Nacimiento, caída y resurgir de la Bienal de Pontevedra, la muestra de arte contemporáneo más antigua de España
Surgió como respuesta a los tiempos de aperturismo que vivía el país y llegó a convertirse en un referente en la escena internacional. Con la crisis económica, sin embargo, desapareció sin dejar rastro. Después de 15 años regresa para prolongar su legado


A finales de los años sesenta, Galicia llevaba el peso de la vanguardia sobre sus hombros. Mientras la fábrica de Sargadalos se convertía en una suerte de Bauhaus acogiendo las instalaciones de figuras internacionales como Eddy Varekamp y Norman Trapman, los intelectuales Isaac Díaz Pardo e Luís Seoane pondrían a pleno rendimiento el Laboratorio de Formas, el proyecto que impulsó el resurgir de la identidad cultural y social de la región, y que dio pie a un importante museo de arte contemporáneo en A Coruña. En ese contexto de efervescencia creativa que alimentaron artistas como Castelao –impulsor del Movimiento Renovador en el arte gallego– o el posterior Grupo Atlántica, la ciudad de Pontevedra no se quedó atrás, y dio a España su primera bienal de arte contemporáneo.
Su museo provincial creado en 1927, que recibió el apodo de pequeño Prado, supo colmar las expectativas creativas de su entorno con una colección engrosada por las aportaciones de José Fernández López, el fundador de Pescanova y ávido coleccionista de arte. La creación de una plataforma impulsada por la Diputación para que abordara los nuevos caminos que tomaba el sector, enardecido por la apertura del régimen franquista, parecía un paso lógico y necesario, que inauguró su primera edición en 1969.

Lo que comenzó como una muestra de arte local que abordó técnicas tan dispares como el óleo, el dibujo o la escultura, gozó de un rápido desarrollo en los años ochenta, poniendo el foco en la posmodernidad con exposiciones centradas en la pintura española del momento o curiosas tendencias como el mail art o intercambio de postales y obras en papel. La década siguiente, y bajo la gestión del Museo de Pontevedra, marcaría el auge de la bienal y su apertura internacional, que acercaría al público corrientes como el neoexpresionismo alemán liderado Georg Baselitz, Sigmar Polke y Gerhard Richter o la avanzadilla latinoamericana bajo la colectiva Ausencias e cinzas; materias, memorias.

En el ocaso del milenio, la invitación de comisarios independientes de Europa y críticos internacionales –el director de la Escuela de Bellas Artes de Tetuán, Abdelkrim Ouazzani, orquestó una de las últimas ediciones con el primer monográfico de un certamen a la región del Magreb – reforzó su estatus en la escena global, y amplió su mapa por toda la ciudad con sedes como el Pazo da Cultura y el edificio Castelao del museo.

Con la crisis económica que azotó al mundo entero, la bienal tocó a su fin en 2010, no sin el deseo latente de retomarla en algún momento. “Lamentablemente no se le dio continuidad desde las instituciones, pero no tuvo nada que ver con falta de interés social o artístico. Fue todo lo contrario”, explica Rafael Domínguez Artime, vicepresidente de la Diputación y presidente de la Bienal. El político gallego recalca que desde su llegada a la diputación en 2023, el proyecto siempre ha estado sobre la mesa con la intención de recuperarlo no desde la nostalgia del pasado, sino como una apuesta de presente y de futuro. “La Bienal de Pontevedra es la más antigua de España, pero llevaba 15 años en silencio. Había una deuda con la ciudad, con los artistas y con la historia del propio evento”.
Desde el pasado 15 de junio y hasta el 30 de septiembre, una B mayúscula sobre los colores rojo y rosa dibuja el recorrido por las diferentes localizaciones que acoge la muestra. Con más de 22.000 visitas acumuladas desde su inauguración hace un mes, ha devuelto a Pontevedra ese entusiasmo por el arte que perpetuaron sus calles medio siglo atrás. “La recuperación de la bienal en la ciudad era natural y necesaria. La Facultad de Bellas de Artes, que engloba la escuela de moda, diseño y publicidad se encuentra aquí, el foco académico y creativo está en Pontevedra”, reflexiona Agar Ledo, historiadora de arte y comisaria adjunta de la muestra.
Junto a su primer comisario, Antón Castro, catedrático y miembro de AICA-France (Asociación Internacional de Críticos de Arte de París), ha dado forma a una 32ª edición bajo el lema Volver a ser humanos. Ante el dolor de los demás. Un rótulo que referencia en parte al ensayo sobre la documentación gráfica de la guerra que realizó la escritora Susan Sontag en 2003. El Museo de Pontevedra retoma con el Pazo de Cultura su papel de sede central en un complejo relato visual y sonoro sobre cómo los conflictos bélicos marcan para siempre la historia de la humanidad. Un fenómeno que ha dejado profundas huellas en nuestra identidad colectiva y el tejido social, además de marcar la visión del arte contemporáneo.

