El hombre que quiere reconstruir Àrreu, el pueblo sepultado por la nieve: “La montaña me da todo lo que necesito”
Eloi Renau, un artesano barcelonés que trabaja la madera, se trasladó en plena pandemia a la aldea para repoblarla tras más de 40 años deshabitada

La Nochebuena de 1803, Àrreu quedó sepultado por una avalancha de nieve sin precedentes en el Pirineo catalán. La montaña se cobró la vida de 17 de sus 88 habitantes. Los supervivientes, lejos de resignarse a abandonar el angosto valle de Àrreu, trasladaron el poblado a los pies de una cornisa más segura, a 1.250 metros de altitud. Pero la falta de carreteras, el clima hostil y las disputas entre sus habitantes por modernizar el pueblo acabaron con su abandono definitivo en 1981, cuando la familia Golet, la última que quedaba, se marchó. No fue hasta 1994 cuando un grupo de cuatro amigos de Barcelona, apasionados de la escalada y con voluntad de cambiar de vida, descubrieron la localización. Entre ellos se encontraba Eloi Renau, un artesano de 57 años que trabaja la madera. Desde hace cinco inviernos es el único habitante de Àrreu.
“El primer intento de asentarnos nos demostró que no estábamos preparados. Era otoño y el invierno acechaba. Uno a uno nos fuimos dispersando por la zona y al final solo quedó Maria Àngels”, cuenta Renau. Maria Àngels, apodada por sus amigos como Dimònia, aguantó tres años, pero el cambio de modelo económico del Pirineo leridano acabó expulsándola. Baqueira Beret, la mayor estación de esquí alpino de la cordillera pirenaica, pretendía ampliar sus instalaciones hasta el valle de Àrreu. Renau vivía en Llavorsí, un pequeño municipio del Pallars Sobirà situado a 25 kilómetros de Àrreu. En plena pandemia de covid-19, convencido de que quería afincarse definitivamente allí, Renau lo logró. “Un grupo de documentalistas, junto al Consell Comarcal de les Valls d’Àneu, quería ayudantes para hacer un reportaje sobre Àrreu y no dudé en colaborar”, dice.
“En ese momento el ayuntamiento —Àrreu pertenece al término municipal de Alt Àneu—, junto a la consejería de Agricultura, Ramaderia i Pesca, empezó a construir la pista forestal que lleva hasta esta localidad escondida, y vi que era la oportunidad perfecta de instalarse en una de las cinco casas y reformarla”, cuenta Renau. “El traslado fue difícil al principio porque coincidió con el confinamiento por la pandemia, pero poco a poco el proyecto fue saliendo. Aunque es cierto que sin la ayuda de los animales esto sería imposible”, reconoce acariciando a Cahina y Pala, sus dos perras pastoras. Para este artesano, sus animales lo son todo, pues sin ellos la conservación del territorio es inconcebible. “Solo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado, y el último pez atrapado, te darás cuenta de que no puedes comer dinero”, dice en referencia a la frase convertida en proverbio que el jefe indio suwamish, Noah Sealth, trasladó al expresidente estadounidense Franklin Pierce.
Renau otea las profundidades del bosque con sus grandes prismáticos en busca de Sura, Aska y Auró, sus tres yeguas. Hace tres días que no las ve, pero a veces pueden ser semanas. Trabaja la madera, pero matiza que solo se dedica a transformarla. Siempre lo hace con la ayuda de los caballos, encargados de cargar los troncos desde las alturas. “La montaña me da todo lo que necesito. Aquí hay una madera espectacular, y lo único que hago es limpiar el bosque y regenerarlo”, aclara. “Únicamente trabajo con la madera del entorno, que me da para abastecer las necesidades de la casa y el taller”, explica mientras muestra uno de sus cuencos decorativos de nogal y un ungüento producido con cera de abeja para su conservación.
Cada jornada de trabajo de Renau empieza a las 7.00. Lo primero es alimentar a los animales y comprobar que están bien. El paseo hacia las profundidades del bosque en busca de sus yeguas es imprescindible. Analiza el estado de los árboles aunque, como dice, los fruteros son intocables, y señala un manzano centenario que fácilmente podría confundirse con una sequoia australiana por su anormal tamaño. El autoabastecimiento es la base de su subsistencia. Dispone de placas solares, baterías y un generador para el invierno con los que hace funcionar la casa y el taller. “Decidí ser autónomo energéticamente y apuesto por la autosuficiencia. Cada cosa que pueda gestionarme por mi cuenta, mejor”. El agua tampoco es un problema para Renau. De camino a la ermita románica de la Virgen de las Nieves brota un agua cristalina y repleta de minerales procedente de un manantial al otro lado del valle. Renau se agacha, llena las palmas de sus manos y se la lleva a la boca. “No hay un agua mejor”, bromea. Una vez ha hecho su ronda matutina, dedica el resto del día a trabajar en su taller.

Renau apuesta por un modelo de territorio alejado del negocio del ladrillo y la masificación turística, algo a lo que Àrreu se ha enfrentado desde su despoblación definitiva. Conoce bien el territorio, pues durante más de 20 años se dedicó a los deportes de montaña, pero aboga por un modelo sostenible que respete la esencia del valle. “Debemos buscar un equilibrio. No puede ser que los caciques nos machaquen con amenazas de construir en masa, como el caso de los 150 apartamentos turísticos que se proyectaron el año pasado en Sorpe, un municipio de 43 habitantes ubicado a dos kilómetros de Àrreu”, denuncia. El proyecto finalmente quedó paralizado gracias a las alegaciones que la Comissió d’Urbanisme del Pirineu presentó ante el Consell Comarcal. “La acumulación de alquileres de temporada en el Pirineo repercute directamente en quienes de verdad quieren asentarse aquí”, subraya.
En la misma línea, Laura Tristan Duplà, alcaldesa de Alt Àneu, apuesta por proteger Àrreu como patrimonio cultural y ambiental del Pirineo occidental. “El único planteamiento que contemplamos para Àrreu es un plan de preservación de las fachadas. Son historia del valle y así deben permanecer. Como ayuntamiento, lo que no queremos es que se cometan atrocidades urbanísticas en esa zona”, apostilla Duplà.
Vivir alejado de los núcleos urbanos no le mantiene al margen de la vida comunitaria. Las demandas de Renau, que es miembro de la recién constituida Assemblea Popular de les Valls d’Àneu, según cuenta, no son incompatibles con la regeneración y repoblación de Àrreu. De hecho, su principal fuente de ingresos es la venta de sus piezas artesanales. Los fines de semana monta una pequeña parada frente a su taller a la que acuden los excursionistas que transitan por el valle. “Tampoco quiero que venga demasiada gente. Quiero que venga la que ya va pasando. Esto no es una atracción turística. Me satisface que la gente conozca Àrreu, pero no es un lugar preparado para recibir grandes acumulaciones de gente, y así debe mantenerse”, defiende.
La soledad es otra de las batallas que libra. A pesar de vivir completamente solo, su soledad no es deseada ni voluntaria. “Claro que me gustaría repoblar Àrreu, pero como digo siempre, debe ser con un fin. No todo vale. Me gustaría que si viene alguien sea para de verdad preservar este paraje natural y que contribuya a un proyecto comunitario con respeto por los oficios artesanales”.
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