Ir al contenido
_
_
_
_

Salvar el amor de una masculinidad que aprisiona

La reconocida feminista Carol Gilligan escribe en un ensayo que se publica ahora en español sobre cómo la impactó y esperanzó ‘El hilo invisible’, del director “heterosexual” Paul Thomas Anderson

Daniel Day-Lewis y Vicky Krieps en 'El hilo invisible' (2017), de Paul Thomas Anderson

Voy en un vuelo de regreso a casa luego de unas vacaciones en familia y veo que, entre las películas disponibles a bordo, está El hilo invisible de Paul Thomas Anderson, protagonizada por Daniel Day-Lewis. Decido verla. Mientras lo hago, no recuerdo haberme sentido nunca tan inquieta por una película, tan desestabilizada por las reacciones que provoca en mí. Me siento tentada de pararla. El filme me induce a reaccionar de una forma que reconozco y me parece familiar, y luego trunca esa reacción. Abandono el avión sintiéndome irritada e incómoda.

Durante la semana posterior dicto una clase magistral en Bruselas y, en el vuelo de regreso, El hilo invisible sigue proyectándose a bordo. Por razones que no entiendo muy bien —la razón podría ser simplemente Daniel Day-Lewis— me siento compelida a verla de nuevo, pero esta vez sé lo que estoy viendo y mi reacción se transforma en asombro. Que esta película se hiciera, que se proyecte en un avión y que fuera dirigida por un hombre heterosexual, todo eso me impacta como algo profundamente esperanzador (…).

En una entrevista con Terry Gross en Fresh Air, Anderson, que vive con la actriz y comediante Maya Rudolph (que fue una estrella de Saturday Night Live), contó que la inspiración para El hilo invisible provino de su propia experiencia. El incidente en cuestión ocurrió cuando se enfermó de una gripe tan severa que se le hizo imposible hacer lo que siempre había hecho, es decir, “seguir en marcha”. Sin más opción que meterse a la cama, necesitó que su compañera cuidara de él, y así fue. Con todo, quedó desconcertado cuando ella le dijo: “Oh, me gustas así, como ahora”, queriendo decir, según él lo explica, vulnerable y abierto. Para él, fue una revelación.

En la película, Reynolds Woodcock (Day-Lewis) es un renombrado diseñador de moda que hace vestidos para mujeres de alcurnia y de la realeza. Es elegante y buenmozo, un hombre obsesionado consigo mismo, consumido por su talento. Day-Lewis trabajó con Anderson en la creación del guion; al igual que Anderson, él también tiene una dilatada relación con una mujer fuerte, la directora Rebecca Miller. Como sendos padres de sendos hijos, se puede decir que ambos hombres están inmersos, o cuando menos implicados, en lo que significa y requiere convertirse en un hombre.

Al inicio del filme, vemos a Woodcock despachar un elaborado vestido a una de sus aduladoras y pudientes clientas. Exhausto, esa noche conduce al campo. Por la mañana, va a una pequeña posada campestre a desayunar, donde conoce a Alma, una camarera. Ella tropieza y se sonroja al aproximarse a su mesa y nos damos cuenta de la atracción que él experimenta; ve algo en ella y la invita a cenar. Pero, como también apreciamos, Alma lo ve a su vez a él. En la hojita de papel que le da con su número, ella ha escrito: “Para el niño hambriento”.

Lo que sigue es predecible: Alma se transforma en la musa de Reynolds, su modelo y su amante, la última en una retahíla de mujeres que lo tientan, a las que él toma y desecha cuando empiezan a parecerle aburridas o irritantes, o cuando se transforman en una distracción e interrumpen su rutina. Pues, como su apellido sugiere, Woodcock es un hombre de cierta rigidez. Lo cual no impide que Alma se muestre autoasertiva: desde un principio le dice que, en una competencia de miradas, ella saldría triunfante y resulta cierto: al final, su mirada es la que más aguanta.

