Para Trump la única forma de ganar es que pierda la otra parte. Pero este atajo es una trampa
Putin y Xi comparten la visión del presidente de EE UU. Sin embargo, es posible llegar a acuerdos sin perdedores


Esto dijo Donald Trump en un libro dedicado a pensar en grande: “Oyes a mucha gente decir que un gran acuerdo es cuando ambos lados salen ganando. Eso es pura mierda. En un gran acuerdo tú ganas, no la otra parte. Hay que aplastar al oponente y te llevas algo mejor para ti”. Difícilmente hallaremos una cita que sintetice mejor su enfoque político y, especialmente, los meses que lleva de su segundo mandato.
Los aranceles son la expresión más pura de esta filosofía. Ignoremos por un momento que aún no sabemos siquiera dónde va a acabar el proceso tras las sucesivas pausas y accidentadas negociaciones. Lo que subyace es una premisa: si alguien nos vende más que nosotros a ellos (medido por la diferencia entre exportaciones de Estados Unidos hacia ese país y las que importaba Estados Unidos del mismo), ese alguien está ganando más que nosotros y se merece un castigo (el arancel). Esto encaja perfectamente con la investigación que en 2021 publicaron Johnson, Zhang y Kheil: la gente tiende a ver a los vendedores como ganadores netos frente a los compradores. Como si el valor de un intercambio se resumiera en el dinero. Como si un mercado fuera, por definición, un juego de suma cero en el que el beneficio de un jugador supone la pérdida de otro. Pero la historia ha demostrado que esto no tiene por qué ser así: en muchos escenarios, todos pueden ganar.
Una ideología, esté mejor o peor armada, sea más o menos robusta, siempre ofrece una respuesta simple a preguntas complejas sobre cómo funciona el mundo. Para ello necesita atajos cognitivos. Y, como adelantó en estas páginas Kiko Llaneras, este es el que ha elegido no solo Trump, sino quienes le acompañan en este nuevo equilibrio mundial. Putin, incapaz de entender su entorno como otra cosa que no sea una amenaza de la que defenderse a costa de que sus vecinos pierdan. O Xi, acudiendo al nacionalismo expansionista como fuente de legitimidad ante el agotamiento comercial.
¿Por qué funciona tan bien el pensamiento de suma cero hoy? Hay factores de demanda. El investigador Sahil Chinoy publicaba en 2023 junto a sus coautores un extraordinario análisis. Utilizando las respuestas de 20.400 estadounidenses encontraba que quienes no han experimentado ascenso socioeconómico —ni ellos ni su linaje más próximo— eran bastante más proclives a visiones de suma cero. Antes, en 2017, Nina Sirola y Marek Pitesa documentaron que cuando las señales apuntan a recesión los trabajadores reinterpretan el éxito profesional como juego de suma cero y disminuyen su disposición a ayudar a los demás.
Estamos ante tres generaciones (X, milenial, Z) marcadas por dificultades en la movilidad intergeneracional, recesiones, flujos migratorios súbitos, movilidad social estancada por declives industriales, y problemas que superficialmente tienen aspecto de ser juegos de suma cero: comercio (¿nos venden para ganar?), guerra (¿invadimos para defendernos?), vivienda (¿se quedan con nuestras casas?), cambio climático (¿se nos acaba el planeta?). Chinoy y coautores confirman con datos de la Encuesta Mundial de Valores para 72 países: las cohortes nacidas desde los setenta presentan mayor incidencia de ideas sumaceristas.
Pero no hay demanda sin oferta, menos aún en política. Nuestros líderes operan en el entorno perfecto para que florezcan estas ideas: la polarización extrema. No la de distancia ideológica real —esa era incluso mayor hace un siglo, cuando fascismo, liberalismo y comunismo se disputaban el mundo. Sino la afectiva: esa que establece que quien no piensa como nosotros solo quiere nuestro mal. Esa que ve al rival como eliminador de todo lo bueno. Esa que, por tanto, justificará hacer lo que sea para que el otro no disponga de ninguna capacidad de influencia. Si “el otro” es “el enemigo”, ¿cómo va a haber algo que le beneficie que no sea peor para mí? “Esto se trata de poder y si no lo tenemos nosotros lo tienen los zurdos de mierda”, resumió Javier Milei. Así, la oferta—líderes que maximizan conflicto—retroalimenta la demanda—electores predispuestos a creer que “si no perdéis vosotros, pierdo yo”—cerrando el círculo.
Si cada transacción, cada frontera y cada urna se han convertido en trincheras donde el rival debe quedar sin nada, ¿cuál es la postura progresista natural? Lo primero que se aprecia es una tentación: contrarrestar con la propia lógica de suma cero. Esta trampa se manifiesta en propuestas que, paradójicamente, refuerzan la visión sumacerista que dicen combatir. Tomemos el decrecimiento: su narrativa a menudo implica que para que unos tengan menos, otros deben renunciar a progresar. O las propuestas que asumen implícitamente que la única forma de garantizar el derecho a la vivienda es redistribuir el stock existente. O, volviendo al punto de inicio de esta tribuna, la idea (originaria de la izquierda) de que cualquier intercambio comercial es una explotación colonial-imperialista. No en vano, el propio trabajo de Chinoy et al señala que la cercanía a valores de suma cero puede ser incluso mayor entre la izquierda que entre la derecha.
Ese atajo conduce a una trampa: no se puede derrotar a las visiones conservadoras jugando en los campos de la estabilidad o de la resta. Las primeras viven del “mejor no tocar nada”; las segundas prometen que, para recuperar un supuesto orden perdido, otros cederán derechos. En esos parámetros —donde cada avance para uno se narra como retroceso para otro— llevan ventaja. Volvamos por última vez en este texto al trabajo de Chinoy et al, que midieron que, efectivamente, los votantes antiguamente Demócratas que escogieron a Trump en las presidenciales de 2016 eran con mucha más frecuencia pensadores sumaceristas, y que este efecto era especialmente intenso para los que eran originalmente más de izquierdas.
La alternativa es cambiar de tablero, buscando la lógica de la suma positiva. El progresismo que más ha transformado el mundo siempre ha partido de otro atajo cognitivo: la idea de que la cooperación abre oportunidades. Impuestos que compran educación y salud para todos, mercados que crean intercambios que no habrían existido, innovaciones que nos orientan hacia horizontes de mejora antes desconocidos.
Apostar por la suma positiva no significa ignorar los conflictos distributivos. Significa entender que proteger no es solo defender lo existente o repartir escasez, sino crear condiciones para que todos avancen. Este giro representa, simultáneamente, la estrategia más pragmática y la más fiel a la esencia de las ideas progresistas. Además, resulta estratégicamente valiosa a largo plazo. La evidencia que hemos visto aquí funciona en ambas direcciones: donde existe movilidad ascendente o crecimiento económico generalizado, el “que pierdan ellos” pierde atractivo frente al “veamos cómo podemos ganar todos”. Los grandes momentos de progreso en la historia reciente de la humanidad, aquellos que nos liberaron del equilibrio de suma cero que dominó la mayor parte de nuestra existencia como especie, surgieron precisamente de la convicción de que mejorar nuestra posición y la de los nuestros no implica necesariamente que alguien pierda, sino que descubramos algo nuevo que repartirnos.
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