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Lanzarse a delinquir cumplidos los sesenta

Necesidades económicas extremas, falta de alternativas vitales o patologías se esconden detrás de los crímenes protagonizados por personas de edad avanzada

Un agente de la Guardia Civil conduce a un detenido en diciembre de 2023 por su presunta implicación en el asesinato de un hombre de 70 años en Zamora.
Juana Viúdez

El jueves 10 de abril, un hombre de 65 años mató con una escopeta a su hijo de 37 años tras una discusión en Toledo. Hacía apenas tres días que otro hombre, de 72 años, había entrado en prisión por el asesinato de su esposa. En enero detuvieron a una mujer de 87 años que vendía droga desde su ventana. Y a final de año detuvieron a un atracador de bancos de 71 años que juraba que esta iba a ser su “última vez”. Los delincuentes de mayor edad saltan a los medios por su carácter extraordinario, pero detrás de esos casos suele haber falta de alternativas vitales, necesidades económicas extremas o patologías mentales, como puede ser una demencia. En la primera semana de abril había 3.301 presos mayores de 60 años en las cárceles de la Administración General del Estado, en las que no se incluye País Vasco ni Cataluña. La cifra, que supone el 6,6% de la población penitenciaria, es pequeña, pero ha ido creciendo en las últimas décadas, incluso por encima del ritmo de envejecimiento de la población que vive en libertad.

“Entre los presos encontramos aún a muchos de aquellos de la llamada generación heroína, que empezaron a delinquir tras la década de los 80 y han seguido delinquiendo; y que son multireincidentes, porque su medio de vida es el delito”, plantea Concepción Yagüe, ex subdirectora general de Prisiones. “Pero lo que llamaba poderosamente la atención, según un trabajo que presentamos en 2017, es que en la población mayor de 60 años casi el 70% eran delincuentes primarios. Esto te hace preguntarte: ‘¿Qué está pasando?“, asegura Yagüe, ya jubilada, pero que sigue haciendo trabajos de asesoría e investigando en este campo. En todo 2024 entraron en prisión por primera vez 639 personas mayores de 60 años, un 4,2% del total de nuevos internos, según datos de Instituciones Penitenciarias.

En este último trabajo de investigación, en el que participó junto a un grupo de expertos del Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Occidental, estudiaron las razones del debut tardío en el delito, con el punto de partida de que el envejecimiento de la población no explicaba por sí solo el gran incremento de las personas encarceladas mayores de 60 años. Tras examinar 50 casos de penados de siete prisiones de Andalucía Occidental, ofrecieron algunas explicaciones a este fenómeno. “Encontramos a gente muy exitosa, como directores de empresa, artistas o un coordinador de banca, y nos preguntamos por qué, si habían tenido una vida sociolaboral y familiar exitosa, de repente, cometen un delito de trascendencia, ya sea violencia de género u homicidio, o contra la libertad sexual, que son los más frecuentes”, cuenta

Realizaron pruebas psicológicas y forenses a este medio centenar de personas encarceladas y compararon los resultados con los de otras de edades similares que frecuentaban centros de día y hacían su vida en libertad. Los resultados indicaban que estas personas tenían una puntuación muy alta en escala de psicopatía o muy significativa con respecto al grupo de control, y prácticamente similar a la que se da en personas delincuentes en la literatura científica, y, a su vez, también encontraron un deterioro evidente en el desempeño neurológico (principalmente las que implican las áreas prefrontales). “Toda la vida sabemos que los mayores dicen esto de ‘yo ya no me callo’, o personas con síntomas de Alzheimer que de repente pegan o gritan o insultan y dicen tacos, pero no lo habían hecho en su vida. El hambre y las ganas de comer. Tienes la pulsión, pero no tienes los frenos para inhibirlo”, explica. “La conclusión que sacamos, a falta de más estudios, es que esas tendencias estaban ahí, eran más parecidas a las de los delincuentes de toda la vida, pero [que esas personas] habían contado con factores de protección, los que fueran, que les habían hecho eludir el delito”, explica Yagüe.

“La implicación de las personas en la delincuencia comienza con la adolescencia, se empieza a los 16, 17 años y va disminuyendo con la edad en lo que llamamos desestimiento”, detalla Antonia Linde, profesora de criminología en la Universidad Oberta de Catalunya. Se relaciona con el nivel de autocontrol, los cambios biológicos y también sociales, añade Linde, que vincula estos comportamientos con el desarrollo físico, sexual o el aumento de la testosterona, en el caso de los varones, algo que transforma el temperamento y los convierte en más irascibles. “Los estudios demuestran que la mayoría de delitos son cometidos por entre el 4% y el 7% de los jóvenes. Esto no quiere decir que la mayoría de jóvenes están implicados en la delincuencia, sino que del total de delitos, la mayoría son cometidos por un porcentaje muy bajo de adolescentes”, añade. Con la edad, básicamente por una maduración biológica y porque también se han establecido relaciones sociales, más responsabilidades a nivel familiar, se tiene pareja o se planea tener hijos, se tienen menos probabilidades de delinquir. En la investigación de Yagüe encontraron justo lo contrario, como si las personas mayores analizadas hubieran vuelto a la adolescencia.