El hilo invisible que recorre todo el filme —lo vislumbramos brevemente al inicio, lo perdemos de vista luego y después lo vemos de nuevo al final— es que Alma es la protagonista de la película, y la historia es su propia historia sobre Reynolds. (…)

En la medida que Reynolds siga sumido en la rigidez y en control de todo, no será capaz de sentir ni manifestar su amor. Lo que no es tan obvio al principio es que el gesto de liberar lo que de otro modo sigue prisionero —el corazón de Reynolds y, más específicamente, su amor por ella— supone a la vez un acto de audacia por parte de Alma. De audacia en el sentido de que involucra un riesgo y, a la vez, lo fuerza a renunciar al control. Aquí radica lo que, según creo, vuelve relevante la heterosexualidad de Anderson (y de su alter ego Reynolds), pues, como hombre heterosexual, se podría decir que tiene todo que ganar al permanecer al control y mantener su posición dominante. Y, además, la audacia no es un término que asociemos comúnmente con el amor y el cuidado.

Quiero hacer una pausa por un momento para registrar el uso que Anderson hace de la palabra “cuidado” en este contexto y su vinculación del cuidado que Alma le brinda a Reynolds con la toma del control por ella y el dominio sobre él. Reynolds jamás dejaría ir el control y nunca se permitiría volverse vulnerable; así, nunca podría acceder a su amor o permitirse sentirse cuidado por ella. En el curso de la película, Reynolds llega a reconocer, así como a aprobar, lo que ella lleva a cabo y, al final, es esto lo que hace al filme de Anderson a la vez tan extraordinario y desafiante.

Sigamos adelante. Alma ve que el interés de Reynolds por ella está menguando. A él le irrita el ruido que ella hace en el desayuno cuando unta de mantequilla su tostada. Ella contraataca diciendo que ese es problema de él, pero, como él ya le dijo a su predecesora: “No puedo comenzar mi jornada con una confrontación. Simplemente, no tengo tiempo para confrontaciones”. Todos vemos el mal augurio: Reynolds se está preparando para desembarazarse de Alma. (…)

Alma decide tomar riendas en el asunto. Va a preparar una cena romántica solo para los dos. Le preparará un martini, cocinará espárragos y, de ese modo, le demostrará su amor. Reynolds está furioso, preso de un furor gélido. Ella ha alterado su rutina y, además, no ha preparado los espárragos de la forma que a él le gustan. “¿Eres acaso una agente especial enviada aquí para arruinar la velada y posiblemente mi vida entera? ¿Quién eres? ¿Llevas un arma?”. Ella responde que no podía tolerar quedarse a la espera de que la despachara lejos. Su posición era insostenible. Nosotros lo vemos, pero Reynolds se muestra inconmovible. Y en silencio le decimos a ella: ¡déjalo!

No es lo que hace. En lugar de eso, ve lo que él no puede permitirle que vea y actúa de acuerdo a lo que percibe: Reynolds no es solo un niño hambriento sino, además, un hombre que ama y vive detrás de una barricada de constreñimientos, un hombre atrapado en una especie de elegante cautiverio. Enfrentada a su inminente rechazo, Alma reconoce que el amor de él ha quedado cautivo no solo del fantasma de su madre muerta, sino también de su rígida masculinidad. Al identificar la toxina, encuentra el antídoto.

El filme adopta la cualidad de un cuento de hadas cuando vemos a Alma dirigirse a los bosques. (…) Vemos a Alma en la cocina estudiando detenidamente un libro sobre setas. La vemos en los bosques recogiendo una de color amarillo y marrón que reconocemos como venenosa. La vemos raspar la cáscara y pesar cuidadosamente los gramos. Le está preparando un té a Reynolds. Lo vemos a él enfermarse de manera violenta. (…)

¿Usted aprueba lo que ella hace?

La historia tiene un final de cuento de hadas. Alma y Reynolds tienen un bebé. Están los dos en el parque y Cyril, la hermana de Reynolds, está sentada en un banco; la vemos meciendo el cochecito del bebé mientras Reynolds y Alma pasean juntos por un sendero. Pero todo esto es narrado por Alma. Sentada en un sillón y hablándole al médico, le cuenta de Reynolds y de la vida que han creado juntos. Una vida de abundancia que los abarca a los dos, incluyendo la devoción de él por el trabajo y el amor de ella por el juego. No fue la cena romántica, sino la seta venenosa el elemento crucial de la intervención. Un antídoto encontrado en la naturaleza contra algo tóxico de la cultura, un acto de audacia a la vez arriesgado y liberador, salvando al amor de una masculinidad que lo aprisiona.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_