Ir al contenido
_
_
_
_

Alba Flores: “Me sigue costando entender a qué clase social pertenecemos los Flores”

Alba Flores tenía ocho años cuando murió su padre. Treinta años después, cuenta su historia en ‘Flores para Antonio’, un documental sin tabúes. Así es ella, la actriz que saltó a la fama con ‘La casa de papel’, pero ama el teatro. La estrella antisistema. La Flores que no se dedica a cantar. Por ahora. Un verso suelto

'Flores para Antonio', el documental del que Alba Flores es productora creativa, se estrena en el festival de cine de San Sebastián. Aquí la actriz lleva jersey de cuello vuelto de Zara.
Silvia Cruz Lapeña

“Mi relación con las drogas? Mmm… La normal. O como diría mi abuela: ¡Con método!”. Ese instante de duda, la respuesta y una gran carcajada dan las primeras pistas de quién es Alba Flores (Madrid, 38 años). Es la misma que dice: “Vamos a jugar un poco, ¿no?”, y se estira el jersey tapándose la cara sin que Miguel Reveriego, autor de las fotografías de esta entrevista, se lo pida. La misma que, a continuación, atiende a las instrucciones para la siguiente pose y acepta una propuesta que ella misma modificará ligeramente, justo antes del disparo. Después, durante una pausa en la que su equipo y el de El País Semanal observan cómo está quedando la sesión de fotos, ella los espera apoyada en la pared, chasqueando los dedos. Un, dos, tres.

A ese chasquido, los flamencos lo llaman pitos y, con ellos, la actriz provoca que todos giren la cabeza hacia ella. También el fotógrafo, que acude a captarla. Alba Flores llega a la entrevista sin joyas y sin joyas se retrata. Aguanta la pose, mira de soslayo, desafiante y con su forma de mirar, más que seducir a la cámara, parece ponerle límites. Los suyos. “Hay artistas que en estas sesiones lo pasan mal porque tienen que dar una imagen que no los representa. Fotos y entrevistas no son la parte favorita de mi trabajo, pero intento hacerlo a mi manera, sentirme yo”.

“Soy de una generación con muchos huérfanos y huérfanas de padres adictos y necesitamos relatarlo”, afirma la actriz, que lleva camisa de Fendi Man.

Esa forma de hacer las cosas, guiando sin forzar ni molestar pero a su medida, también está en Flores para Antonio, documental dirigido por Isaki Lacuesta y Elena Molina en el que ejerce de productora creativa. La cinta se presentará en la sección oficial fuera de concurso del festival de cine de San Sebastián que arranca el 19 de septiembre y se estrenará en salas el 28 de noviembre. En la película, Alba Flores entrevista a familiares y amigos de su padre, encuentros que se intercalan con canciones del homenajeado, imágenes de archivo y vídeos caseros nunca publicados para conformar el retrato del artista que murió hace 30 años.

“Casi no recuerdo nada de esos días. Tenía ocho años y tenían que protegerme, también de la prensa. Lo que he buscado con esta película es conocer a mi padre, que le sirva a mi familia y le haga bien. También quiero que le guste al público porque aún hay gente que me para por la calle hablándome de cómo le afectó la muerte de mi padre, de quien no había nada hecho en audiovisual”. El relato de la película lo traza Alba Flores sin tabúes, un ejercicio de transparencia que le cuesta más a sus entrevistados que a ella, que quedó huérfana de padre el 30 de mayo de 1995 cuando este apareció muerto en la cabaña que se construyó junto a El Lerele, chalé familiar ubicado en la urbanización madrileña de La Moraleja. Allí murió Antonio Flores solo 15 días después que su madre, Lola Flores.

Una mezcla de drogas y alcohol acabó con una buena carrera y con una vida muy marcada por las entradas y las salidas a centros de desintoxicación. Las adicciones son un tema central en la película, pero solo Ariel Rot, exintegrante de Tequila y Los Rodríguez y amigo de Antonio Flores, lo aborda de frente ante la cámara. “La lealtad a mi padre era un impedimento para hablar claro sobre cómo vivió y lo que le pasó, pero viendo las entrevistas que dio, me di cuenta de que el límite para hablar de las drogas ya lo había puesto él y lo había puesto muy lejos. Hablaba sin tapujos y yo quería hacer lo mismo”.

