivamente, se dirigían hacia la limusina que les estaba esperando. Entonces, incluso en la retransmisión en directo del evento, pudo oírse una nítida y fuerte voz:
“¿Va a seguir matando civiles en Ucrania?” Putin se llevó la mano a la oreja e hizo el gesto de quien no había oído la que es una de las grandes preguntas sobre la guerra que Rusia inició en Ucrania.
Trump, interpelado por Fox News, dio un consejo a Zelenski: “Haga un trato (“make a deal”), porque Rusia es una gran potencia y ellos (Ucrania) no lo son”. “Están luchando contra una gran máquina de guerra, creo que están cerca de un trato”, remató, tras haber admitido que el intercambio de territorio, el incremento de la frontera rusa y las garantías de seguridad no vinculadas a la OTAN “son puntos que negociamos y en los que en gran medida nos pusimos de acuerdo”. “Ucrania tiene que estar de acuerdo, pero tal vez digan que no”, añadió Trump, tras múltiples elogios a Putin, que “es duro como el infierno”.
Trump ha dejado a Ucrania en manos de Putin que, aparentemente, no hizo ninguna concesión. La argumentación de Trump para que el presidente ruso acepte poner fin a su cruzada imperial se basa en los réditos que pueden obtener ambos países gracias al restablecimiento de una relación privilegiada en tanto que primera y segunda potencia nuclear del mundo. “Es bueno que dos grandes potencias se lleven bien, especialmente cuando son potencias nucleares, nosotros la número uno y ellos la número dos”, sentenció.
Desde la perspectiva de Trump, Putin tiene que cerrar un “trato” con Ucrania para poder disfrutar de los beneficios de una buena relación con Washington. El presidente norteamericano se lo pone fácil a Putin, pues no está enunciando un ultimátum, sino pidiéndole al ruso “un trato” a su medida. Entre otras cosas, lo hace para que no le vuelvan a mostrar los impresionantes libros de fotografías de víctimas (ucranios y rusos), que le entregaron en Alaska y que, según contó, tanto le impactaron. Y por no quedarse atrás, Putin dijo que consideraba al pueblo ucranio como “un hermano” y que lo que sucede en Ucrania es una “tragedia” y le “produce dolor”.
Trump ha repetido que su prioridad es salvar vidas. No hay mucho motivo para tomárselo en serio, sobre todo por su tibia actitud (por decirlo de alguna manera) ante el destino de los palestinos en Gaza y las arbitrariedades a que estos son sometidos por parte de Israel, por cierto, potencia nuclear de facto.
Como buen vendedor, Trump transformó las palabras de Putin en su propio activo. Vladímir estuvo de acuerdo en que, con Trump en la presidencia, la guerra no se hubiera producido; Vladímir le dijo que las votaciones por correo fomentan la falsificación. Y por supuesto, ambos están de acuerdo en que la culpa de la guerra fue de Joe Biden. ¿De quién sino?
Con Trump, la imagen de EE UU como garante de libertades y derechos internacionales, se ha esfumado del todo. La grandeza de un país, aparte de por su tamaño o por las riquezas de su subsuelo, se mide abiertamente por su potencial militar y nuclear. ¿Quién recuerda ahora que en Budapest, en 1994, EE UU junto con Rusia dieron garantías a la joven Ucrania de que velarían por su integridad territorial a cambio de que permitiese la retirada de las armas nucleares soviéticas de su territorio?
Buena lección para Kiev y buena lección también para los países sin armas nucleares que desean ser respetados por las grandes potencias. ¿Con qué argumentos se puede defender ahora la no proliferación nuclear? A los dos vanidosos que se reunieron en Alaska parece no importarles mucho. Para uno, el argumento es la fuerza al servicio del imperio y para el otro, el “trato” rentable. Y en ese sentido, Trump ya se ha atribuido el papel de pacificador en cinco conflictos por lo menos, el último el existente entre Armenia y Azerbaiyán, donde todavía no se ha firmado un tratado de paz, pero el presidente norteamericano ya lo da por solucionado, como si nada hubiera sucedido hasta que él apareció como pacificador de última hora.
Como vendedor experto, Trump sabe cómo ir metamorfoseando y sustituyendo los escenarios que él mismo va creando. Así, un ultimátum de cincuenta días a Rusia, se transforma en otro de diez, y este último, cae en el olvido para dejar paso a una cumbre al viejo estilo.
En realidad, hoy por hoy, el plazo más realista para ver si hay “trato” o no hay “trato”, son las semanas que quedan hasta que el Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz decida darle o no el ansiado galardón a Trump. Y Vladímir tal vez podría facilitar a Donald la tarea.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
