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Habas, cebolla y 200 gramos de pan: así se alimentaba a los presos del franquismo en Murcia

Unas obras en la Cárcel Vieja de la ciudad sacan a la luz nuevos documentos relacionados con la despensa y la cocina de la prisión, que se conservaban en el Archivo Regional

Javier Castillo, director del Archivo Regional de Murcia, muestra dónde se guardan algunos de los documentos, el pasado lunes 12 de mayo.
Virginia Vadillo

Unos 200 gramos de pan, 300 gramos de cebolla, 80 gramos de carne, 30 de arroz y habas secas, muchas, tres cuartos de kilo. Es lo que comieron los 508 presos de la Prisión Provincial de Murcia el 2 de junio de 1945. Ese mismo día, los 47 reclusos que estaban en la enfermería recibieron además dos huevos y un pequeño trozo de merluza. Así consta en el acta de extracción de racionado que se elaboró en el penal aquel día, un menú que era prácticamente idéntico a lo largo de cada jornada, de cada mes, y que, muy lentamente, fue variando con el paso de los años. Al final de la dictadura, en 1971, el rancho incluía ya costillas de cerdo, pollo, bacalao, mortadela o incluso medio huevo para los prisioneros sanos.

Las obras de rehabilitación que se están llevando a cabo en el edificio del antiguo penal, conocido popularmente como la Cárcel Vieja de Murcia, han sacado a la luz documentos relacionados con la despensa y la cocina de la prisión que vienen a completar los que ya se conservaban en el Archivo Regional de Murcia y que arrojan luz sobre la dura vida de los presos políticos.

En el Archivo Regional, explica a EL PAÍS su director, Javier Castillo, ya se conservaban en torno a 40 documentos procedentes de la cocina de la prisión, que fueron recuperados a mediados de los años noventa, cuando el edificio, en estado de ruina, pasó de manos del Estado al Ayuntamiento. Se vació entonces el archivo que había en la cárcel y se llevó al centro regional, pero, en lo relativo a la cocina, se trata de una documentación que apenas ha sido estudiada y que estaba compuesta, principalmente, por facturas y albaranes de compra de productos, apunta.

Javier Castillo, director del Archivo Regional de Murcia, fotografiado allí el pasado lunes 12 de mayo.

La nueva documentación aparecida ahora ofrece una información novedosa: qué se extraía a diario de la despensa para hacer la comida de los reclusos. En estos “partes de extracción de racionado”, como se denominan oficialmente, los responsables de la prisión (cada hoja lleva hasta cuatro firmas diferentes, del director, un suboficial, el médico y el responsable de cocina) anotaban los productos utilizados y su cantidad. Muchos de los partes incluyen el número de prisioneros, por lo que es sencillo calcular cuánto tocaba a cada uno haciendo una división.

El pan, las patatas, la cebolla y las habas eran la base de los menús, sobre todo, hasta los años sesenta. Arroz, lentejas, judías verdes o huesos de cerdo son otros ingredientes recurrentes. Según la época del año, aparecen frutas como naranjas, albaricoques o melón. Los huevos o la leche estaban reservados casi en exclusiva a los reclusos enfermos que, a partir de los sesenta, recibían algunos extras como merluza, mermeladas o membrillo.

No obstante, Castillo llama a la cautela: una cosa es lo que recogen estos documentos y otra, apunta, lo que realmente comían los presos, especialmente en los años inmediatamente posteriores al final de la Guerra Civil, cuando la escasez de alimentos era extrema en la calle. “En los años cuarenta, había alimentos que no se podían encontrar en ningún sitio. Así que la población en general, y mucho más los presos, comían poco y malo. En el sistema carcelario no había ningún tipo de control. Funcionaba el estraperlo. Los propios carceleros también pasaban hambre. Era una época de máxima escasez para todos y los testimonios que nos han llegado de los presos políticos de esos años reflejan que muchos comían tan poco que enfermaban”, explica el historiador Antonio Martínez Ovejero, especialista en la historia de la Guerra Civil y la dictadura en la Región de Murcia.

Uno de los documentos históricos de la Cárcel Vieja de Murcia, donde están descritos el control de la despensa y cocina de la antigua prisión provincial.