El resultado es una cinta emocionante, retrato de un padre y de un artista hecho desde la mirada de una hija enamorada, sí, pero con un propósito que la trasciende. “Soy de una generación con muchos huérfanos y huérfanas de padres adictos y necesitamos relatarlo”. Alba Flores no da datos, pero el archivo del Centro de Investigaciones Sociológicas sí: el año que murió su padre la drogadicción estuvo entre los tres problemas que más preocupaban a los españoles, junto al paro y el terrorismo, y, según Proyecto Hombre, entidad dedicada a la lucha contra la drogadicción, en la década de los noventa hubo años en que murieron más de 1.700 personas debido a alguna adicción o enfermedad derivada de ella. Todas tenían entre 18 y 39 años. Antonio Flores tenía 33.

“Soy Alba González Villa pero artísticamente me apellido Flores porque no me dejasteis más remedio”, dice la hija de Antonio Flores y nieta de Lola Flores. En la imagen, lleva jersey de cuello vuelto de Zara.

Su hija no es la primera huérfana que necesita contar lo que pasó. En la exitosa Verano del 93, la directora Carla Simón explica su propia historia a través del personaje de Frida, una niña de seis años que pierde a sus padres durante la epidemia de heroína y sida de los años noventa. En Romería, que acaba de estrenar en cines, la huérfana es una joven que busca sus raíces. La diferencia es que Alba Flores produce un documental, no hay más ficción que lo que puedan maquillar el dolor, los tabúes o la nostalgia. Un documental en el que aparecen los Flores al completo, una familia a la que todo el mundo cree conocer, abriéndose en canal. Y eso produce en el espectador un impacto directo. “He querido explicarlo para entender. Y para deshacer un estigma social injusto, clasista y racista”. Con esos tres adjetivos, la productora creativa de Flores para Antonio da más pistas sobre quién es ella que sobre la película.

“Soy Alba González Villa pero artísticamente me apellido Flores porque no me dejasteis más remedio”, replica socarrona al referirse a cómo la prensa la bautizó. Apellidos a un lado, basta verla en el documental, junto a sus tías, sus primos, su madre o mirando vídeos caseros con todos ellos, para que quede claro que Alba González Villa es una Flores. Una Flores que no se dedica a cantar.

“Quería dedicarme a algo artístico y cantar me acojonaba. En mi casa se ha visto siempre muchísimo cine y como desde los 12 años ya me dejaban ver cualquier peli, vi algunas que me removieron mucho y que me hicieron darme cuenta de que yo también quería contar historias”. A los 13 ya estaba recibiendo clases en el Estudio Corazza, donde se han formado estrellas como Elena Anaya, Javier Bardem o Ana Rujas. “Es que cantar…, siempre se me ha hecho un nudo”, dice alguien a quien la han animado a hacerlo su madre, sus tías o Najwa Nimri. Quien lo tiene clarísimo es Antonio Carmona, vocalista de Ketama y amigo de Antonio Flores, que exhala un “ojalá” cuando se le pregunta si la imagina haciendo carrera en la música. “La he escuchado cantar y tiene mucho talento, domina el blues y el rock, que se los inculcó su padre. Es hora de que saque todo eso que lleva dentro”.

A veces ha cedido: uno de sus primeros trabajos como profesional fue Enamorados anónimos (2008), un musical que dirigieron Javier Limón y Blanca Li. “También lo hice para una película que produjo mi madre, Al final del camino [2009] cantando No puedo enamorarme de ti, de mi padre, pero es que cantar sus canciones es lo que más me ha costado siempre”. Efectivamente, la Alba adulta que se pone ante la cámara de Isaki Lacuesta y Elena Molina le brota el nudo, durísimo, cuando intentan entonar una canción de su padre. “Y gracias a Sílvia Pérez Cruz avancé mucho”, dice en referencia a la cantante catalana, que aparece también en el documental. ¿Se dedicará a cantar? ¿Grabará un disco? “No lo sé. Tendrá que ocurrir como ha pasado todo con esta peli, tiene que fluir. Que lo que haga, me salga de la necesidad de expresarme y sin querer buscar una carrera en la música”. ¿Se ha aflojado el nudo al menos? “Sí, empieza a deshacerse”, responde Alba Flores, y suena sincera, pero en sus ojos hay una melancolía que no se manifiesta en el resto de la entrevista.

