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“Le Roi ha casado a más gente que la iglesia católica”: la emblemática sala de baile de Turín diseñada por el dandi hiperactivo Carlo Mollino

El arquitecto y diseñador italiano creó con su club nocturno un manifiesto arquitectónico y también una forma de entender el ocio nocturno que ya no existe

Le Roi Carlo Mollino
Ianko López

En una zona más bien inhóspita de las afueras de Turín, un letrero luminoso que representa una corona de oro formula una promesa de esplendor y fantasía: “Music Hall Le Roi”, dice. Una imagen que podría simbolizar también la propia capital del Piamonte, caracterizada por sus intensos contrastes: señorial y burguesa, tiene una historia reciente ligada al movimiento obrero; sus monumentos clásicos del estilo del Palacio Real o la Basílica de Superga conviven con instituciones de arte contemporáneo tan punteras como el Castello di Rivoli o la Fundación Sandretto Re Rebaudengo, y la orquesta sinfónica de la RAI y el Teatro Regio, uno de los templos operísticos más importantes de Italia, con el Kappa FuturFestival, festival de música electrónica que se celebró por primera vez en 2009 para conmemorar el centenario del Manifiesto Futurista, con 7.000 asistentes, y que este julio reunió en su última edición a unas 120.000 personas de 150 nacionalidades para bailar al ritmo del tecno más puntero en un imponente escenario postindustrial. Como punto más o menos equidistante en todos estos ejes, existe la figura del arquitecto Carlo Mollino (Turín, 1905-1973), diletante hiperactivo y dandi huraño de cuya imaginación salió la sala de baile Le Roi.

Retrato del arquitecto Carlo Mollino.

“Todo, hasta ese letrero, es creación de Carlo Mollino”, informa a ICON Design Toni Campa, actual propietario del local junto a su socia Luciana de Biasi, antes de que ambos entren en el local para comenzar la visita programada. Casi todo el trabajo original de Mollino, puesto en pie en 18 meses entre 1959 y 1960, se mantiene en la actualidad. En la entrada, decorada con azulejos de cerámica, destacan unas puertas de vidrio transparente con grandes pomos de latón dorado con forma de letras “L”. Ele de Le Roi, y del apellido de Attilio Lautrario, el empresario que compró el local y, además de construir un cine (hoy desaparecido), contrató a Mollino para diseñar a su antojo un local de baile justo al lado. Después, el motivo de la letra se repite en el terrazo del suelo. Las paredes están cubiertas de espejo aquí y allá −como lo está la peculiar balaustrada que acota el espacio del guardarropa−, lo que amplía el espacio e incrementa la sensación de fantasmagoría que invade al visitante. Y por el techo ondula como una serpiente una estructura metálica, puntuada por lámparas cilíndricas de vidrio de colores, que avanza hacia la gran sala de baile, un área completamente diáfana que se abre frente a un escenario de forma también curva. En ese mismo escenario han actuado unas cuantas estrellas de la música europea. “Todos, todos”, apunta Toni Campa. Y enumera: “Mina. Celentano. Vanoni. Patty Pravo, Iva Zanicchi, Dalida, Françoise Hardy”.

Imagen de la sala de baile de Le Roi en los años sesenta.

Unas escaleras de caracol ascienden hasta la mezzanine, donde puede uno sentarse y tomar algo para observar lo que ocurre en la pista. Aquel también era lugar para los encuentros tranquilos entre baile y baile, que podían derivar en relaciones más duraderas: “Le Roi ha casado más gente que la iglesia católica”, bromea Toni Campa, que junto a su socia compró el local a las nietas de Attilio Lutrario en 2008. En tiempos, quienes no se atrevían a bailar o lo hacían rematadamente mal eran llevados a otra salita de planta circular, que aún existe, donde recibían clases privadas. En cambio, ya no queda nada del antiguo privé en un local de la planta baja, también diseñado por Mollino para ofrecer mayor intimidad a los clientes especiales. “A sus actuales propietarios no les interesó conservar la decoración original, y hoy es una disco latina”, explica Toni Campa. “Las cosas no son como cuando se abrió Le Roi. Hoy es una especie única en su género, pero en aquellos tiempos había 74 salas de baile solo en Turín. Entonces había sobre todo tres lugares para divertirse: la sala de baile, el estadio y el bar. El mundo ha cambiado mucho”.

Interior de Casa Mollino, el elegante apartamento con vistas al río Po que el arquitecto amuebló para convertirlo en un mausoleo en vida.

Ciertamente, el mundo ha cambiado, pero hasta nueva orden la costumbre de bailar sigue instalada en él, como prueba la buena salud de festivales como el Kappa FuturFestival, que incluye una modalidad de inscripción, llamada Art&Techno, con diversas experiencias artísticas, una de las cuales fue este año una visita guiada a Casa Mollino, el elegante apartamento con vistas al río Po que Carlo Mollino alquiló y amuebló en secreto para convertirlo en un mausoleo en vida –al parecer, jamás habitó allí, pese a las molestias que se tomó en reconstruirlo a su antojo−, lleno de referencias esotéricas y al mundo del más allá. Hoy, Casa Mollino es un pequeño museo dedicado a su memoria, accesible bajo previa reserva.

Baño de Casa Mollino.

