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Francia psicoanaliza su violencia

Los altercados durante la celebración de la victoria del PSG y el toque de queda para menores en varios municipios lanzan interrogantes sobre la agresividad y la creciente falta de cohesión social

Disturbios entre ultras del PSG y los gendarmes, tras la victoria del equipo parisino en la Champions League.
Daniel Verdú

El 12 de julio de 1998, la Francia de Zinedine Zidane y Thierry Henry le endosó tres goles a la todopoderosa Brasil de Ronaldo Nazario para levantar el primer Mundial de su historia. Fue también la victoria de un país que integraba a los hijos de su inmigración, convertidos en campeones. Más de un millón y medio de personas invadieron los Campos Elíseos tras la victoria de una Francia, al fin, abiertamente multicultural. No fue una noche sin incidentes, como se ha dicho estos días. Hubo heridos. Un coche embistió a la masa y hasta se registró una muerte. Veintisiete años después, el PSG logró su primera Champions League y la policía detuvo a 599 personas, se registraron 199 heridos, dos fallecidos y un policía en coma inducido en el hospital, disparos de mortero, pillajes en supermercados, atropellos, agresiones sexuales. Todo, mientras los ultras, a menudo protagonistas de estos actos, estaban en Múnich viendo la final. Los ministros del Interior y de Justicia pidieron endurecer el Código Penal. “Llegan los bárbaros”, clamó el titular de Interior, Bruno Retailleau.

¿La sociedad francesa es hoy más violenta? Los datos, con una caída pronunciada de los homicidios, lo respaldan tímidamente. La sensación generalizada, las políticas desplegadas en los últimos años, la fuerza de la ultraderecha, la agresiva irrupción de los chalecos amarillos en 2018 o el toque de queda para menores decretado en una veintena de municipios franceses, lo subrayan. ¿Qué ha ocurrido?

La sensación generalizada es que Francia atraviesa un periodo extremadamente tenso. Cárceles saturadas, enfrentamientos con la policía, vandalismo y nuevas bandas que desafían directamente al Estado, como la marsellesa DZ Mafia. Entre 2005 y 2024, la tasa de homicidios en Francia, sin embargo, ha mostrado fluctuaciones. En 2005, era de 1,58 por cada 100.000 habitantes, disminuyendo a 1,05 en 2020. Sin embargo, en 2024 se registraron 1.186 homicidios, un 28% respecto más que en 2016. Este aumento ha llevado a que Francia tenga una de las tasas de homicidios más altas de la UE, superando a países como Alemania. Aun así, sigue siendo mucho más baja que en 1998. “Ha aumentado un tipo de violencia expresiva, la que se desarrolla colectivamente por parte de jóvenes que generalmente viven en barrios periféricos y que se ha agravado en los últimos años con el uso de explosivos, pirotecnia… Además, cada vez son más jóvenes”, apunta Cecilia Eseverri-Mayer, profesora de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) experta en las revueltas juveniles en los suburbios franceses.

French government

Muchos de estos episodios comenzaron en 2005, un otoño de extrema violencia en la banlieue parisina (28.000 coches quemados, 4.700 detenidos y 400 condenados a prisión), tras la muerte de Ziad y Banou (15 y 17 años) al esconderse en un transformador eléctrico cuando les perseguía la policía tras confundirlos con delincuentes. Desde entonces, la policía no es un símbolo de protección en estos barrios, sino una amenaza cuyo temor se trasmite de forma hereditaria. “Esta cólera nace de la frustración, de un sentimiento de exclusión por vivir en lugares confinados y aislados donde se concentra la pobreza. No tiene que ver con la violencia que se asocia al aumento del tráfico de drogas o bandas organizadas. No vienen con una intención predeterminada, con objetivo claro. Es una población que vive una experiencia de desconexión colectiva y que no tiene proyecto, ni individual ni colectivo. A menudo solo les quedan las políticas asistenciales y la mezquita, el islam, que también se convierte en un motivo de estigmatización”, apunta Eseverri-Mayer.

