Gervasio Sánchez expone sus fotografías de 40 años de conflictos en el mundo: “Las guerras no se acaban porque son un gran negocio”
El Centro de Arte Alcobendas muestra la cruda realidad que el fotoperiodista ha contado con su cámara para concienciar de los horrores que perpetra el ser humano


Muerte, guerra, hambre y, aunque sea el apocalipsis, la lucha por la vida, que intenta abrirse paso como sea. El fotógrafo Gervasio Sánchez (Córdoba, 65 años) lo cuenta en el Centro de Arte Alcobendas (Comunidad de Madrid) con imágenes de las más de dos docenas de conflictos que ha retratado con su cámara a lo largo de cuarenta años. Están las víctimas de las minas antipersona, con sus miembros segados; las adolescentes casadas a la fuerza en Afganistán, los destrozados familiares de seres queridos desaparecidos en Chile, Guatemala…
La exposición, titulada Memoria y realidad. Gervasio Sánchez, puede verse hasta el 7 de septiembre, con entrada libre, y es un recorrido, en blanco y negro y en color, por situaciones en las que la fotografía documental de Sánchez “se ha convertido en una herramienta de activismo y denuncia para visibilizar injusticias y violaciones de los derechos humanos”, se cuenta al comienzo del recorrido en un texto del comisario y también fotógrafo José María Díaz-Maroto.
“Aunque he trabajado en el horror, me centro más en la vida que en la muerte”, dice Sánchez por teléfono. “Cuando empecé a ir a guerras, creía que se iban a acabar por pura lógica, que lo harían los políticos, pero es imposible porque es un gran negocio en cuanto estalla. El exhibicionismo que estamos viendo de Estados Unidos, de Israel, de Rusia, es para vender armas. Así que solo nos queda denunciarlo y utilizar la fotografía”.
No obstante, a veces se pregunta “de qué sirve” el trabajo de los fotoperiodistas cuando se ve “que en Israel no se está protestando lo suficiente por lo que está cometiendo su Ejército en Gaza". “La mayoría de la gente está a favor de esas masacres, y lo está haciendo el pueblo más perseguido de la historia, cuando su Ejército, el más inmoral del mundo, está actuando igual que los nazis”.
La exposición es producto del Premio Internacional de Fotografía Ciudad de Alcobendas, bienal, que se le concedió a Sánchez el pasado año, en su octava edición. Un galardón que suma a otros muchos en su carrera, como el Premio de Periodismo Cirilo Rodríguez (1996), el Ortega y Gasset a la mejor fotografía (2008) —que concede EL PAÍS— y el Nacional de Fotografía (2009). Además, es autor de una veintena de libros que recogen su paso por el horror: “He visto el genocidio de Ruanda, he estado en pandemias, en las morgues de Bagdad con personas degolladas...”. El fotógrafo explica que prefiere usar el color cuando muestra “lo más evidente, los heridos, los bombardeos; y el blanco y negro para la vida cotidiana, cuando no hay algo noticioso”.

En la exposición se suceden fotografías que impactan, que buscan concienciar de las atrocidades de la guerra, como las del que es probablemente su proyecto más conocido, Vidas minadas, iniciado en 1995 y que aún continúa, con el que ha recorrido nueve países de cuatro continentes en busca de personas que habían sufrido las heridas físicas y emocionales de haber tropezado con una mina antipersona. Como Mónica Paola Ardila, una niña colombiana que quedó ciega a los ocho años por la explosión de una de esas minas cuando volvía del colegio. Mónica se salió del camino, sus pies se enredaron con unas raíces y al caerse activó la mina escondida. La vemos en una foto de 2004, sonriente, caminando junto a una trabajadora de un centro para víctimas como ella. Una historia difícil de contemplar sin que a uno se le haga un nudo en la garganta.

O la del joven Fanar Zekri, que perdió ambas piernas con solo seis años, en 1996, por una mina en el Kurdistán iraquí. Ello no le impide —en una imagen tomada 10 años después—, jugar con un balón de fútbol, golpeándolo con sus puños. En Vidas minadas, Sánchez demuestra que no es un fotorreportero que llega, fotografía y se va, sino que regresa a los lugares de los crímenes una y otra vez para seguir la evolución de los mutilados.
Sin embargo, por muy difíciles que sean las condiciones en que vivan, en los retratados por Sánchez hay dignidad. “Es mi obligación, me acerco a la gente con respeto y los trato como me gustaría que se hiciera conmigo si estuviera en su lugar”.

Sarajevo, guerra y paz (1992-2008) recoge el durante y el después del conflicto en diferentes lugares de la ciudad asediada en la guerra de la ex Yugoslavia. “Allí aprendí que la guerra no se puede contar por mucho que apures el bolígrafo o encuadres la realidad”, escribe Sánchez en el catálogo. “El horror es inimaginable para quien no lo haya vivido”. Entre las imágenes destaca la de un muchacho muerto por el disparo de un francotirador, con su cuerpo tirado en la acera, mientras a un par de metros un hombre fuma tranquilamente, sentado junto a un escaparate.
Hay que seguir viviendo pese a todo, como sucede con esos niños que juegan con un carrito delante de una pared con huellas de metralla en la capital de Bosnia y Herzegovina, en 1993. Y no podía faltar una de sus imágenes más célebres, la de las ruinas de la Biblioteca de Sarajevo atravesadas por un haz de luz.

Están también las consecuencias a largo plazo de la guerra, como el almacén con restos de 3.000 desaparecidos en Tuzla (Bosnia y Herzegovina). “El proyecto Desaparecidos es el más duro al que me he enfrentado”, dice. “Parte de mi vida ha desaparecido durante su realización”. Actualmente, lo continúa, pero en España, porque “el país está lleno de fosas”.

Otro de sus trabajos es Violencia contra las mujeres, “que es la primera vez que se ve en Madrid”. “Para ellas siempre hay un sufrimiento extra en las guerras, hambrunas o epidemias”, subraya. A lo que se añade un crimen habitual y específico, el sexual. Mujeres violadas o convertidas en esclavas sexuales. Vemos a Haurin Khader, de 15 años, con graves quemaduras y el rostro contraído por el dolor mientras es curada en un hospital de las heridas que se produjo tras un intento de suicidio, prendiéndose fuego con gasolina para huir de un matrimonio forzoso, en Erbil (Kurdistán iraquí).

Por último, en Mujeres de Afganistán hay imágenes tomadas entre 2009 y 2014, cuando bajo la protección de una coalición internacional “la situación pública y laboral de la mujer mejoró” en ese país. Sin embargo, Sánchez recuerda que en 2021 los talibanes retomaron el poder. El retrato de Fauzia es el de una niña de 13 años que practica el boxeo y que no quiere un matrimonio a la fuerza que le impediría ir a la universidad. Era en 2014. Otra boxeadora aficionada es Shabnam, de 19 años, que por esa época estudiaba Educación Física y practicaba este deporte para saber defenderse. Mira a la cámara en guardia con sus guantes de boxeo, una metáfora de su pelea por su libertad y derechos.

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