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El monte ondulado del Puigmal, el gigante que el poeta Jacint Verdaguer convirtió en leyenda

La cima de 2.910 metros, la más alta de la Gran Olla que rodea el valle de Núria y la tercera más elevada del Pirineo Oriental, forma parte de las recomendaciones de EL PAÍS para este verano

Subida a la cima de la montaña Puigmal, 2.910 metros, por el lado francés.

Gigante convertido en cima, el Puigmal es el único vestigio de un antiquísimo relato del Pirineo catalán sobre el paso de la vida nómada de las glaciaciones a la implantación de la ganadería en un mundo más cálido. Situada entre los términos municipales de Queralbs, en la comarca del Ripollès y la comunal de Err, en la Alta Cerdanya, y con 2.910 metros de altura, se alza como la cima más alta de la Gran Olla que rodea el valle de Núria y la segunda de la provincia de Girona. Su ondulada cresta hace de frontera natural entre España y Francia. Es así una de las cuatro recomendaciones que hace EL PAÍS este verano para los amantes de la montaña alrededor de la geografía catalana.

Si bien la mitología catalana no es ampliamente conocida, Jacint Verdaguer, el gran poeta del siglo XIX en Cataluña, se adentró en la cordillera pirenaica los veranos de 1882 y 1883 como inspiración para cristalizar su gran poema épico Canigó. En su periplo coronó cimas tan simbólicas como el Carlit, el Aneto, la Pica d’Estats o la que dio nombre a la obra, pero entre sus 4.000 versos hubo lugar para referencias a las leyendas del Puigmal.

Vinculado a los dioses que transmiten la sabiduría, para proteger la fauna y erradicar el hambre entre los hombres, Puigmal les enseñó a ordeñar y hacer quesos. Dice la leyenda que, al cesar la cacería, bestias y personas convivieron sin miedo hasta el día que al “Mal Cazador” se le desvelaron atávicos instintos y desenterró las armas, pero todavía hay gente que se esfuerza por recuperar aquella vieja armonía. Y es que el Pirineo catalán es conocido por ser un punto de encuentro no solo físico, sino cultural, y en especial la Alta Cerdanya, donde por siglos han convivido franceses y catalanes después de que la comarca quedase dividida en dos por el Tratado de los Pirineos en 1659.

La cima puede alcanzarse desde puntos distintos. La ruta clásica, que da inicio en el Santuario de Núria; desde Fontalba, en Queralbs; o desde Planoles por el Collet de les Barraques. Pero solo uno de los ascensos parte desde el valle de la Ribera de Err, en el lado francés.

La ruta comienza a los 1.800 metros, justo a los pies del telesilla de la ya abandonada estación de esquí que tras nueve años de infructuosos intentos de reabrir, cerró definitivamente sus puertas en 2023 al no poder saldar sus deudas. Una vez allí, empieza un sendero dirección este que bordea el curso de la ribera de Err y que, ajena a las sequías, siempre corre generosa en su travesía por el valle de Aiguaneix. En este primer tramo, el eco de las marmotas que corretean entre arbustos confunde a los excursionistas, quienes suelen alzar la vista al cielo en busca de algún buitre quebrantahuesos.

Excursionistas ascienden por a ribera de Err, que transcurre por el valle de Aiguaneix.

El curso del agua conduce hasta una pequeña fisura en las rocas, a 2.000 metros, desde donde brota el agua que deriva del nacimiento del río Segre, al otro lado del valle, por el oeste, en el collado de Finestrelles. En este punto, el verde empieza a disiparse y las rocas dolomitas pasan a dibujar un paisaje marciano que a muchos les recuerda a pasajes de películas de Stanley Kubrick o de J.R.R. Tolkien.

Es entonces cuando el valle tuerce al oeste por una acusada pista entre las canteras de roca hasta llegar al cuello de botella que conforman las tres cumbres que coronan el voluptuoso macizo. Al oeste, el Puigmal de Llo (2.800 metros), un pico que destaca entre las ondulaciones por su pronunciado aspecto en forma de colmillo. Y al este, el Pico del Segre (2.843 metros), a medio camino de la última cima. Ahí los pulmones deciden, pero la opción de remontar la cresta hasta la gran cruz de hierro que corona el Puigmal ofrece un paisaje monumental a lado y lado de la frontera, donde Verdaguer inmortalizó con maestría la forma con la que el horizonte se ensancha en las alturas:

De puig en puig pel coll de Finestrelles

s’enfilen de Puigmal a l’alta cima;

tota la terra que el meu cor estima

des d’ací es veu en serres onejar:

Olot i Vic, Empúries i Girona,

i allà, en lo cor de l’espanyola Marca,

lo Montserrat, de quatre pals com barca

que d’Orient la Perla ens ve a portar.

Excursionistas llegan a la cima del Puigmal, a 2.910 metros, donde se sitúa la gran cruz de hierro.

Tras una última hora de ascenso por un mar de rocas y un total de 1.200 metros de desnivel positivo, puede divisarse ya la gran cruz de hierro adornada con la olla que representa el valle de Núria, y a sus pies, una placa que lee unos versos del poeta catalán:

Lo vell Puigmal

d’espatlla rabassuda

es l’arx d’aqueixa altiva fortalesa,

que en set cents anys

lo sarraí no ha presa.

Antes de desandar lo andado y concluir cinco horas de ruta, merece la pena contemplar la panorámica en la cima, que no deja a nadie indiferente. Si la densa nubosidad que suele acumularse de forma repentina en la parte alta de la montaña se disipa y el viento amaina, en ocasiones puede avistarse en dirección sureste la sagrada montaña de Montserrat, el macizo del Pedraforca, la afilada cresta del Cadí o incluso la torre de Collserola que corona Barcelona. Y al noreste, el Pic del Infern, el Canigó o el Balandrau, donde Verdaguer puso su mirada para poner punto y final a su homenaje a la cordillera.

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