Francia ha registrado desde 2019 un aumento de las agresiones físicas, con un crecimiento cercano al 30% hasta 2024. Según el Ministerio del Interior, en la actualidad se producen cerca de 1.000 agresiones diarias, una cifra que solo incluye los casos oficialmente denunciados. Los incidentes en el centro de París, sin embargo, son raros en este tipo de violencia. “Las revueltas urbanas suelen circunscribirse al barrio. Son un tipo de violencia autodestrucitiva: destrozan la comisaria, la asociación del barrio…. Pero estos acontecimientos puntuales permiten a los jóvenes conquistar el centro de la ciudad por unas horas, un lugar inaccesible para ellos en su vida cotidiana. Se reproduce esa violencia expresiva en el lugar donde viven los privilegiados”, insiste Eseverri-Mayer.

Una de las tesis más extendidas sobre el aumento de la violencia tiene que ver con esa fractura social. Con la idea de que ya no hay posibilidad de prosperar en Francia y que el famoso ascensor social que impulsaron una educación pública, de alta calidad e igualitaria desapareció. Se resienten, como no, las periferias de las ciudades.

En esos territorios, algunos alcaldes han decretado un toque de queda para menores de edad. El rango va de los 13 a los 17 años y se circunscribe solo a algunos barrios o calles y a un periodo temporal determinado, tal y como exige la ley para ser compatible con la Constitución. Ocurre especialmente en el sur de Francia, donde incluso grandes ciudades como Niza (353.701 habitantes) lo practican.

Viry-Châtillon, a 30 kilómetros al sur de París, ha renovado la ordenanza para hacerlo. El año pasado, el municipio fue el cruel escenario de varias revueltas juveniles. El punto de no retorno, sin embargo, llegó con la muerte de Shemseddine, un adolescente a quien cuatro chicos (tres menores) apalizaron hasta la muerte en la puerta del colegio.

Un manifestante ondea la bandera de Francia mientras participa en la protesta de los 'chalecos amarillos' en París (Francia), el 24 de noviembre de 2018.

Jean-Marie Vilain, alcalde de esta localidad de la provincia de Essone, al sur de París, donde la capital regurgita a muchos de los ciudadanos sin posibilidad de prosperar en su metrópoli, tiene que parar de hablar y secarse las lágrimas cuando comienza a hablar de él. “Todavía voy al psiquiatra por ello. Temo mucho por los niños, me marcó mucho. Y me sigue inquietando. El objetivo no era estigmatizar a lo niños. Ningún padre debería aceptar que su hijo de 13 años esté solo a las a las once de la noche en la calle. No lo comprendo. Significa asumir riesgos enormes, estén donde estén”.

Vilain, un político de centro sin vínculos con la ultraderecha ni posiciones radicales, explica desde su despacho la decisión de imponer el toque de queda. “Un niño de 13 años es demasiado joven. No pueden estar en las calle sin vigilancia; no solo por lo que hagan ellos, sino por lo que les pueden hacer. Es peligroso. Preservar la seguridad de nuestros niños es una obligación, es como llevar cinturón de seguridad. Si uno niño de 12 años está en la calle a medianoche, tiene más posibilidades terminar mal que en su casa”.

La medida obliga a la policía municipal a pedir la documentación a los menores a partir de esa hora y a llevarlos al Ayuntamiento o a la comisaría para que les recojan sus padres. “El único reproche que he recibido”, señala Vilain, ”es no haber subido más la edad". “Pero entiendo que a partir de 14, muchos chicos hacen deporte y salen más tarde de sus entrenamientos”, apunta, subrayando que no es una cuestión ideológica y que solo quiere protegerles.

Jean-Marie Vilain, alcalde de Viry-Châtillon.

La medida solo puede aplicarse durante algunos meses (generalmente los de verano) y en algunas zonas (los alcaldes suelen aplicarla en los barrios más conflictivos). Robert Ménard, primer edil de Béziers (sur de Francia), un viejo periodista fundador de Reporteros Sin Fronteras, que recorrió el camino de la política hasta posiciones de la ultraderecha, ha elevado este año la edad de aplicación hasta los 15 años, algo que amplía el rango de afectados. “No es ninguna limitación de la libertad. El lugar de un menor de 15 años no es la calle después de las 23.00. Su lugar es la familia, y los padres deben tener la responsabilidad de hacer que sea así”, apunta.

