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Trump se abre a nuevas sanciones contra Rusia y llama “loco” a Putin tras los últimos ataques

El presidente de EE UU avisa de que si el dirigente ruso quiere conquistar toda Ucrania provocará la “caída” de su país. Critica también a Zelenski por sus palabras

Casas destruidas en la localidad ucrania de Korostishiv por un ataque ruso este domingo. Foto: Evgeniy Maloletka
Macarena Vidal Liy

Tan locuaz en otras instancias, el presidente estadounidense, Donald Trump, ha mantenido en las últimas semanas un estudiado silencio acerca de las acciones rusas, que ha roto finalmente este domingo. Su homólogo ucranio, Volodímir Zelenski, le había implorado que se pronunciara tras la ofensiva rusa del fin de semana, que ha golpeado en repetidas ocasiones la capital de Ucrania, Kiev. “La callada de Estados Unidos solo sirve para alentar a Putin”, digo el líder ucranio. Finalmente, a última hora de la tarde y cuando regresaba a la Casa Blanca desde su club de golf en Bedminster (Nueva Jersey), a preguntas de los periodistas, Trump volvió a mostrarse crítico con el presidente ruso: “No estoy contento con lo que Putin está haciendo. Está matando a mucha gente. No sé qué diablos le ha pasado”

“Le conozco desde hace mucho tiempo, siempre me he llevado bien con él, pero está disparando cohetes contra las ciudades y matando gente. Estamos en medio de conversaciones y lanza misiles contra Kiev y otras ciudades”, declaró el presidente estadounidense. Preguntado si se plantearía imponer nuevas sanciones contra Moscú, respondió: “Absolutamente”.

En un mensaje en su red social Truth, más tarde, volvió a cargar contra Putin. “Algo le ha pasado. Se ha vuelto absolutamente loco”. Y precisó: “Quiere TODA Ucrania, no solo un trozo... y si lo hace, ¡provocará la caída de Rusia!“. Reservaba también palabras de condena para Zelenski y sus llamamientos contra el silencio estadounidense. ”No le hace ningún favor a su país al hablar como habla. Todo lo que sale de su boca causa problemas, no me gusta, y tiene que parar”.

Trump solía presumir antes de su regreso a la Casa Blanca de que le bastarían 24 horas para lograr un acuerdo de paz entre los líderes de Ucrania, Volodímir Zelenski, y de Rusia, Vladímir Putin. En realidad, la semana pasada solo le hicieron falta dos horas de conversación telefónica con el inquilino del Kremlin para darle cuanto reclamaba y lavarse las manos de lo que venga después. Las conversaciones de paz, vino a decir, quedan ahora en manos directamente de Kiev y Moscú, sin presiones estadounidenses. Y si el Vaticano, o los europeos, quieren hacerse cargo de la patata caliente, allá ellos.

El Kremlin ha quitado hierro a las palabras del líder norteamericano contra Putin. “Estamos muy agradecidos a los norteamericanos y al presidente Trump, personalmente, por su apoyo en el impulso de las negociaciones. Por supuesto, este es un momento crucial y tiene relación con la carga mental que afecta a absolutamente todos con estas reacciones emocionales”, ha manifestado este lunes el portavoz de Putin, Dmitri Peskov, informa Javier G. Cuesta.

“El presidente Putin toma aquellas decisiones que son necesarias para garantizar la seguridad de nuestro país”, ha continuado Peskov. Según el Kremlin, estos ataques son la respuesta rusa a los que efectúa Ucrania contra las instalaciones militares en su territorio.

Canje de presos

Este domingo se completó la última fase del acuerdo de intercambio de 1.000 prisioneros por bando que acordaron Ucrania y Rusia en sus negociaciones de hace 10 días en Estambul. Tras ello, el calendario del proceso de conversaciones de paz se queda en blanco. No hay más rondas previstas, ni plazos para nada. El único compromiso resultante de las negociaciones turcas, el de seguir hablando —quizá en la Santa Sede, según Trump—, no parece tener un impulso real detrás.

Que el canje de prisioneros concluyera apenas horas después de lo que Kiev ha descrito como el mayor ataque aéreo ruso desde el comienzo de la guerra hace tres años, que ha matado al menos a 13 personas, deja claro, por si quedaba alguna duda, que Moscú no tiene gana alguna de hacer concesiones. Desde luego, no de proclamar una tregua. Y la llamada de la semana pasada dejó claro a Putin que no le llegará ninguna presión estadounidense para que se detenga.

Los bomberos inspeccionaban este domingo los escombros en Markhalivka, cerca de Kiev.

El ataque del domingo, con más de 300 drones y 70 misiles, culminaba una serie creciente de golpes aéreos sobre territorio del país ocupado. Un informe de la Agencia de Inteligencia de la Defensa estadounidense (DIA, por sus siglas en inglés) puso de relieve esta semana que Rusia planea seguir los combates en Ucrania a lo largo de este año. Los analistas, y el Gobierno ucranio, dan por descontado que en los próximos meses Moscú tratará de lanzar una nueva ofensiva para conquistar más territorio.

El inquilino del Kremlin está convencido de que el tiempo corre de su lado. Que son sus fuerzas las que van ganando, aunque sus avances se cuenten por centímetros y por centenares de bajas diarias. Y reclama que se atajen lo que define como “la raíz de las causas de la guerra”. Para él, que considera a Ucrania un Estado inventado que debe ser parte de Rusia, eso equivale a deponer a Zelenski e instaurar en Kiev un gobierno títere de Moscú.

