“Jim Morrison miró a la locura, el caos y la muerte”: por qué nos sigue fascinando 55 años después
La publicación de la poesía completa del cantante de The Doors, unida al hallazgo de su busto en París o el estreno de una serie en Apple TV+, mantienen su leyenda de plena actualidad


La visión de un accidente persiguió a Jim Morrison (Melbourne, Florida, EE UU, 1943 - París, Francia, 1971, 27 años) toda su vida. Según contó repetidamente el vocalista de The Doors, uno de los más trascendentales símbolos del rock and roll de todos los tiempos, de niño, yendo en el coche con su familia por una reserva india en Nuevo México, presenció cómo un camión de trabajadores nativos americanos volcaba y quedaban tirados desangrándose en la carretera. Morrison vivió convencido de que el alma de uno de los hombres que vio morir ocupó su cuerpo desde entonces. La historia le acompañó hasta la tumba en la que reposa desde hace más de 50 años en el cementerio de Père-Lachaise, en París, cuyo epitafio reza en griego: “Conforme a su propio espíritu”.
Como tantas cosas en la vida del poeta y cantante, no está claro cuánto tiene este episodio de verdad, de sugestión y de invención deliberada. La familia ha apuntado a una exageración, sobredimensionada por su impresionable mirada infantil, mientras que investigaciones posteriores encontraron registro de un accidente de esas características en octubre de 1947, con una única víctima que no era un nativo americano. Pero la escena, imaginada o no, siempre rondó la cabeza de Morrison: apareció referenciada en sus canciones y multitud de veces en escritos y poemas, que ahora han sido agrupados por primera vez en España en un único volumen, Jim Morrison: Obra reunida. Poemarios, diarios, transcripciones y letras (Libros del Kultrum).
El tomo, de más de 500 páginas, ha contado con la participación de Frank Lisciandro –codirector junto a Morrison del mediometraje HWY: An American Pastoral (1969), protagonizado por el líder de The Doors– o la hermana del aludido, Anne Morrison Chewning.

“Indios sangrando al alba desperdigados por la carretera / Los fantasmas se agolpan en la mente quebradiza del niño”, escribía, según la traducción de Miquel Izquierdo, en su poema Ave rapaz, versos que recuperó en la canción Peace Frog. La idea, frecuentemente analizada como expresión del inconsciente colonial y la culpa cultural en torno a la violenta construcción de Estados Unidos, ejemplifica la riqueza conceptual de su fértil obra, salpicada de referencia a clásicos, a los poetas románticos o la historia de la filosofía. “Lo que leía era tan extravagante que una vez pedí a otro profesor que comprobase en la Biblioteca del Congreso si los libros de los que hablaba existían. Tenía la sospecha de que se los inventaba, ya que se trataba de libros ingleses sobre demonología escritos en los siglos XVI y XVII. Pero existían, y los había leído todos”, citaba Alberto Manzano, uno de los grandes estudiosos de su figura, a un profesor de Literatura de Morrison en su biografía Cuando la música acabe apaga las luces (Libros Cúpula, 2021).
Morrison murió joven, pero lo hizo habiendo construido un corpus artístico denso y con una erudición fuera de lo común. Lejos de la imagen del politoxicómano en constante delirio que asentó la prensa sensacionalista y ratificó The Doors (1991), la discutida película de Oliver Stone con Val Kilmer, el músico fue un ávido e inquieto explorador, por mucho que las drogas fuesen otra de sus herramientas para cruzar esas “puertas de la percepción” a partir de las que, citando el libro homónimo de Aldous Huxley de 1954 sobre las sustancias alucinógenas, bautizó su grupo. Al fin y al cabo, era alguien que creía a pies juntillas las palabras de Rimbaud sobre el poeta como “gran maldito”: “Un poeta se convierte en un visionario a través de una larga, ilimitada y sistemática desorganización de todos los sentidos”.
Poesía a través de la psicología de masas
Antes de convertirse en cantante de The Doors, Jim Morrison había sido un polémico estudiante de cine en la Universidad de Los Ángeles (California), director de epatantes cortometrajes donde combinaba pornografía con Hitler. Allí fue compañero y amigo de Francis Ford Coppola, quien, tras su muerte, le homenajeó convirtiendo The End en gran obertura operística de su clásico Apocalypse Now (1979). Las ideas de Morrison, que dejó también un ensayo en verso reflexionando sobre las cualidades del séptimo arte y el acto de mirar, Notas sobre la visión (1969), no fueron recibidas con gran entusiasmo por el profesorado, pero otro alumno, el teclista Ray Manzarek, sintió tal fascinación por él y su poesía que le persiguió para formar una banda de rock. El resto es historia.