“Lo esperable es que una persona de 70 años no esté activa en el delito. Se puede dar, porque en todo hay excepciones”, valora Santiago Redondo, catedrático de Psicología y Criminología de la Universidad de Barcelona y experto en evaluación y tratamiento de los delincuentes. Redondo coincide en que la delincuencia marginal, vinculada a delitos contra la propiedad como robos o atracos, tiene un inicio temprano y va descendiendo con la edad, pero establece diferenciaciones por ejemplo, con los delitos de sangre, ligados a la forma de resolver conflictos o tensión, y que tienen una curva de edad más aleatoria. “En estos casos de personas mayores buscaría factores de riesgo que hagan que se permanezca en el delito, como una necesidad económica muy grande, que su rutina de vida, su forma de encarar la realidad no haya variado con el tiempo o que no conozca otra cosa, o patologías mentales”.

Lo que en la juventud puede resultar estimulante, como un atraco en el que se produce mucha adrenalina, deja de ser atractivo con la edad porque se comienza a ver los riesgos. “He conocido casos en los que personas de cierta edad tenían sus rutinas vitales delictivas, como algo único en su vida, entonces cometían de vez en cuando un robo, incluso con la finalidad de volver a prisión, porque allí ya tenían un contexto”, explica Redondo. Al igual que hay factores de riesgo, están los factores de protección, que evitan que la persona corra peligros y caiga en la delincuencia. “Pero hay personas que, por su trayectoria, pues no tienen a nadie, ni familiares, ni amigos y ese entorno es lo más favorable que tienen”, detalla.

Los hombres de más de 60 años que estaban en la cárcel en 2023 habían protagonizado mayoritariamente delitos contra las personas, como homicidios, asesinatos o violencia de género (29%); contra la libertad sexual, como agresiones sexuales o exhibicionismo (24%) y contra la salud pública como el tráfico de drogas (19%). En las mujeres, que no llegan al 6% del total, los más habituales son contra la salud pública (27%), de tipo socioeconómico, como robos o estafas, (25%) y contra las personas (24%).

Cuando Concepción Yagüe entró a trabajar en Instituciones Penitenciarias, en la década de los ochenta, encontró muchos jóvenes en las cárceles. “Había un montón de presos de 18, 25 años y había prisiones específicas para ellos; la media de la población penitenciaria ha ido envejeciendo conmigo”, cuenta. Ahora, el centro penitenciario de Alcázar de San Juan, en Ciudad Real, es el de referencia para acoger a personas de mayor edad sin vinculación familiar. Los mayores de 60 años representan allí el 30%, 20 de sus 70 presos. España se encuentra entre los cinco países con la edad penitenciaria más elevada, que es de 41 años, frente a la media europea, que se sitúa en 38, según las últimas estadísticas publicadas por el Consejo de Europa con datos de 2023. En 2017, la edad media de la población reclusa en España era de 39,8 años.

Yagüe también coordinó, junto a un grupo de expertos penitenciarios, el estudio Análisis de la ancianidad en el medio penitenciario, publicado en 2007 y en el que se examinó a este colectivo de personas mayores, cuyo crecimiento estaba siendo exponencial y que se encontraba desatendido. Se tomó como muestra toda la población penitenciaria española. Tras este trabajo, se impulsó la instrucción 8/2011, con importantes medidas que buscaban una “atención integral” a las personas mayores presas. “Nuestra principal conclusión fue que estas personas necesitan muy poco, pero lo necesitan muchísimo”.

En España, los presos mayores de 60 años, preventivos y condenados, han pasado de suponer el 2,1% en el 2006 al 5,7% en 2023, según datos del Consejo General del Poder Judicial. El porcentaje de personas mayor de 61 años ha pasado en este mismo periodo del 20,5% al 25,7%, según la información del Instituto Nacional de Estadística.

En la investigación del debut tardío en el delito, se explica que los casos estudiados duplicaban la frecuencia en homicidios o lesiones (con un 16,3% de incidencia en los mayores, frente al 6,8% de la población general) y los delitos contra la libertad sexual (13,2%, frente al 5,4% general). El trabajo se propuso continuar indagando con una muestra más amplia, con grupos más homogéneos, y examinar también la influencia de los cambios sociales y de las leyes de los últimos años, que están haciendo que comportamientos que antes eran tolerados o silenciados, como la violencia de género o abusos sexuales a menores, ahora se denuncien. “Es un fenómeno multifactorial”, concluye Yagüe.

El catedrático Santiago Redondo añade en que la delincuencia “no suele venir de repente”, sino que estos comportamientos aparecen dados por una serie de condiciones en la vida. “La motivación criminal es la base para que las personas tiendan al delito, y es algo que viene de la historia personal, familiar y todo lo que les ocurre a estas personas en su vida, pero sin oportunidad no hay delito. Y la oportunidad le llega a menudo al que la espera”, concluye.

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