Viktor, prisionero de guerra ucranio, abraza a su familia tras haber sido canjeado en el intercambio de presos entre Rusia y Ucrania

“Putin no está interesado en un alto el fuego o un acuerdo, sino en la victoria, entendida como la subyugación de Ucrania”, apunta Brian Taylor, catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Siracusa. Esa posición se vio reforzada tras la larga llamada telefónica con Trump la semana pasada. Una conversación que encarnó las peores pesadillas en los círculos diplomáticos europeos.

Sin presión sobre Putin

El presidente estadounidense, según explicó tras aquella conversación en un mensaje en su red social Truth y en una llamada posterior con líderes europeos y el propio Zelenski, anunció que a partir de ahora las negociaciones de paz correrán a cargo de ucranios y rusos, “porque ellos saben cosas que no conocen otros”. Dejó de mencionar las amenazas de sanciones conjuntas con los países europeos contra Moscú, el castigo que había prometido apenas dos semanas antes si Rusia no presentaba un esfuerzo serio para negociar y llegar a un acuerdo razonable con Ucrania. Y recuperó la idea de hacer grandes negocios con el país teóricamente adversario. En suma, retiró la presión contra el Kremlin a cambio de nada.

“El presidente ruso ha encarado cero consecuencias por darle largas a Trump estos últimos cuatro meses, y por lo que Trump ha contado de la conversación, eso no ha cambiado ni un milímetro”, destaca Taylor.

Para Putin, todo fueron ventajas en la conversación. Desaparecen, al menos por el momento, las presiones estadounidenses, y las sanciones por parte de Washington están en suspenso.

Esta situación ha conseguido ahondar la división latente en el seno de la OTAN: mientras la Administración republicana se inhibe, los europeos siguen adelante con su plan de castigos para Moscú. Miel sobre hojuelas para el Kremlin. “En esa llamada, Putin logró exactamente lo que quería. Una conversación a solas con Trump, sin el impertinente de Zelenski, sin los impertinentes de los europeos”, remacha el antiguo consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca en el primer mandato de Trump, John Bolton.

Tras su charla telefónica con Putin, Trump aseguró que no está aburrido de su papel mediador. La Casa Blanca también insiste en que no ha cambiado su posición. Matiza que Kiev sigue recibiendo armamento estadounidense y se le suministran repuestos y munición, aunque no se hayan aprobado nuevas remesas de equipamiento. La suavidad con que trata al presidente ruso, según la oficina presidencial, no es más que un intento de convencer para que se siente a negociar a un hombre que no quiere hacerlo.

Un trabajador limpia un edificio de viviendas en Kiev, este domingo.

El hombre fuerte de la política exterior estadounidense, Marco Rubio, secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional, defendió la estrategia de la Casa Blanca el martes en una audiencia en el Senado. Y confirmó que de momento no habría sanciones. “El presidente Trump cree que si empiezas a amenazar con ellas, los rusos dejarán de hablar. Y merece la pena que podamos hablar con ellos y convencerlos de sentarse a la mesa”, declaraba.

Según él, Washington está “tratando de poner fin a una guerra costosa que ninguno de los bandos puede ganar”. “Rusia quiere lo que ahora mismo ni tiene ni tiene derecho a ello, y Ucrania quiere lo que no puede recuperar militarmente. Ese es el quid del problema”, agregaba.

Pero dentro de los círculos diplomáticos de Washington hay disensiones. La hasta ahora embajadora en Kiev, Bridget Brink, dimitió el mes pasado en desacuerdo con la política acomodaticia de la Casa Blanca hacia Putin. La diplomática de carrera opina que es necesario optar por la vía contraria: ejercer presión sobre el presidente ruso para dejarle claro que permanecer en Ucrania le va a costar demasiado caro. “Putin nos está dando largas. Por eso es verdaderamente importante imponer más presión sobre Rusia, junto a los socios y aliados y la Unión Europea”, sostenía el jueves en declaraciones a la cadena CNN.

De momento, Europa mira con atención el proyecto de ley que han presentado los senadores Lindsay Graham, republicano, y Richard Blumenthal, demócrata, en la Cámara alta, con el respaldo de 81 de los 100 legisladores. La medida prevé que, si Moscú insiste en echar balones fuera, se impongan sanciones primarias y secundarias que incluirían aranceles del 500% contra los países, como la India o China, que compren petróleo u otros productos rusos. La propuesta no puede obligar a Trump a ponerla en práctica, pero sí puede darle buenos argumentos —y una excusa ante Putin— para hacerlo.

Sin un plazo en el horizonte público para relanzar las conversaciones de paz, las miradas se dirigen ahora a la cumbre del G-7 prevista para mediados de junio en Kananaskis (Canadá), en la que Trump y sus socios tendrán que abordar los próximos pasos.

Apenas una semana después volverán a citarse en un encuentro clave: la cumbre de la OTAN en La Haya. Allí, el presidente estadounidense y los aliados abordarán las nuevas metas europeas de gasto militar (un 3,5% del PIB más un 1,5% de inversión en infraestructuras de posible uso dual, para llegar al 5% que exige el republicano). Y también tendrán que dejar claro hasta qué punto unos y otros están dispuestos a respaldar a Ucrania y contener a Rusia para evitar nuevos zarpazos de Moscú en territorio europeo.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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