Porque, ante la cámara, la energía de Alba Flores sube de intensidad. Su forma de clavar los ojos en el objetivo y en sus interlocutores, el andar seguro o su fotogenia remiten al carisma de su abuela paterna. Ella le quita importancia, bromeando sobre su nariz y su parecido con Adrien Brody: “¿Verdad que podría hacer una peli haciendo de Manolete?”. Su entorno, sin embargo, insiste en que a quien se parece es al padre de su padre, Antonio González, El Pescaílla, que le enseñó a tocar por primera vez una guitarra y con quien tuvo una relación diaria hasta que falleció, en 1999. “Mi yayo se quejaba de que sus hijos no usaran el apellido González, pero yo voy a ponerle remedio. No sé si lo haré yo, pero empujaré para que mi abuelo tenga su documental porque fue muy grande. Joder, ¡que mi abuelo inventó la rumba catalana!”.

Alba Flores guarda en su álbum personal esta imagen de ella junto a su padre, Antonio, que murió el 30 de mayo de 1995.

Sobre la paternidad de esa rumba expondrían sus dudas algunos fans de Peret y cada cual tendrá su opinión sobre a quién se parece más, pero lo que es incuestionable es el peso que tiene Ana Villa en Alba Flores. “Sin ella no soy nada”, asevera seria y emocionada sobre una mujer con la que comparte la pasión por el teatro y el celo con el que preserva su vida privada. Por eso Villa es uno de los acontecimientos de Flores para Antonio (película en la que participa, entre otros, LACOproductora, propiedad de PRISA, empresa editora de EL PAÍS). “Había temas de los que no quería hablar, como el de la droga, pero cuando escuchó a Ariel Rot, se fue abriendo. Siento que la tengo que cuidar porque ha sido muy generosa y creo que a ella la peli le duele más que a mí”, explica sobre la mujer que se casó con Antonio Flores en 1986 y vivió su adicción como pareja, como expareja y madre de su única hija. “Desde el principio tuve claro que tenía que ser también un homenaje a mi madre, que se conociera su punto de vista. ¿Y sabes qué me ha pasado? Que me he enamorado de ellos como pareja. O sea, cuando los veo juntos digo, joder, qué guapos, qué sexis, qué interesantes…”.

Quien sí habló de todo aquello fue Lola Flores. Con esa abuela, Alba Flores asegura que ha tenido que “negociar” para dejarla fuera en muchas escenas. “Es que mi abuela se roba el show”, afirma, y cuenta orgullosa que la obra que le abrió las puertas al mundo del teatro fue una que siempre quiso hacer Oleole, como sigue llamando Alba Flores a su abuela: La rosa tatuada, de Tennessee Williams.

“Quería dedicarme a algo artístico y cantar me acojonaba”, reconoce la actriz, que viste aquí  chaqueta de cuero, camisa de lunares y pantalón de raya diplomática, todo de Isabel Marant. Los zapatos son de Zara.

Fue en 2016 y Alba Flores le dio la réplica a Aitana Sánchez-Gijón. “Fue mi primera vez con el Centro Dramático Nacional y para mí fue una alegría”. Lo dice y se le iluminan los ojos, como cuando se le menciona su trabajo con la dramaturga Carme Portaceli, por ejemplo en Troyanas, que le valió una nominación a los Premios Unión de Actores y Actrices en 2018. O como cuando se le pregunta por La Extraña Compañía, grupo teatral que formó con algunos compañeros. “En el teatro hay más sentido de grupo y siento que sirve para un bien común”.

Se muestra agradecida a La casa de papel o Vis a vis, las series que le dieron el éxito internacional. Pero el teatro es su vida. “Tengo ahí una experiencia de comunión con el público, que te da una respuesta inmediata. También me permite hacer las cosas con otros criterios que no tienen que ver solo con lo comercial. Me siento más libre en el teatro, que tiene además esa cosa como humilde del día a día”. Redunda en todo eso la profesora de teatro Catalina Lladó, que fue directora de La Extraña Compañía. La docente asegura que lo suyo con las tablas es vocacional y que Alba Flores tiene cualidades innatas: “Es plástica corporal, emocional y mentalmente. Es trabajadora, es exigente y crítica. Y le encanta debatir”. Resalta también su sentido del compañerismo y su capacidad de liderazgo.

