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Sónar, el festival de autor que se queda sin sus autores

Especialistas y artistas que han vivido de cerca el festival rememoran su pasado y arriesgan opiniones sobre su futuro

Lo sabemos, pero solo nos sobresalta cuando ocurre: todo tiene su fin. La voluntaria retirada de los tres directores del Sónar, Ricard Robles, Enric Palau y Sergio Caballero tras concebir y pilotar su criatura desde 1994, ha causado conmoción. Ahora llega la incertidumbre y las preguntas sobre el futuro de un festival que además, en la próxima edición y por primera vez en su historia, compartirá espacio en su vertiente diurna y nocturna. La separación física y conceptual de ambas era una de las marcas del acontecimiento que comenzó como una plataforma de difusión musical y ha evolucionado hacia la reflexión sobre la tecnología y la incorporación del arte multimedia. El Sónar, un festival de autor, se ha quedado sin sus autores.

“Puso a la Barcelona en el mapa mundial de la electrónica, antes era una ciudad que simplemente no existía”, asegura Ángel Molina, el disc-jockey nacional que más veces ha actuado en el festival y quizás sólo por debajo de Richie Hawtin entre los internacionales. “Desde el punto de vista profesional en un momento, los años noventa sin internet, era la mayor plataforma de promoción artística que existía y mi carrera ha ido paralela a la evolución del festival. Como público no me he perdido ninguna edición”. Para Luís Lles, reputado periodista musical y gestor cultural que dirigió durante más de 20 años el festival Periferias, suprimido por PP y Vox en Huesca, y que ahora comanda Extrarradios, un festival aún más periférico al lado de Huesca, recuerda: “Era un sueño, casi un espejismo que traería a mis ídolos de la época. Era como habitar la nada. Me comunicó la idea el mismo Robles, habíamos escrito juntos un artículo sobre New Order. Luego colaboré en la redacción de los catálogos del festival. Su aparición fue un acontecimiento muy importante”.

En parecidos términos se manifiesta Oriol Rosell, divulgador cultural, ensayista, profesor de Historia de la Música Electrónica y excolaborador del Sónar, festival en el que también llegó a actuar: “Trajo a Barcelona propuestas que de otra manera no se hubiesen visto, marcó un antes y un después en nuestra modernidad y supuso una sacudida en la escena no solo de clubs, sino también de galerías de arte y museos. Y al bajar del escenario tenías el pago en la cuenta”.

Por su parte, Javier Blánquez, periodista y autor de la obra referencial Loops, Historia de la Música Electrónica Siglos XX y XXI, reconoce: “Junto a discos y libros, fue la mejor educación musical de mi vida, aprendí y orienté mi gusto en el festival. Normalizó todo lo relacionado con la tecnología en los 90, un momento de suspicacias al respecto, expandiendo la música electrónica en torno al ocio y alejándose de los sonidos entonces mayoritarios”.

Todo esto ocurría a finales de los noventa, aquí el despuntar de la electrónica. Esgrimía nuevos lenguajes, instrumentaciones invisibles entonces extrañas y otras maneras de concebir el directo. Y todo el mundo era más joven entonces. Todo ello sustenta una sensación generalizada de que, más allá del tópico de “el primer disco fue el mejor”, sitúa esa época como lo más destacada del festival. Entre los implicados, Josep Ramoneda, entonces director del también recién creado Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, que acogió al festival en su faceta diurna hasta 2013. “Además de la complementariedad de sus perfiles y de su solvencia profesional y rigor artístico, lo que plantearon Ricard, Enric y Sergio era muy significativo, nada menos que llevar a un museo algo tradicionalmente vinculado a las discotecas. Fue inhabitual, particular, guardo buenísimos recuerdos de la época”.

