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Historia de una bailaora de Tallin: del bosque estonio al tablao madrileño y vuelta a Estonia para enseñar flamenco

Aprender español llevó a Maria RääK al flamenco. Ahora lo enseña en su propia escuela a compatriotas a las que, como a ella, les ha seducido este arte

Maria RaaK flamenco Estonia

A Maria RääK (Tallin, 51 años) no le queda otra que hablar inglés. Ella es de Estonia y compagina los trabajos de guía turística en la ciudad de Tallin y el resto del país con el de bailarina y coreógrafa. Por amor al baile, y por un accidente, también habla español. A los 9 años tocaba el piano y tuvo que dejarlo durante tres meses, cuando se rompió la muñeca al caerse de la bicicleta. Durante ese tiempo cambió las teclas por el español, idioma que le atrajo por un poema de Federico García Lorca, que leyó traducido al estonio por Ain Kaalep. El poemario era uno de los muchos libros que había en la biblioteca de la casa en la que vivía con sus padres. Poco a poco pasó de las traducciones a leer las obras originales y así hasta que, a principios de los años noventa, trabajó como traductora del estonio al español para una bailarina de una compañía española que fue a realizar un espectáculo flamenco a Tallin. La artista le pagó su sueldo y le dio unas clases de flamenco gratis. RääK se enamoró de aquel baile primitivo y visceral y se puso a aprenderlo. En Tallin, en Helsinki y también en España: en Madrid, en Sevilla y en Jerez. Ciudades a las que sigue yendo a bailar y a organizar espectáculos.

La primera vez que RääK viajó a España fue en 1996. Lo hizo en autostop y acompañada de una amiga. Aquel viaje de Tallin a Madrid duró cuatro días y atravesaron media Europa. La primera etapa les llevó hasta los Países Bajos, donde coincidieron con un camionero español que les organizó la ruta junto con otros camioneros: Bélgica, Francia, Barcelona y Madrid. A la capital llegaron en un camión conducido por un granadino de etnia gitana que se metió por las calles de la zona de Embajadores, donde se encontraba la escuela flamenca Amor de Dios. RääK no se olvida de lo que le dijo aquel camionero, según cuenta a EL PAÍS en una cervecería restaurante de cocina texana en Tallin: “Ea, nena, más cerca no te puedo dejar”. Y entró con su mochila a la escuela, donde preguntó si podía tomar clases de flamenco.

Han pasado casi 30 años y todavía recuerda la sensación que experimentó al cruzar la frontera en plena noche y ver las luces de las casas de los pueblos pirenaicos. Al preguntarle qué se le viene a la mente cuando le mencionan España, su respuesta es como una fotografía que habla y huele: “Primero el flamenco. Mis vivencias, recuerdos y los amigos. La luz, el calor, los días de lluvia en Sevilla. El olor del incienso en Semana Santa y de castañas asadas. La imagen de La Esperanza de Triana y de La Macarena en la pared de algún bar. Los paseos por la orilla del Guadalquivir, las callecitas del barrio de Santa Cruz por la noche, las palomas volando en el cielo oscuro alrededor de La Giralda. El olor a patatas fritas en el barrio de Santiago de Jerez, los pétalos de rosas y margaritas cayendo sobre la imagen del Gran Poder en Coria del Río. El olor del azahar en primavera y la arena de El Rocío. De Madrid [donde vivió gracias a una beca en el año 2000] me acuerdo del Rastro y de las tertulias en el Círculo de Bellas Artes”.

Maria RaaK flamenco Tallin

En su historia, todo lo que hizo por primera vez parece escrito por un guionista. Si la primera vez que llegó a España lo hizo en autostop, la primera vez que voló de Madrid a Tallin aprendió el significado del concepto “exceso de equipaje”. A la ida voló con una maleta y a la vuelta le añadió otra que llenó de libros, DVDs, castañuelas, calzado y ropa de flamenco: 27 kilos por encima del peso máximo permitido para poder volar. Gracias a la ayuda de unos pasajeros españoles, que se repartieron todo ese exceso de equipaje en sus maletas, pudo regresar a casa con todas sus compras flamencas.