Esa escasez queda reflejada incluso en algunas de las actas de la cárcel. En la del 18 de mayo de 1942, por ejemplo, se anotan 211,950 kilos de pan para usar en ese día. Una nota posterior señala que “quedan anulados” por “no haberse recibido el cupo de harina correspondiente”. En ese documento no figura el número de presos que iban a consumir el pan, pero, según las investigaciones de Martínez Ovejero, en aquel año la prisión llegó a sus máximos niveles de ocupación, con unos 2.500 reclusos en unas instalaciones que fueron diseñadas para 300.

De haber recibido la harina, cada recluso habría tenido en sus manos ese día 80 gramos de pan. “Pero no todos comían lo mismo, ni todos comían todos los días”, subraya el historiador. Así lo dejó escrito el maestro y militante del Partido Comunista José María Marín Jover, ya fallecido, y que estuvo recluido en la Prisión Provincial de Murcia en los peores años de la posguerra, de 1936 a 1944. En su libro Prisión y clandestinidad bajo el franquismo explica que, cuando no recibían visitas de familiares que les llevaran comida, los reclusos de la cárcel murciana vivían “a expensas del tupí o triache” que les daban por la mañana y “la reducida emulsión de bodrio desagradable a base de media docena de lentejas bailadas en agua negra” llegaba a mediodía y a la tarde.

“El condumio que nos correspondía era una infusión de doce lentejas sobre cochambroso plato cuartelero (…). El desayuno era un cazo de agua-malta sin azúcar (…). Los 25 gramos de pan eran de alforfón y maíz”, detalla en su libro. Según sus cálculos, ingerían unas 600 calorías diarias, cuando la media para un adulto joven y sano debería rondar las 2.500.

Esas cifras no cuadran con lo anotado en los partes, explica Luis Hidalgo, decano del Colegio de Nutricionistas y Dietistas de la Región de Murcia, que subraya que, paradójicamente, la mayoría de los documentos muestran menús altamente calóricos, con un elevado aporte de carbohidratos, un nivel de sodio muy por encima de lo recomendable y ciertas carencias en proteínas, vitaminas y minerales. Ese alto aporte de calorías, subraya, contrasta con la elevada proporción de presos de la época que sufrían enfermedades como la caquexia, un tipo de desnutrición severa.

Martínez Ovejero insiste en que la situación alimentaria de los presos fue avanzando a medida que lo hizo la dictadura. A partir de 1945 y, sobre todo, de 1946, Franco, presionado internacionalmente, indultó a los presos políticos encarcelados antes de 1939, con lo que el hacinamiento en las prisiones, también en la de Murcia, se redujo.

Los partes hallados cifran en unos 550 los reclusos de la Cárcel Vieja en 1945. En 1968 el penal estaba ya por debajo de su capacidad, con unos 60 presos. La cifra volvió a rozar los 200 prisioneros a principios de los años setenta, pero, destaca el historiador, ya eran en su mayoría presos comunes y no políticos.

Lo sabe de primera mano, ya que él mismo pasó un mes entre los muros del penal en 1973 acusado de participar en la organización de una huelga estudiantil. “En aquel momento, éramos tres los presos políticos, además de dos homosexuales, a los que no se permitía estar con los presos comunes. Ya no había escasez. Se puede decir que no se comía mal”, apunta.

Los documentos históricos de la Cárcel Vieja de Murcia.

En los partes de racionado que custodia el Archivo Regional aparecen por aquel entonces ya alimentos como costillas de cerdo, pollo, bacalao, mortadela o huevos. En los setenta, según se detalla en estos partes, la comida de cada recluso sano costaba 21,75 pesetas al día, que subían hasta las 34 pesetas en el caso de los enfermos. En 1945, la inversión sobre el papel era de tres pesetas para los reclusos sanos y de seis para los enfermos. Durante la década de los sesenta, fue de 18 y 28 pesetas, respectivamente.

Cuánto de ese dinero fue consumido de verdad por los presos no se podrá saber con exactitud, puesto que la mayoría de estas personas, sobre todo las que sufrieron la etapa de mayor escasez, han fallecido. La información oficial, en cualquier caso, está a disposición de quien quiera consultarla en el Archivo Regional.

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Sobre la firma

Virginia Vadillo
Es la corresponsal de EL PAÍS en la Región de Murcia, donde escribe sobre la actualidad política, social y medioambiental desde 2017. También trabaja con la Agencia EFE en esa comunidad autónoma. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo de Agencias por la Universidad Rey Juan Carlos.
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