La fuente de Glòries, el incivismo y el ‘fail’ del diseño guay
Para los arquitectos el surtidor era un lugar donde reflejar la Torre Glòries sobre el agua pero algunos ciudadanos han decidido cogerse el diseño por su cuenta


El Ayuntamiento de Barcelona ha tenido que cerrar la fuente ornamental del flamante parque de Glòries porque muchos ciudadanos la han confundido con una suerte de piscina pública. Pese a los carteles de “prohibido bañarse” y a la existencia de otra zona de agua -en este caso legal- a muy pocos metros, son multitud los niños que la utilizaban para remojarse con el consentimiento de los padres cuando no por indicación directa de éstos, siempre ávidos de imágenes instagrameables de sus retoños.
Sobra decir que la fuente, que se abastece de agua freática reciclada, es de todo menos un lugar apto para el baño. Los arquitectos que diseñaron el magnífico parque la vendieron en su día con el pomposo nombre de “Mirall d’aigua”. El problema es que lo que en su cabeza era una idea super guay para reflejar la Torre Glòries sobre una lámina acuática en la de los ciudadanos ha acabado siendo otra cosa.
Los ejemplos de diseño fallido abundan. En el mismo parque, la losa que cubre la Gran Vía en su salida hacia el centro estaba destinada a ser un “mirador” en el que hasta instalaron sillas elevadas para reforzar el concepto. El problema aquí es que otro grupo de ciudadanos ha decidido que, más que un mirador, los desniveles de la zona son ideales para practicar acrobacias y todo tipo de saltos en bicicleta. El resultado es que el blanco impoluto de la piedra -y la integridad de los peldaños- ha durado días.
El eterno debate es quien manda aquí, si los arquitectos que diseñan sus creaciones con una intención concreta o los ciudadanos, que no dejan de ser quienes pagan estas obras. Es evidente que el espacio público tiene vida propia y genera dinámicas autónomas y alguien por encima del arquitecto de turno debería pensar en ello y en las consecuencias de cada decisión.
Pero aquí el problema no radica tanto en el cambio de uso de un equipamiento concreto, sino en la falta de niveles básicos de civismo. Si hay una fuente para remojarse a 20 metros ¿por qué hay que utilizar la que tiene otra finalidad? Esto por no hablar de las dos espléndidas áreas para perros que existen en el mismo parque y que muchos propietarios de canes prefieren obviar porque consideran que su mascota merece la libertad de relajar sus esfínteres en los jardines aledaños y en las zonas de juego infantil.
Barcelona tiene un problema de civismo, pero sobre todo de relación con el espacio público. El drama es que hasta hace bien poco el discurso de las izquierdas -de todas ellas- se ha caracterizado por dejar este debate en manos de las derechas porque civismo suena a algo antipático y viejuno. Olvidaron que el espacio público es el único patrimonio que tienen quienes no tienen nada. Y que cuidarlo y protegerlo es proteger el patrimonio de todos. Cuando arrinconas el debate del civismo pasa que todos acabamos perdiendo. Y de momento, ya sea por un error de diseño, por el incivismo de unos o por pasividad de otros, este verano, Glòries se queda sin fuente.
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