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El futuro de la vieja central nuclear de Lemoiz se arruina

El Ayuntamiento vizcaíno ha parado en seco un plan del Gobierno vasco para reconvertir las ruinosas instalaciones en un centro de producción de pescado en cautividad

Central nuclear de Lemoiz
Mikel Ormazabal

Las viejas instalaciones de la central nuclear de Lemoiz (Bizkaia) permanecen ahí varias décadas después, asomadas al Cantábrico, ocupando un paraje natural envidiable. Sigue en el recuerdo la revolución social que originó su construcción en 1972 y la macabra secuencia de atentados de ETA (cinco asesinatos y unos 300 ataques) contra esta infraestructura que nunca llegó a ponerse en marcha y cuyas obras se paralizaron en 1984, dos años después de la moratoria nuclear que ordenó el Gobierno del PSOE. Son 10 hectáreas de terrenos en plena cala de Basordas, entre las playas de Bakio y Armintza, donde aún son visibles las dos grandes moles de hormigón armado que iban a albergar los reactores y un complejo de edificios en estado ruinoso cuyo futuro es hoy una incógnita. El Gobierno vasco, propietario de los terrenos desde 2019, quiere transformarlos en un polígono acuícola para la cría de pescado en cautividad, pero el Ayuntamiento de Lemoiz, en manos de EH Bildu, ha parado en seco este plan al denegar las licencias necesarias para abrir las piscifactorías.

La central es hoy un monumento a la obsolescencia. Aquel faraónico proyecto energético que supuso el desembarco de 200.000 metros cúbicos de cemento, mil toneladas de hierro y un desembolso económico multimillonario que nadie se ha atrevido a cuantificar mantiene ahora un debate abierto sobre su nueva utilidad. La fechoría ecológica ya está consumada, ahora corresponde analizar cómo se puede subsanar aquel desastre natural. Frente al aprovechamiento económico-industrial que propone el Ejecutivo autónomo, el consistorio pide darle otra pensada antes de meter de nuevo las excavadoras en un territorio sensible. Lemoiz quiere abrir ahora “un proceso participativo deliberativo” entre sus habitantes (1.318 personas) que resuelva el futuro de la antigua central.

“Es necesario que se analicen de forma integradora y transparente todos los proyectos y propuestas existentes en relación a la central nuclear de Lemoiz en su conjunto”, afirma el alcalde de Lemoiz, Jesús Mari Arizmendi, en declaraciones a EL PAÍS. Añade que el consistorio “viene manteniendo con el Gobierno vasco una actitud abierta en relación con los proyectos de futuro”.

La central de Lemoiz es un complejo que consta de un corazón central donde se erigen las estructuras de hormigón que iban a alojar los reactores, una nave de turbinas y los edificios anexos auxiliares y los grupos diesel. Son estructuras que siguen en pie pero que han experimentado una fuerte degradación por efecto de la corrosión y la carbonatación, según un informe realizado en 2023 por el centro tecnológico Azti. Todo el complejo está vallado y su acceso está vedado a las visitas externas.

La Consejería de Industria redactó en 2017 (dos años antes de recibir la transferencia de los terrenos) una propuesta de “parque acuícola-tecnológico” con el propósito de ofertar el espacio para “la generación de investigación, desarrollo e innovación tecnológica en los ámbitos marino y alimentario”, además de habilitar las instalaciones para la producción de pescado en cautividad (11.000 toneladas de pescado al año y 575 empleos). En su día, se calculó que iban a invertirse 44,7 millones en esta reconversión. Con este fin, la sociedad pública del Gobierno vasco Sprilur viene realizando trabajos de mantenimiento de la presa construida para proteger la antigua central de los embates del Cantábrico. A mediados de marzo pasado redactó un proyecto para reforzar el dique artificial y solicitó al Ayuntamiento una licencia “para la construcción de los bloques de hormigón” destinados a proteger el frente marino (230 metros de rompeolas), una obra “necesaria”, según el Gobierno, para consolidar y reparar el dique de contención. Lemoiz no ha dado permiso y también tiene paralizada la aprobación de su plan general urbanístico para dar vía libre a las pretensiones industriales del Ejecutivo.

