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Las Gorges de Carançà: una profunda senda excavada en la roca que desafía el miedo a las alturas

Una vertiginosa cornisa, puentes colgantes y pasarelas elevadas recorren los pies del macizo del Canigó, entre Occitania y la Cataluña Norte

Excursionistas atraviesan las Gorges de Carançà, en el Pirineo francés.

Ajeno al paso del tiempo, el emblemático Train Jaune (Tren Amarillo) serpentea desde 1910 por los estrechos valles franco-catalanes de los Pirineos Orientales, entre Vilafranca de Conflent y la Tor de Querol. A lo largo de 63 kilómetros, esta vieja línea transpirenaica atraviesa paisajes de postal como la villa fortificada de Mont-Louis, que se eleva a 1.600 metros, siendo así uno de los municipios habitados más altos de Europa y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Una vez deja atrás la belleza de la antigua fortaleza, el tren se adentra en las montañas hasta llegar a Toès i Entrevalls, un diminuto pueblo situado a los pies del macizo del Canigó. En este remoto punto de la frontera natural entre España y Francia se esconden las Gorges de Carançà que, en su camino hacia el refugio ubicado a 1.800 metros de altitud, recorre una profunda senda que desafía el miedo a las alturas.

Excavada en 1943, la elevada cornisa permitió el transporte de materiales y obreros durante la perforación del túnel que capta las caudalosas aguas del río Carançà para alimentar la planta hidroeléctrica de Toès. Casi un siglo después, la fisura permanece intacta y sirve a los apasionados del senderismo para aliviar su necesidad de adrenalina. Inaccesible en las semanas centrales del invierno por el elevado riesgo de resbalones y accidentes, en la época estival el deshielo abre paso a una rica biodiversidad por la que transitar sin necesidad de aptitudes técnicas.

DVD 1275 16/07/2025 - Francia  -  Excursion de montaña en Les Gorges de Carançá, en el Pirineo frances, en el munbicipio de Thuès entre Valls.   Foto: Massimiliano Minocri

Nada más abandonar Toès, a 1.000 metros de altitud, una cascada de 20 metros de altura, que viene y va en función de si las lluvias estivales son abundantes, bautiza el inicio del camino. Durante los primeros metros, las imponentes paredes de roca asfixian el camino que bordea el río y se ciernen sobre las cabezas de los senderistas hasta llegar a un cruce de dos senderos. En sentido a las agujas del reloj comienza una pronunciada cuesta alejada del río que remonta 500 metros de desnivel positivo a lo largo de la cual puede contemplarse una vista panorámica de la profunda fisura al otro lado de la garganta. Siguiendo las caóticas formaciones rocosas, el sendero vuelve a descender hasta volverse a entrecruzar con el curso fluvial para así remontar la corriente a través de un entramado de puentes colgantes y pasarelas elevadas.

Dos senderista cruzan uno de los puentes colgantes que conforman la ruta de las Gorges de Carançà.

En este tramo, el bosque parece no inmutarse ante el paso de las estaciones. La aridez del camino pedregoso se transforma en un húmedo musgo que lo invade todo a su paso. La vegetación se torna densa y la tierra queda cubierta por un espeso y amarillento manto de hojarasca. En cruzar el primer puente, de poca confianza por su mal estado, el rastro del sendero se disipa entre las rocas que hay que sortear y tras las que se esconden marmotas y culebrillas de charca en busca de alguna pequeña presa.

Unos 200 metros más adelante, el cauce del río se vuelve tan angosto que hay que atravesarlo en zigzag por otro conjunto de pasarelas elevadas de metal y un sin fin de puentes colgantes. Una vez salvados los pasos en las alturas, el camino vuelve a hacerse evidente y comienza una tramo final de tres horas que conduce en dirección sur hasta el refugio de Carançà. Por un módico precio, los excursionistas pueden pasar allí la noche a 1.840 metros de altitud y degustar platos deshidratados y el tradicional pastel de pastor.

Al romper el alba, la travesía continúa otros cinco kilómetros hasta alcanzar el Estany de Carançà, a 2.264 metros de altitud, cuyas oscuras aguas están custodiadas por imponentes cimas como el pic de l’infern (2.870m), el pic de la Fossa del Gegant (2.807m) y el Bastiments (2.881m). La leyenda apela al explorador a desconfiarse del estanque. También bautizado como estanque de las Truchas, los relatos populares cuentan que alberga brujas en sus profundidades convertidas en enormes peces.

Cuenta otro mito que si el caminante desahogado trata de pescar en él, deberá evitar lanzar piedras al estanque porque desencadenaría terribles tormentas de escarcha. Este relato fue el que dio nombre a la vecina Coma de l’Infern, en referencia a la cresta más alta del valle de Carançà, cuyas tierras están sometidas al diablo y a sus secuaces.

El río Carançà baja caudaloso en su paso por Toès i Entrevalls.

Atrás quedan los arroyos y humedales. El paisaje cambia radicalmente a medida que el excursionista gana altura y a la aridez le suele acompañar un fuerte vendaval. En este paraje baldío, el escritor francés Émile Pouvillon (1840 - 1906) escribió en su obra póstuma Terre d’Oc:

Es la cima del valle, el fin del mundo.

Ni un árbol, ni una maleza en perspectiva,

ni la más ligera traza de vida vegetal o animal.

La hierba está muerta, el hombre está ausente,

la montaña misma no es más que un esqueleto en descomposición,

mordisqueado por los elementos.

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