El último trabajo de Alba Flores sobre las tablas ha sido 1936, una obra que repasa las causas de la guerra civil española en la que da vida, entre otros personajes, a la líder del Partido Comunista de España, Dolores Ibárruri, La Pasionaria. “Quieren llevar esa obra por las escuelas porque hay mucha gente que no sabe, no recuerda o no quiere recordar lo que pasó en España”, dice alguien que no teme expresar su apoyo a Gaza, colaborar en campañas de la Fundación Secretariado Gitano y que tiene en su poder el Premio Rayo Verde que otorgan la Academia de Cine y Greenpeace. La ecología, especialmente el amor por los océanos, es una de las cosas que le legó su padre y por eso se la ve como pez en el agua en Punto Nemo, la serie en la que interpreta a Nazareth, una bióloga quemada ante la magnitud de la crisis climática. Como esa activista de la ficción, Alba Flores expresa sus opiniones sin miedo, pero a su manera: “Queremos poner en valor el orgullo crítico. Un orgullo anticapitalista, feminista, no normativo, antirracista, disidente, que apuesta por la versatilidad de la lucha y que señala que no queremos ser moneda de cambio para las élites económicas”, espetó en primera persona del plural y aguantando el llanto como pregonera en las fiestas del Orgullo de Madrid de 2023 alguien que ni confirma ni desmiente relaciones ni permite invasiones en lo que hace o con quién cuando los focos se apagan.

“Tuve claro que [la película] tenía que ser también un homenaje a mi madre”, dice Alba Flores. En esta imagen, la actriz viste chaleco y pantalones de Givenchy x Sarah Burton y zapatos negros de Zara.

Alba Flores parece seca y a veces lo es. Sobre todo en entrevistas de photocall, con preguntas evidentes que buscan respuestas instantáneas y golosas. No pasa lo mismo en las entrevistas largas, donde se permite dudar y tomarse un tiempo para responder a algo que no esperaba o, simplemente, para afinar. No parece que lo haga por temor. Sus dudas tienen más que ver con el respeto, el que quiere para ella y el que ofrece a quien le habla. Si cree que puede incomodar al otro, modula el tono, pero no es complaciente.

Todo eso brota al preguntarle por los casos de abuso sexual en su ámbito profesional: por ejemplo, los del director de cine Carlos Vermut y los del profesor teatral Juan Codina. “Me alegro de que las supervivientes hablen. Pero me parece peligroso depender de los medios de comunicación”. Clava los ojos en la interlocutora y hace una pausa. “Siempre hay rumores de que está a punto de salir una investigación sobre fulano o mengano, pero nunca llega. Por eso me parece un hallazgo que las supervivientes hayan encontrado sus propias herramientas para contar lo que pasa”. Se refiere a #Cuéntalo, la iniciativa que lanzó en Instagram la periodista Cristina Fallarás con la que las mujeres explican abusos de todo tipo. Fue la vía por la que se conoció la primera acusación anónima contra Íñigo Errejón, la que, según la actriz Elisa Mouliaá, la animó a denunciar al expolítico de Sumar ante la justicia. “No es un sistema perfecto, tiene sus pros y sus contras, pero es una manera de poner las cosas encima de la mesa con la que no hay que esperar a papá Estado, ni a papá prensa”.

Alba Flores viste chaqueta de doble botonadura, chaleco asimétrico, camisa y pantalón de Emporio Armani.

Alba Flores critica sin dudar un sistema que califica de depredador y aboga por el anticapitalismo y la revolución: “No dejo de preguntarme qué puedo hacer yo para ser más revolucionaria”.

—¿Y qué se contesta?

—Que sola no puedo.

—¿Y cómo lleva las contradicciones?

Sonríe. Y responde recordando una entrevista que le hizo esta periodista hace unos años. Alba Flores no olvida el titular: “Soy una burguesita, a mi pesar”.