El alcalde de Lemoiz sostiene que el Ayuntamiento decidió suspender la tramitación de la licencia para la fabricación y acopio de los bloques de hormigón de alta densidad necesarios para el refuerzo del dique exterior de la central “hasta que se resuelva la concesión que, por el mismo asunto, [la sociedad pública de gestión de suelo industrial del Gobierno vasco] Sprilur solicitó a la Demarcación de Costas, una decisión sobre la que el consistorio no ha recibido notificación alguna hasta el momento”.

Hay un choque institucional de intereses que mantiene en vilo el futuro desarrollo de la zona. Entre tanto, los Presupuestos vascos tienen reservada este año una partida de 4,1 millones. Industria asegura haber gastado 418.000 euros, sin contar con los costes derivados de la seguridad, que superan los 365.000 euros anuales.

La arquitecta Carmen Abad muestra una maqueta de la central nuclear de Lemoiz en el Colegio de Arquitectos de Bizkaia.

Desde que se detuvo la construcción de la central han sido varios los proyectos planteados para dar un uso a estas instalaciones. Se pensó en crear un parque temático dedicado a la energía y la ciencia, según consta en una iniciativa presentada en 2002 por la Diputación de Bizkaia. Años después, en 2007, Iberdrola lanzó la propuesta de reconvertirla en una central de ciclo combinado. Llegó incluso a barajarse la posibilidad de demolerlo todo y recuperar el estado natural de la cala Basordas con un coste estimado de 50 millones de euros, pero esta línea se desechó finalmente. La única opción que sigue viva es la de crear un polo de investigación tecnológica “de vanguardia” asociado al mundo marino junto a un polígono de producción acuícola. El Gobierno vasco asegura que ha mantenido conversaciones con “varias empresas interesadas” en instalarse en el lugar. Les ha pedido detalles de sus planes (ámbito de ocupación, inversión y puestos de trabajo previstos, tecnología que utilizarán…) para realizar una valoración “objetiva” y elegir la mejor propuesta.

La arquitecta Carmen Abad (Bilbao, 1961) defiende la conversión de la central nuclear y de los terrenos afectados en “un espacio de uso público”. Propone un “vaciado selectivo” de los espacios y la conversión del cementerio de hierros y hormigón en “lugares para pasear y soñar”. Las ruinas industriales de la antigua central, ya obsoletas, quedarían como un “área accesible para la ciudadanía con un sorprendente y atractivo recorrido lúdico por los edificios”. “La vocación de mi propuesta es aunar intereses económicos y sociales con el objetivo de que su realización sea factible”, afirma mientras muestra las maquetas que ha elaborado para mostrar su proyecto.

Abad expuso en abril pasado en el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro un conjunto de maquetas que recrean cómo sería, a su juicio, la reconversión más decente de lo que queda de la central de Lemoiz: “La filosofía del proyecto consiste en convertir unas ruinas en un lugar atractivo y visitable”, explica Abad. Propone crear tres miradores en la zona, la reforestación de todo el ámbito, un área de jardines, una piscina “maravillosa y navegable” encima del mar con “unas barcas que permitan pescar truchas”, además de paseos por todo el entorno con esculturas al aire libre y un jardín botánico. Y para la pastilla principal: “Un lugar para la memoria. Los dos cilindros de hormigón [que nunca acogieron el uranio de la central] son perfectos para crear un espacio de ocho plantas de altura dedicado al recuerdo, donde se podrían organizar exposiciones y sería visitable por el público. La cúpula tiene las mismas proporciones que el Panteón de Roma, una esfera de 41 metros de diámetro que ofrece mil posibilidades”, destaca la arquitecta.

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.
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