Una diva es valiente… hasta que llega Aldama
Leire Díez ha ejercido, durante ocho minutos, de nueva Melody, esa que dice que no se arrepiente de nada y que es una ciudadana con derechos


A las 9.32 de la mañana, 28 minutos antes de lo previsto, Leire Díez hizo el paseíllo con dos subalternos en el hotel de Madrid donde había convocado a la prensa. Se sentó en el salón Oslo, del que hubo que retirar paneles para hacerlo más grande dada la afluencia de medios de comunicación. Como una boda con invitados de más. Llegó, se sentó y durante media hora se dedicó a poner caras. Sobre todo de circunstancias, varias sonrisas, también algo parecido a “¿de dónde ha salido toda esta gente?”. Su cuerpo girando 180 grados dependiendo de qué lugar le reclamaban los fotógrafos
“Bueno, vamos ya, ¿no?”, dijo. “Gracias por la acogida”, añadió. Pero bastaron ocho minutos de comparecencia. A las 10.08 de la mañana apareció por el pasillo Víctor de Aldama ejerciendo de Víctor de Aldama. Paso firme, gomina en el pelo, camisa abierta hasta el canalillo. Se subió a la tarima una vez terminado el asunto y empezó a pedirle explicaciones.
Y la que hasta el momento había ejercido de nueva Melody, una diva valiente, poderosa, esa que dice que no se arrepiente de nada y que es una ciudadana con derechos que solo está escribiendo un libro, se hizo pequeña. Viendo acorralado su espacio personal por Aldama, este con maneras de matón de patio de colegio, un escrache con olor a after shave.
Un mano a mano —el “que te pego leche” de Ruiz Mateos a Boyer, pero de este siglo— del que Díez intentó zafarse pero se topó con el muro de periodistas, cámaras y fotógrafos, y para el que contó con la única ayuda del empresario Javier Pérez Dolset. Una imagen, la de uno empujando al otro, que resume muy bien el argumentario de la política de hoy: basta con batirse en duelo, mucho mejor los golpes que los argumentos.
El gentío acumulado y la salida de estas tres personas provocó gritos, botellas de cristal tiradas por el suelo, algún que otro cuerpo zarandeado por las cámaras. Aldama diciendo de la compareciente que es una sinvergüenza y que se ha reído de todos nosotros. Aldama metido en el ascensor y Díez desapareciendo como lágrimas en la lluvia. El personal del hotel, clientes en plena salida y entrada, armados únicamente por sus maletas, mirando sin saber qué decir. Un esperpento, un show que tan solo acaba de empezar.
Por si acaso, esos ocho minutos consistieron en Leire Díaz con las gafas de cerca leyendo papeles, y quitándoselas para decir frases con altos niveles de copla: “No necesito explicar quién soy”, “se puede ser socialista y periodista”, “es un trabajo para el que he estado AÑOS”. Más: “Mentiría si no dijera que al ser cosas del Partido Socialista le he puesto entusiasmo”, “reservaré mis fuentes”, “de eso estoy absolutamente tranquila”. Un manejo de los tiempos extraordinario al afirmar: “Hasta el juez Peinado se equivoca, parece ser que es humano”, “mi trabajo es mi trabajo”, “voy a volverlo a repetir, no tengo ningún cargo del PSOE”.
“Ni fontanera ni cobarde”, sentenció. Habría sido un final bastante bueno. Hasta que un señor se subió a la tarima a encararse con ella.
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