“No es un cualquiera, él sabe lo que está leyendo y sabe de dónde viene. Seguía la tradición de William Blake [primero en formular la idea de ‘las puertas de la percepción’, desde una óptica espiritual, en su libro El matrimonio entre el cielo y el infierno, 1793] y de poetas malditos como Rimbaud, que conecta con el surrealismo en una época en la que la poesía era algo más académico y elevado. Y la introduce en los jóvenes”, explica a ICON Salva Rubio, escritor, guionista y autor de la novela Zíngara: Buscando a Jim Morrison (2012, Suma de Letras). “Habla de libertad, sexualidad y alienación de una forma, además, muy visceral. Es un poeta de su tiempo además de un músico adelantado a su época. Esas dos cosas se unen de manera muy relevante para entender cómo acabaron los sesenta”.
Poesía por el eficaz método de la doctrina rockera del shock. En 1967, Jim Morrison se convirtió en el primer cantante arrestado en directo: antes de un concierto, un policía que no sabía quién era le roció con gas pimienta, supuestamente después de que lo insultara mientras mantenía relaciones en el baño con una chica. Durante el espectáculo, Morrison humilló al policía, presente como parte del dispositivo de seguridad, relatando el episodio a los espectadores con lenguaje agraviante hasta provocar su intervención. Para 1969, los conciertos de The Doors eran verdaderas bacanales donde podía suceder de todo, desde largos recitales de palabra hablada, diatribas a prueba de sensibilidades –cuando en la larguísima The End gritaba que quería matar a su padre y copular con su madre– hasta incitaciones a desafiar la moral pública. Morrison atravesó un largo proceso judicial después de que se le acusase de organizar un tumulto y masturbarse en un concierto en Miami, extremo negado por acompañantes y testigos. El gobernador de Florida firmaría en 2010 su perdón póstumo.

“No sé hasta qué punto The Doors hacían esto de forma consciente”, declara Rubio. “Los jóvenes no son tontos. Hay en ese momento una industria que les promete algo tranquilo, un rock que sus padres les dejan escuchar, como The Monkees. Pero lo que buscan realmente es lo que huele a prohibido”. Si bien, en la película de 1991, Oliver Stone trazaba un paralelismo entre el declive de Morrison y la disolución etílica y química de las promesas de revolución hippie, con las imágenes de los crímenes de Manson como lamentable carpetazo, Salva Rubio no lo ve así. “Lo que aportaba The Doors era un giro a la oscuridad. En medio de eso del Verano del Amor, las drogas, el buen rollo, el amor libre y que todos somos hermanos, ellos miraban a la locura, al caos y a la muerte. Los sesenta se agotaban y The Doors observaron esas señales de agotamiento”.
España, última parada
En Zíngara: Buscando a Jim Morrison, Rubio construye una historia de ficción inspirada en la última visita de Morrison a España, junto a su pareja Pamela Courson. “Ya estaba en plena decadencia, había engordado mucho, bebía muchísimo. Los médicos lo veían muy mal, sabían que de seguir así iba a morir pronto”, explica. “Tuvo un susto. París, con toda esa bohemia, tampoco era un lugar sano para estar. Pero le dio un arranque de vivir, se dio cuenta de que no quería morir tan rápido y que tenía mucho mundo que ver. Así que decidieron alejarse de ese ambiente tan cargado, alquilaron un Peugeot y fueron por la costa catalana hasta Valencia, para sentirse mejor”.
La ruta de Morrison y Courson continuó hacia Madrid, donde se sabe que el poeta visitó el Museo del Prado interesado en ver, en particular, El jardín de las delicias (1500-05), de El Bosco. “De ahí bajaron a Granada, donde se quedaron porque tenía un amigo andaluz que había conocido en San Francisco”, dice el escritor. “Él les llevó a las cuevas flamencas, al Generalife y a La Alhambra. Luego fueron a Marruecos y, a la vuelta, en París, en cuestión de días sufrió el percance que lo mató. Así que una de las últimas cosas que vio Jim Morrison antes de morir fue La Alhambra, lo cual es muy interesante, poético y una gran imagen”.