Las noches en la Mar Bella

Sin despreciar el día, Lluís Lles, que no se ha perdido ninguna edición del festival, recuerda las noches en la Mar Bella. “Kraftwerk, Daft Punk, ver a Jimi Tenor entrar en caballo allí, un CCCB donde aún se podía estar y con muchas propuestas de riesgo, fue una época magnífica”, opina. En parecidos términos se manifiesta Javier Blánquez “entonces lo experimental y lo lúdico comenzaron a integrarse con naturalidad, sin excluirse, dialogando, y ver a Orbital, a Laurent Garnier a Jeff Mills era entonces increíble. Luego la música y el festival fueron cambiando, se hizo más comercial, en el buen sentido del término, llegó a más público y estaba acorde con los tiempos y la evolución de la música y de la industria”.

Para Oriol Rosell esta fascinación por los comienzos tiene un contexto: “Habríamos de fijarnos en la evolución de la escena musical electrónica, que igual que la música de guitarras pop y rock, ha entrado en una posterior crisis tras los momentos de gloria entre los 90 y primeros dos mil, en que cada implementación tecnológica suponía novedades estilísticas y artistas diferentes. Desde entonces los discursos alternativos de la electrónica han entrado en un momento de reiteración y nostalgia”.

A Lles estos recuerdos no le hacen olvidar que, bajo su punto de vista, el festival ha ido diluyendo su personalidad y atractivo con el paso del tiempo. “El Sónar estaba un poco en decadencia, los últimos tiempos no han sido tan relevantes y los momentos gloriosos, que siempre ha habido, no han sido tantos como antes. Por otro lado, durante el día las propuestas no han sido tan experimentales y por la noche, y eso me duele, se veían pocas cosas interesantes, mucho techno zapatillero sin tanto interés. Al comienzo yo prefería el día, luego hubo una época en la que la noche ofrecía cosas maravillosas, rompedoras e importantísimas al mismo tiempo. Eso no pasaba ya en los últimos años. Está claro que todo en la vida es cíclico y ahora el Sónar estaba en fase de declive”.

“La primera etapa fue la mejor”

Rosell, para quien también los primeros años son los más recordados, cree que “el festival creó vínculos con su público y los señores y señoras de nuestra edad lo sentimos como muy propio, por lo que cuando siguió su camino de acuerdo con su propia contemporaneidad pensamos que ya no es lo que era, que no era nuestro Sónar. ¿Qué nos parecería si tuviésemos 24 años? El festival ya ha programado Aphex Twin, Orbital, Autreche ¿qué relevo hay?”, se pregunta. Por su parte, Javier Blánquez confirma: “La primera etapa fue la mejor, no porque aquella música me guste más, sino porque era momento de descubrimientos. Más tarde el propio festival comenzó a recuperar artistas del pasado como Madness o Chic. Al comienzo eso no era necesario porque no era preciso mirar al pasado”.

Ángel Molina se manifiesta en términos parecidos al afirmar: “Hay quien critica la disminución de lo experimental, lo que puede ser cierto, pero los tiempos cambian y no podemos obviar lo que hoy suena y la evolución de la propia música, que ahora pauta la fusión de la electrónica con otros estilos. Creo que el festival ha tenido el mismo objetivo, vivir el presente pese a los homenajes al pasado. Es un reflejo de la electrónica actual, nos guste más o menos. Además puedes arriesgar cuando en los escenarios no tienes a 10.000 personas. Otra cosa es que personalmente no encuentre hoy tantas propuestas interesantes como en los comienzos”.

Blánquez señala el área congresual como epicentro del riesgo del Sónar contemporáneo: “El carácter de exploración se ha mantenido, pero no tanto en la programación musical, cada vez más parecida entre día y noche, como en el Sonar +D y en la difusión de ideas nuevas vinculadas a la tecnología. Curiosamente, creo que el público del Sonar+D no se mezcla con el resto, tal y como lo hacían los demás públicos. En lo relativo a la programación musical lo explorador se ha ido perdiendo”. En este sentido, Lles puntualiza: “Es cierto que hoy no se descubre un estilo electrónico mensual, como hace 30 años, pero una cosa es que no haya tendencias novedosas y otra que no haya personalidades importantes y novedosas. Podían estar en el Sónar y no estaban. En especial tras la pandemia, la noche solo se dedicó al hedonismo, que me encanta, pero era hedonismo sin aportación y los perfiles día y noche se parecían cada vez más”. Blánquez añade que “ha habido cosas interesantes y recientes que no han pasado por Sónar y sí por otros sitios”.