Sabiendo hablar español y bailar flamenco, se animó primero a impartir clases de baile en 1997 y después a abrir su propia escuela en 2001 en Tallin, Arte Flamenco. Hoy también organiza espectáculos de baile y musicales en Estonia y Finlandia y, un par de veces al año, suele llevar artistas españoles. RääK es un puente flamenco. Un rostro muy conocido en ese mundo gracias una fotografía que le tomó el fotógrafo Albert Kerstna, que puso a la venta y que muchos tablaos españoles y extranjeros compraron para usar en sus anuncios. “Incluso un amigo mío promocionó su plataforma de guitarra flamenca con esa foto, sin reconocerme, pensando que esa chica se parecía mucho a mí”, cuenta riéndose.

Flamenco Estonia

La escuela está fuera del centro de la ciudad, escondida detrás de una gasolinera. Consta de dos grandes espacios, un vestuario y la sala en la que se baila (una hora por clase), además de un aseo y una pequeña habitación que hace las veces de oficina. La sala principal está decorada con fotografías de flamencos reconocidos, con acreditaciones de espectáculos a los que ella ha acudido y con los diplomas que han ganado sus alumnas en diferentes concursos de baile. Las alumnas, unas 100 en total y repartidas en diferentes niveles (iniciación, medio 1, 2 y 3, avanzado y profesional), bailan frente a un espejo, dando la espalda a cuatro grandes ventanas con vistas a la calle. Durante las clases hay veces que suena la música y las alumnas bailan por su cuenta y, otras, RääK apaga la música y da las instrucciones en estonio. Marca los pasos, hacen uso del abanico, de sus faldas y taconean.

El suelo está cubierto por tablones de madera comprimida. Aunque en Estonia hay muchísimos árboles —más que un país parece un bosque—, RääK cuenta que casi en ningún sitio hay un suelo adecuado para bailar flamenco. Ha bailado sobre hierba, adoquines, piedra caliza, cristal, alfombras... hasta sobre un bloque de hielo en el Báltico. “Una vez me dijeron que me iban a preparar un escenario especial sobre el que bailar. Hasta que mi pierna derecha no se hundió a la altura de la rodilla, no vi que se trataba de un tablao construido con escayola. Como no me hice daño seguí bailando, eso sí, evitando el agujero que yo misma había hecho”, recuerda.

Detalle del estudio de la bailaora Maria RääK, en Tallin (Estonia).

El último sitio especial en el que ha bailado fue el verano pasado en el parque Kadriorg de Tallin. Compartió escenario con una orquesta local y José Serrano, primer bailarín de la compañía de Sara Baras durante muchos años.

RääK y sus alumnas compran los vestidos, el calzado, los abanicos y las castañuelas en España: en Sevilla y en Jerez, durante el festival anual de flamenco. “Una vez me pararon en el control de seguridad del aeropuerto de Praga y me pidieron abrir la maleta porque se había detectado ‘un objeto desconocido’. Resultó que el objeto desconocido eran mis castañuelas. Les expliqué qué eran, pero no les convencí. Entonces decidí hacerles una demostración y empecé a tocarlas. Detrás de mí había un grupo de gente de Sevilla y empezaron a tocar las palmas, a cantar y a bailar sevillanas. Finalmente, me dejaron pasar”, cuenta. En una ocasión quisieron contratar a su compañía de baile, pero cambiando el vestuario por uno más ligero, a lo que ella respondió que “el striptease por bulerías” no encaja con su “concepto artístico”.

Escuela Arte Flamenco Tallin

Sus alumnas son más adultas que jóvenes y no hay hombres. En el pasado tuvo alumnos, pero dice que no duran mucho. Preguntada sobre qué impulsa a sus alumnas a matricularse en clases de baile flamenco, menciona el exotismo con el que se asocia al flamenco, el interés por descubrir otra cultura, otras formas de expresarse. “Algunas vienen porque están estudiando español y quieren descubrir más aspectos de cultura española. Algunas porque es uno de los pocos estilos de baile en el que no es necesario venir en pareja, como sí requieren el tango argentino y los bailes latinos”, explica. El flamenco trasciende y RääK ha contagiado su amor por la cultura española a otras compatriotas. Esta escuela y sus alumnas así lo certifican.

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