Morrison falleció en extrañas circunstancias el 3 de julio de 1971. No se le practicó autopsia y muy pocos vieron el cadáver, aunque un fallo cardíaco fue indicado como causa de muerte en el informe oficial. Pamela Courson lo halló inconsciente en la bañera de su apartamento parisino, donde permaneció tres días entre hielos para evitar su descomposición, hasta su enterramiento en secreto tres días después, con el ataúd siempre cerrado. Las razones de ese hermetismo han generado todo tipo de especulaciones a lo largo del tiempo, bien fuera por el revuelo que pudiera entorpecer la gestión del deceso de un ídolo de su calibre, por algún detalle concreto que no se quisiese que trascendiera, por entender que afectaba a su dignidad, o porque otra gente pudiera ser inculpada. La cantante Marianne Faithfull, amiga cercana, contó que sufrió una sobredosis accidental de heroína y el dueño de un establecimiento por el que pasó aquella noche afirmó haber visto a unos hombres, camellos, moviendo su cuerpo, posiblemente en pánico por la repercusión su producto en mal estado hubiese matado a nadie menos que Morrison.
El misterio siempre es, por supuesto, terreno abonado para la conspiranoia, de la que este año se alimentaba el documental de tres capítulos Before The End: Searching For Jim Morrison, distribuida en España por Apple TV+. De rigor dudoso y pésimas críticas, la serie compra la teoría de que Morrison fingió su muerte, de acuerdo con su deseo de desaparecer y renunciar a la asfixiante fama, e incluso atribuye su actual identidad a un trabajador de mantenimiento de Nueva York llamado Frank, que se deja entrevistar y ofrece respuestas ambiguas. Su director, Jeff Finn, se aferra principalmente a que el hombre, con una larga barba blanca, fue visto en 2013 junto al batería de The Doors, John Densmore, y a que posee un gran conocimiento de la poesía de Charles Baudelaire. Además del documental y el libro con sus obras completas, Morrison también ha vuelto a estar de actualidad en Francia este año por la inauguración en abril de una pasarela peatonal en la capital francesa en su nombre (un homenaje al 60 aniversario de la formación de The Doors) y la recuperación del busto de mármol que adornaba su tumba, desaparecido desde 1988.

Aun no se sabe si el busto será reinstalado de nuevo en un lugar de descanso al que se estima que siguen peregrinando hasta tres millones de personas al año. La película Un hombre lobo americano en París (1998) incluso bromeaba con que era lugar de encuentros sexuales furtivos y peligrosos. Los obsequios, recuerdos o frases inspiradoras que siguen garabateándose en el lugar demuestran que Morrison sigue siendo una personalidad inspiradora que habla desde el horizonte, desde otro plano. En la más popular biografía del cantante, De aquí nadie sale vivo (1981, editada en España por Capitán Swing en 2017), Danny Sugerman y Jerry Hopkins escribían: “No estábamos preparados para ir donde quería llevarnos. Queríamos mirarle y queríamos seguirle, pero no lo hicimos. No pudimos. Y Jim no pudo detenerse”.
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