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Sin incidentes en el primer día de control de acceso a Barajas: las personas sin hogar entraron antes de la hora de cierre

AENA inicia las restricciones anunciadas para entrar al aeropuerto, donde solo permanece abierta una puerta por cada terminal. La presencia de personas sin hogar se reduce respecto a días anteriores.

Controles de acceso en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, este miércoles por la noche.
David Expósito

A las 21.00 de este miércoles han comenzado las restricciones anunciadas por AENA para acceder al aeropuerto de Barajas, orientadas sobre todo a las 400 personas que hasta ahora pernoctaban en las instalaciones. El operativo, según los sindicatos del departamento de seguridad, era de 22 agentes, aunque da la impresión de que se ha movilizado a muchos más. A partir de ahora, nadie que no porte una tarjeta de embarque, el tícket del párking o algún tipo de salvoconducto, podrá acceder al interior de las terminales. Esta fórmula se aplicará diariamente hasta las 5 de la mañana cuando reabre el metro y la Renfe.

Antes de la hora prevista, sobre las 20.00, en la salida del metro de la Terminal 1, 2 y 3 ya habían 6 vigilantes de seguridad dispuestos en fila como si fueran un muro de contención. “¿Sabes lo que tienes que hacer?“, le preguntaba el encargado a uno de sus agentes. ”Sí, ser educado pero contundente, si no tienen tarjeta de embarque, fuera", respondía el otro. Lo cierto es que apenas se han registrado incidentes. Una buena parte de personas sin hogar han sido previsores y llegaron a Barajas antes del toque de queda.

“Estábamos avisados. El problema es que ahora nos obligan a decidir entre comer y dormir. Si la cena nos la dan a las siete y media, llegamos muy justos, por eso muchas personas ni han venido”, se lamenta Marcelo Montoya en el interior de la T-2 después de acceder por una puerta trucada que él mismo se encargó de descubrir la noche anterior en vista de las restricciones. El hombre explica que se ha convertido en una persona que “va de fila en fila”. Después de todo el día caminando, Marcelo se coloca a las cinco de la tarde en la cola de la iglesia Ave María, en la Plaza de Jacinto Benavente, normalmente en tercera o cuarta posición. Una vez entra, agarra el bocata que le dan los religiosos y sale corriendo hacia la Corredera Baja, donde de nuevo se pone a esperar.

Como explica Marcelo, a las siete y media se abre de nuevo la veda y allí recoge otro bocadillo, uno que le llevará a su “compañero de habitación”, un argentino que duerme dentro de una especie de caparazón de cartón. Este miércoles, Marcelo ha renunciado a este segundo alimento por miedo a no llegar a tiempo, de modo que en lugar de tener un bocadillo para cada uno, la pareja compartirá el único que ha conseguido. “En esto que nos están haciendo se nota la malicia. Yo no sé de quién o de quienes, pero están llenos de maldad”, denuncia mientras mira tras los cristales. “Yo porque me he preocupado de encontrar los agujeros. Si no, ¿a dónde vas? Por suerte, desde que estoy aquí he tratado de encontrar todas las salidas posibles, por si tengo que huir de un incendio, de una reyerta, de una bomba... Más importante que entrar es saber salir de aquí“, manifiesta.

A su lado empiezan a aparecer otras personas sin hogar habituales del lugar. Muchos aparecen por las vías ordinarias, otros han encontrado puertas secundarias como Marcelo, entradas por el párking, en las salidas de emergencia. Hay una pareja, dos hombres de unos 60 años, que se jactan de haber entrado a la fuerza por el control del metro. “Les hemos dicho que antes de echarnos, tienen que aprenderse la ley. ¡No te jode! Que esta es mi casa“, dice el que asegura llamarse Fernando.

Durante toda la jornada se ha podido percibir una importante expectación. Además de los medios de comunicación, muchos trabajadores de AENA que no tenían como cometido controlar los accesos han sido movilizados para la ocasión. La importancia que AENA le ha dado a este miércoles era tal que durante la mañana un miembro de la compañía llamó a Gaspar García, coordinador del proyecto Despega de la Asociación Bokatas, que ha estado atendiendo desde hace 10 años a las personas sin hogar del aeropuerto. La misión de García ha sido en esencia la de ser testigo y ver que todos estuvieran bien. Con discreción se ha paseado por las cuatro terminales, analizando dónde estaban los accesos y hablando con algunos de los habituales, quienes desde hace días le contactaban por teléfono para preguntarle qué había de cierto en las noticias que se podían leer en la prensa. “¿Esto de Barajas se acaba?, ¿nos van a echar?“, dice que le consultaban. ”Yo lo que veo son personas tristes. Personas a las que primero les quitaron los enchufes, luego les quitaron los asientos, luego les arrinconaron, y ahora les quitan un techo. Lo que tienen es lo que ves. La tensión y el estrés que acumulan es muy grande. Por encima de todo, son personas vulnerables", reflexiona.

En la Terminal 4, donde mayor número de personas se concentraba, en la planta 1 apenas puede verse 30 o 40 cuerpos tirados y arropados en el suelo. Uno de los encargados de ejecutar el filtro es Eduardo —nombre ficticio— un vigilante de unos 35 años ubicado en los tornos del metro. Eduardo, con suma educación, le explica casi en susurros, sin mirar casi a la cara a su interlocutor, que sin salvoconducto “debe darse media vuelta”. El hombre, que venía a dormir pasadas las 11 de la noche, acepta la derrota y vuelve el subterráneo. Eduardo se queda pensativo en la superficie. Parece estar haciendo algo que no le gusta demasiado cuando comenta:

—Espero que esto no sea por gusto. Hacerlo uno o dos días no tiene efecto, tendrá que ser consecutivo. Para estas personas el aeropuerto es su casa, es como si les hubiéramos desahuciado. Yo al menos intento hacerlo con educación.

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Sobre la firma

David Expósito
En EL PAÍS desde 2018. Su trabajo está centrado en la crónica y el reportaje local para la sección de Madrid, donde ejerce como fotógrafo y redactor. Anteriormente, también ha sido editor gráfico en la sección de Fotografía y en Suplementos. Es coautor del libro 'Utopías urbanísticas. 44 paseos por las colonias de Madrid'.
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