Ménard, que ha aplicado el toque de queda en los tres barrios más pobres de Béziers, no esconde que, más allá de proteger a los niños, quiere impedir que delincan. “Los utilizan en los puntos de venta de droga para vigilar si viene la policía. Yo querría aplicar esta medida todo el año y en todos los barrios, pero no es legal”, apunta. Ménard nunca ha escondido su rechazo a la inmigración ilegal y relaciona los fenómenos de violencia con esta comunidad. “Hay dos elementos clave. Una explosión del tráfico de drogas, en toda Francia. Pero también una delincuencia que toca a chicos cada vez más jóvenes y más violentos, a menudo causada por un elevado sentimiento de impunidad. El primer motivo es la falta de autoridad generalizada en la sociedad, pero también en los padres y el colegio. Hay un discurso general que les victimiza y que desacredita todo signo de autoridad. Desgraciadamente, no me extraña lo que vimos en las celebraciones del PSG. Es la decadencia de la autoridad”, critica.

Sébastien Roché, profesor en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Grenoble, especialista en sociología de la policía y autor de La policía en democracia (Ediciones Numeroscopia), discrepa de cada punto de este discurso y cree que los toques de queda no tienen efectos positivos documentados. “Se ha estudiado solo en EE UU y el Reino Unido sin un claro efecto beneficioso”, apunta. “Pero es un mensaje de determinados alcaldes de firmeza en el tema de la seguridad”, agrega.

Cuando el joven Shemseddine fue asesinado en Viry-Châtillon el año pasado, el presidente Emmanuel Macron aseguró que los centros educativos debían “seguir siendo un santuario” frente “a la violencia desinhibida” de los adolescentes. “Cada vez (los agresores) son más jóvenes”, se alarmó el jefe de Estado, quien apuntó algunas causas de esa explosión de la violencia, entre las que citó la precariedad familiar, especialmente la que viven las madres que crían a sus hijos solas. Pero la lectura es algo más amplia. Y también le incumbe a él.

El balance de la presidencia de Macron es severo, especialmente fuera de los grandes centros urbanos. Según una reciente encuesta, un 73% de los habitantes de áreas rurales y un 72% de los suburbios consideran que han salido perdiendo con las políticas implementadas desde 2017. El malestar es aún más profundo entre los jóvenes (78% en zonas rurales, 74% en suburbios) y las clases medias (85% y 83%, respectivamente), que se sienten particularmente relegados. Los datos muestran una erosión significativa en la percepción positiva de la gestión macronista: entre 2017 y 2025, la proporción de personas que se consideran “ganadoras” en los suburbios cayó del 39% al 22%, y en el mundo rural del 19% al 13%. Esto refleja un creciente sentimiento de marginación en estos territorios.

Los sociólogos, sin embargo, insisten en que muchos de los datos que explican la violencia no son superiores a hace 20 años. “La tasa de homicidios es baja en Francia, podríamos decir que es una sociedad menos violenta. Es verdad que la violencia existe, pero una parte de los responsables políticos ponen esos hechos por delante para que retumbe en la cabeza de la gente y se pueda transformar en movilización política. Pienso, sobre todo, en el ministro del Interior, Bruno Retailleau”, critica Roché.

Las celebraciones del PSG, cree Roché, fueron una prolongación de los problemas de exclusión de Francia en las últimas décadas. “Conocemos el perfil de los protagonistas solo por lo que trasmitió la policía a los medios. Pero eran gente de banlieue, de origen extranjero que vive en zonas pobres. Es una cuestión económica y étnica. Minorías que no han logrado un mejor lugar para vivir. No es solo ser pobre, sino formar parte de una exclusión geográfica y urbana. Estar aislado. Muchos son de origen musulmán, y eso hoy, en la Francia actual, también les hace sentir excluidos”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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