Alba Flores es consciente de que forma parte de una familia que ha protagonizado la vida social y artística del último siglo en España; de que es gitana pero no pobre, y eso, ya lo dijo su padre, hace que los demás te vean más blanco de lo que eres. Le encanta el teatro, pero que fue la principal plataforma de streaming, Netflix, la que le dio el éxito mundial al distribuir La casa de papel, una serie que en Antena 3 había tenido una relevancia limitada. Todo eso, puro sistema, le ha dado a ella más margen para elegir. Por ejemplo, para no hacer papeles de mujer racializada construidos como un relleno exótico cuando no como un cliché estigmatizante. “Me siguen llegando, pero pido retocarlos. Y si no me dejan, no los hago”, asegura, y dice sentirse incómoda muchas veces con sus privilegios.

“Sé quién soy y no dejo de pensar en el lugar desde el que hablo, pero me sigue costando entender a qué clase social pertenecemos los Flores”. Esas dudas, sin embargo, van encontrando respuestas. Algunas, en Jerez de la Frontera: “Cuando vi dónde y en qué condiciones nació mi abuela, empecé a entender algo más”. No, no hay forma de que La Faraona no se robe el show. “La familia de mi abuela Lola era muy humilde y nosotros, por decirlo de alguna manera, nacimos ya como jet set del artisteo”. Piensa en voz alta, como elaborando una idea que la persigue y a la que va dando forma poco a poco. “Mi padre dice en el documental que nos movemos en un ambiente de pijos, pero que, en el día a día, seguimos siendo gitanos. Hay una esencia que se mantiene y por eso creo que la gente nos quiere, siente que somos pueblo y nos siente suyos”. Calla y mira al techo, buscando las palabras. Unos segundos después, sonríe y vuelve a la entrevista: “¿Sabes? Yo creo que los Flores hemos salido bien parados del cambio de clase”.

Hace 50 años, cuando Antonio Flores era todavía un niño, Francisco Umbral no pensaba lo mismo. En Lola Flores: Sociología de la Petenera le atribuyó a la artista defectos de desclasada: sus deseos de ser marquesa, los sueños que tenía para sus hijos (que Lolita fuera “toda una señorita”, que Antonio fuera ganadero, como su padrino de bautismo, Antonio Ordóñez) o el modo en que practicaba la beneficencia. A Lola Flores no le gustó ese retrato, a pesar de que Umbral, más que a ella, fustigaba con saña a España y a su prensa por mostrar una sed enfermiza de mitos con los que exorcizar sus demonios y sus frustraciones. Mitos construidos con palabras huecas (duende, misterio, lerele) que no dejan a los artistas demostrar su verdadero potencial artístico.

“El mito de Lola ha sido instrumentalizado”, concluyó Umbral, algo a lo que no parece dispuesta Alba González Villa, a quien no le caben términos como duende, misterio ni lerele porque se explica con suficiente claridad y libertad. “A mi familia le ha costado encajar a veces mi forma de ser y de pensar”, dice en referencia a una conciencia social que, asegura, su familia no tiene. También en sentido contrario a buena parte de los suyos, decidió callar sobre algo con lo que parte de su familia llenó toneladas de papel couché: su intimidad. Solo hace poco, empezó a abrir esa compuerta, pero a su ritmo. El documental sobre su padre es un ejemplo y por eso es una bomba emocional honesta, pero una bomba que ella controla.

“Soy un verso suelto de los Flores”, dice con un poquito de pesar la actriz y ahora también productora, aunque quizá esa sea la clave de su éxito y de su método: ser una Flores, pero siempre con un pie fuera del tiesto.

Créditos de producción

Estilismo Juan Cebrián
Maquillaje y peluquería Paula Soroa (TEN Agency)
Producción Cristina Serrano
Producción local Gemma Soriano y Marta Sánchez (247PLUS)
Retoque fotográfico Justine Foord
Asistente de producción Sofía Jimenez (247PLUS)
Asistentes de fotografía Pablo Rodríguez y Sergio Borondo
Asistente digital David García
Asistentes de estilismo Paula Alcalde y Carmen Cruz

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Silvia Cruz Lapeña
Periodista en EL PAÍS Audio. Ha publicado en los principales medios españoles, colaboradora en RNE o CADENA SER y ha sido jefa de Actualidad en Vanity Fair Licenciada en Periodismo, es autora del libro 'Crónica jonda', y de su podcast homónimo publicado en Podium Podcast, así como de la biografía de la boxeadora Lady Tyger.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_