El arte de ser humanos, el estudio del filósofo Rob Reimen que aboga por recuperar la humanización de las personas, es la segunda espina dorsal en el relato de la muestra. Interpretada como ese salvaconducto de sanación que otorga la humanidad tras la tragedia, la espiritualidad, la magia o la imaginación se convierte en la mano de 60 artistas y 400 obras –algunas de zonas en vigente conflicto como Gaza y Ucrania, en herramientas con las que reconstruir lo que la guerra intentó destruir.
En la práctica, el museo provincial arranca con un recorrido bélico desde principios del siglo XIX con los grabados de Goya –el primer reportero de guerra, según Susang Sontag– hasta la actualidad, con estimulantes contrapuntos como el de la Guerra Civil visto por el objetivo de Endre Ernö Friedmann, más conocido como Robert Capa ―seudónimo que adoptó junto con su pareja, Gerda Taro― o el giro irónico de la Paloma de la Paz de Picasso con un bala en el pico de la sevillana Pilar Albarracín.

Multitud de lenguajes se acumulan en el transcurso: del mural creado por Antonio Muntadas que interpreta las viñetas de Hazañas Bélicas de Boixcar (1948) como reflexión de la violencia al fotoperiodismo de Gervasio Sánchez, el cañón de la mexicana Fritzia Irízar que disparó confeti con fotos de los conflictos de Ucrania y Palestina sobre una versión del Guernica o el diario arty que la artista y periodista kurda Zehra Doğan construyó en la cárcel, gracias al reverso de las cartas que recibía de una amiga, un bolígrafo y su sangre menstrual.
También reciclar en un discurso doméstico y entrañable objetos de origen bélico como un perro-dron con el que establecer lazos de memoria y recuerdo en el conflicto ucraniano, o un misil estadounidense reconvertido en un hogar ambiguo en la instalación de Dagoberto Rodríguez, miembro fundador del colectivo cubano Los Carpinteros. Como cierre sanador a la experiencia, la Máquina para restaurar la Empatía que la artista y cineasta checa Eva Koťátková activa con performers humanos, plantas y objetos, conecta al espectador con las historias de cuidado y compasión que nunca fueron contadas.

Fuera del ámbito institucional, la bienal deja su impronta en la ciudad en multitud de planos. Bien a la vista, como el corazón de filigranas que expone la pakistaní Wardha Shabbir, en los jardines del edificio García Flórez del propio museo; las nuevas incorporaciones a la Isla de las Esculturas y los nidos de colores de Diana Larrea, como símbolo femenino en el puente de Santiago, o el neón justiciero de Emily Jacir sobre la centenaria fachada de Casa da Luz; a la intervención de edificios emblemáticos de Pontevedra. Es el caso de las ruinas de San Domingos que alberga la barricada conceptual de la ya nombrada Zehra Dogan, o la iglesia gótica de Santa Clara, convertida en un espacio disruptivo en manos de los artistas Marina Nuñez o Manuel Vilariño, entre otros.
En el terreno privado, la fundación Rosón Arte Contemporáneo (RAC), creada en 2007 por el arquitecto y coleccionista pontevedrés Carlos Rosón Gasalla, acoge uno de los nombres propios de la muestra, el portugués Carlos Bunga, en un diálogo con una de las historias más pintorescas que ha dado la región en décadas, el Circo de los muchachos. El talante orgánico de la bienal se palpa en Artes Vivas, el off del festival que atraviesa los límites urbanos hasta otros lugares de la provincia como Ponteareas y la performance que acogió este fin de semana de la coreógrafa y actriz Janet Novás.

Su programa para los próximos meses acercará al público, en acceso gratuito (como todas las exposiciones y actividades que aglutina la bienal) y hasta completar aforo, experiencias tan diversas como la pieza de danza Dragón, descansa en el lecho marino, de Federico Vladimir y Pablo Lilienfel, el concierto de Hugo Torres, la charla bailada de Leonor Leal o la performance de Marc Vives, SSSSS. Todo el programa aquí.
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