Y en esas, los directores del Sónar lo dejan. ¿Sorpresa? “En absoluto”, asegura Ángel Molina, “soy amigo de los tres y uno de ellos me lo había dicho hace año y medio. Incluso me sorprendió que siguiese esta edición. Lo que me ha parecido muy bien es que los tres hayan hecho equipo hasta a la hora de marchar. Y la crisis de la última edición no ha contado en una decisión que se cocía desde hace tiempo”. Lles indica que al comienzo se sintió sorprendido, pero ahora lo ve hasta cierto punto natural: “30 años son muchos años y lo de esta edición les puso en una situación muy incómoda, ya que les tocó la lotería de los fondos malos de inversión, el muy malo. Otros acontecimientos tienen fondos supuestamente mejores. A ellos les tocó el peor y en el peor momento”. Oriol Rosell, también relacionado personalmente con uno de los directores, se apunta a la opinión de Ángel Molina al decir: “No creo que haya sido una decisión condicionada por la polémica de esta edición, pero si lo hubiese sido tampoco me parecería mal”.

Josep Ramoneda es más categórico: “Creo que se les había escapado un poco de las manos y lo han dejado antes de que sea demasiado tarde. Pienso que eran conscientes de que su tiempo había pasado cuando vendieron la empresa. Debían pasar página y lo han hecho al creerlo conveniente. Podrían haberlo hecho antes, el momento Sónar con todo su sentido hacía tiempo que había caducado”.

A estas alturas, lo único evidente es que el festival de autor ya no tiene a sus autores, ¿El futuro? Luís Lles, quien llegó a sugerir a Sergio Caballero ser la imagen del festival dado que no se ha perdido una edición entrando cada jornada a primera hora y saliendo de madrugada, dice: “Si marchan quienes han creado un festival tan personal es muy difícil que se mantenga la chispa, el impulso, la mirada. Pasó en el FIB, por ejemplo. Igual no pierden el público, pero sí la filosofía y el espíritu. Sónar eran ellos”. Blánquez comparte las dificultades que se presentan tras lo que califica de “pérdida importantísima” y añade la unificación de espacios como un problema con agravante. “No la afrontarán quienes nos hicieron olvidar la Mar Bella y el CCCB con su diseño de nuevos espacios. Y encima un Sónar fuera de la trama urbana, es como si no formase parte de la ciudad con la que siempre ha estado físicamente vinculado” Oriol Rosell apunta a la idea central: “Puede mantener el nombre, pero para bien o para mal, ya no será lo mismo, ya no será el Sónar. Siendo un festival tan personal, es normal que su marcha afecte de manera notable. Sin el autor solo queda el festival, el que se había hecho imprescindible casi más por el criterio de programación que por el cartel mismo”. En lo que hay coincidencia es en avistar un futuro más comercial y hedonista que no descarta un aumento de público.

Lo resume Ángel Molina. “A medio-largo plazo creo que será más comercial y se irán diluyendo las propuestas menos amables y esquivas”. Protagonizó en la reciente edición una de sus mejores sesiones allí, oscura, arriesgada, dañina, “había algo que me decía que sería la última” y conecta el cable generacional: “Como público, llevaba tiempo pensando cuándo me apeaba del festival, hay una renovación de perfiles que me hacen sentir que no encajo. Igual esto es lo que necesitaba para dejarlo”. Es hoy cuando adquiere todo su sentido la imagen del festival en la edición 2011, la del lema “se vende”. El Sónar, premonitorio hasta en eso.

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