Carlo Mollino era hijo de Eugenio Mollino, un acaudalado ingeniero civil que proyectó más de 300 edificios, y con quien colaboró tras graduarse en la Escuela Superior de Arquitectura de Turín. De niño había mostrado interés por la creación artística y los coches de carreras (su obra conocida más temprana es un dibujo de un bólido realizado, al parecer, cuando solo contaba seis años), que mantendría durante el resto de su vida. Además de arquitecto, fue novelista, ensayista, diseñador de coches (en 1955 creó el DaMolNar, que compitió en las 24 horas de Le Mans), piloto acrobático de aviones (él mismo poseyó varios), ocultista y fotógrafo especializado en imágenes eróticas de mujeres, a las que él mismo maquillaba y vestía con prendas adquiridas en comercios de Londres, París o Hong Kong. Nunca se casó, y tuvo una sola relación amorosa conocida, con la escultora Carmelina Piccolis, a la que abandonó al cabo de siete años mediante una carta de 34 folios. De carácter muy privado, no era tampoco demasiado generoso: se cuenta de él que no invitó ni a un café a ninguno sus amigos, con los que por otro lado siempre acababa peleándose. Era, sin embargo, considerablemente rico, sobre todo desde que heredó la fortuna de su padre, fallecido en 1953. Esto le permitió no aceptar un solo proyecto que no le satisficiera personalmente, y no trabajar ni para millonarios –nunca acometió proyectos para los Agnelli, por ejemplo− ni para empresas industriales de mobiliario, aunque diseñó unos cuantos muebles, como los que utilizó en sus interiores para Le Roi y Casa Mollino.

A las afueras de Turín, un letrero luminoso que representa una corona de oro formula una promesa de esplendor y fantasía: “Music Hall Le Roi”.

Entre las pocas obras que sí decidió acometer, destacan edificios públicos como la sede de la Federación de Agricultores de Cuneo (su trabajo arquitectónico más temprano, de 1935, que no se aparta demasiado del racionalismo en boga en la época) y la Cámara de Comercio de Turín (uno de los últimos, terminado el año de su muerte), la estación de trineos del Lago Nero y la Casa Cattaneo (suerte de chalets de madera alzados sobre estructuras de hormigón) o la reforma del Teatro Regio, para el que ideó un original interior dominado por las líneas curvas, que se remite a las formas del cuerpo femenino, en una fusión de influencias expresionistas, barrocas y futuristas. Un ejercicio no muy distinto, en realidad, del que ya había realizado en Le Roi Music Hall, pero con un elemento extra de grandeza operística.

Además de ofrecer una programación musical estable, los actuales propietarios Le Roi lo destinan a eventos privados, y ha servido también como escenario para la serie 'Gangs of Milano', la película 'Zamora' (2023), de Neri Marcorè, o vídeos musicales como el del éxito 'Ragazza sola', de la cantante pop italiana Annalisa.

No solo por lo inhabitual de su uso hoy en día es Le Roi un caso llamativo. Aunque hay clubs nocturnos que han destacado por la sofisticación o el carácter innovador de su interiorismo, y artistas visuales como Carsten Höller también han explorado el género con vocación no duradera (el Prada Double Club en Miami, que solo abrió durante la feria Art Basel de 2017), no muchos arquitectos de prestigio han diseñado locales destinados al baile y la nocturnidad. Aunque sí hay algunos casos notables. En 1985 se inauguraba en Nueva York una iniciativa de Steve Rubell e Ian Schrager (los creadores del célebre Studio 54), la sala Palladium, proyectada por el japonés Arata Isozaki en un antiguo teatro, que estuvo operativo durante una docena de años. El estudio neerlandés OMA, fundado por Rem Koolhas, creó para un resort de Bali el club Klymax, con un impactante interiorismo minimal y volumétrico en madera de teca. Antes, el equipo de Koolhas ya había diseñado un local nocturno efímero para la marca de moda Miu Miu, incrustado en el palacio neoclásico de Iéna, en París. Mucho más ambicioso sería otro proyecto de OMA, este nunca realizado: en 2015, el estudio ganó un concurso para diseñar una nueva sede de la mítica sala londinense de música electrónica Ministry of Sound, con muros que cambiaban de forma según fuera de día o de noche, y que se canceló antes de empezar a realizarse.

Hoy, Le Roi es un manifiesto arquitectónico del carácter de su autor (como tal, goza de protección oficial desde 2021), y también de una determinada forma de entender el ocio nocturno que ya no existe, pero se mantiene activo con una función similar a la original, hasta donde puede serlo. Además de ofrecer una programación musical estable, sus actuales propietarios lo destinan a eventos privados ocasionales, y en los últimos tiempos ha servido también como escenario de rodaje para obras audiovisuales, como la serie televisiva Gangs of Milano, la película Zamora (2023), de Neri Marcorè (donde representaba el Milán de los años 60), o vídeos musicales como el del éxito Ragazza sola, de la cantante pop italiana Annalisa. Es una forma de hacerlo presente entre las nuevas generaciones, ante un futuro incierto. “El público que necesitamos es muy especial”, admite Toni Campa para cerrar la visita.

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Sobre la firma

Ianko López
Es gestor, redactor y crítico especializado en cultura y artes visuales, y también ha trabajado en el ámbito de la consultoría. Colabora habitualmente en diversos medios de comunicación escribiendo sobre arte, diseño, arquitectura y cultura.
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