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Los tulipanes que Christian Dior convirtió en moda y perfumes

Una muestra en el hogar de la infancia del modista en Granville (Francia) explora la influencia en su obra de las flores que sembró su madre en el jardín

Christian Dior dibuja en una casa familiar, en Milly-la-Forêt, en torno a 1954
Karelia Vázquez

Cuando en 1906 Madeleine Dior compró Les Rhumbs, una casa con una hectárea de terreno desértico que bordeaba el cementerio de Granville, en Bretaña, no podía imaginar que su elección cambiaría la manera de vestir de las mujeres de la segunda mitad del siglo.

Madeleine Dior, que tuvo un hijo al que llamó Christian, dedicó muchos años de su vida a convertir aquel espacio con vistas al mar en un frondoso jardín. Sembró pinos, robles y cipreses que crecían “contra viento y marea”, según le gustaba repetir a su hijo, el modista.

Tres diseños de Marc Bohan para Christian Dior en los años en que fue el director creativo de la firma. De izquierda a derecha, sombrero de tul adornado con lazos de organza turquesa teñidos de fucsia y mezclados con ramitas de lirios, de 1970; cubierto de flores rosas y blancas y hojas verdes, hacia 1965, y con rosas multicolores, también de 1965.

En el jardín de su madre el pequeño Christian pasó muchas horas observando y aprendiendo. “Para mis ojos de niño era como una selva virgen”, contó en sus diarios. Allí aprendió a anunciar las estaciones por el color de las hojas y la furia con la que el viento golpeaba contra los árboles. Con su madre y los jardineros de la casa se convirtió en un experto en identificar la esencia de las flores y las bondades de la naturaleza.

En 1947 aquel jovencito cambió la historia de la moda con su primera colección, marcada por la línea Corolle con una silueta que recordaba a las flores invertidas en plena floración. Fue el hilo conductor que dio vida a las femme-fleurs (mujeres flores). Vestidas para agradar y recuperar la grandeza tras los años de austeridad de la II Guerra Mundial, esa silueta sería bautizada como new look, y simbolizaría el fin de las penurias y la vuelta de la suntuosidad y el lujo.

Detalle de una prenda en la colección primavera-verano de 1948.

Desde 1939, los jardines de aquella casa de la infancia de monsieur Dior son públicos y pueden visitarse. En 1997 la mansión Les Rhumbs se convirtió en el Museo Christian Dior, que este verano ha inaugurado la exposición Dior, Enchanting Gardens y ha editado un libro con el mismo nombre para trazar la línea que une ese jardín con las creaciones de la maison Dior. “Desde el primer desfile de 1947 hasta las creaciones de los directores creativos contemporáneos como John Galliano, Raf Simons y Maria Grazia Chiuri se puede apreciar la influencia de los jardines de Granville en la obra de la maison, explica su comisaria, Brigitte Richart, que destaca: “La línea central del espíritu de la exposición que podrá visitarse hasta el 2 de noviembre de 2025 es mostrar la continuidad de las flores y la naturaleza como inspiración de la casa Dior”.

La villa Les Rhumbs, en Granville, en 1930.

Richart menciona el look 27 de la colección de alta costura otoño-invierno 2010 de John Galliano para Christian Dior, cuya falda de triple organza de seda pintada a mano en rosa palo replica las orquídeas de los jardines de la familia. En aquel desfile, Galliano presentó la colección como un gran buqué de tulipanes, amapolas y rosas, dramáticamente exagerado con lazos de rafia coloreada y nudos botánicos falsos que hacían la función de cinturones. Este monumental vestido de fiesta es parte de la exposición, así como el traje Coré que firmó Maria Grazia Chiuri en 2017 para la colección primavera-verano. Un diseño con varias capas de tul que prensaban las flores bordadas por Safrane. Una técnica que ya había empleado Christian Dior en el vestido Diablotine de la colección de alta costura otoño-invierno de 1957.

La modelo Roos Abels con el vestido Hellébore, diseñado por Gianfranco Ferré para Christian Dior, en la colección primavera-verano de 1995.

Para la comisaria de la exposición, dos de las piezas icónicas por las que merece la pena hacer una parada en Granville son los vestidos Vilmorin y Andrieux, creados por Christian Dior en 1952, un homenaje a la pasión de su madre por las flores silvestres sin pretensiones, como las margaritas, y a la suya propia por los catálogos coloreados de huerta y jardinería de Vilmorin-Andrieux & CIE. “Eran su lectura preferida por encima de cualquier novela, y, gracias a ellos, Dior aprendió el nombre de las semillas y los cuidados de las plantas”, explica Richart. En homenaje a esos comerciantes de semillas, el modista creó dos vestidos de tarde cubiertos de pequeñas flores amarillas bordadas por el couturier Rébé que fueron portada de la revista Elle en marzo de 1952, lucidos por la modelo Sylvie Hirsch y la actriz Brigitte Bardot.

Modelos de Maria Grazia Chiuri para Christian Dior, de la colección de alta costura primavera-verano de 2017.

La huella de los jardines de Granville en Dior no es solo visual. La memoria olfativa llevaba a monsieur Dior una y otra vez a su casa de la infancia. Su compañía de fragancias, Parfums Christian Dior, creada solo tres semanas antes del primer desfile del new look, tenía la misión de reclutar a los mejores narices de Grasse para inundar los salones de la avenida Montaigne con un “perfume que oliera a amor”, un aroma que todo el mundo quisiera llevarse a casa. Aquella primera fragancia fue bautizada para la historia como Miss Dior. Con esta estrategia, Christian Dior se posicionaba con paso firme como un revolucionario icono cultural en 1947: el del modista perfumista.

En la exposición también pueden verse documentos de archivo, siluetas de alta costura y los primeros frascos de fragancias clásicas de la maison, como Diorama y Diorissimo. Así como la coherencia que han dado a la casa en este siglo las creaciones de otros perfumistas como Francis Kurkdjian, hoy a cargo de las fragancias de Dior.

No se sabe con certeza si monsieur Dior regresó alguna vez a su casa de la infancia. Cuenta Richart que es probable que antes de convertirse en un modista famoso estuviera al menos una vez en Granville. Se sospecha por un telegrama que envió desde un hotel, pero nunca se ha podido demostrar si volvió a Les Rhumbs, que entonces estaba casi en ruinas. “Quizás visitara los jardines que eran públicos de manera anónima porque en esos años él era un completo desconocido”, aventura la comisaria de la exposición. Lo que sí se sabe es que en todas las residencias del modista, desde la casa de Milly-la-Forêt hasta el château de La Colle Noire, siempre hubo grandes jardines, diseñados con una estructura que recordaba mucho al de su infancia en Granville. “Incluso en La Colle Noire, la última de sus casas, tenía un jardín de invierno, un poco más grande pero exactamente igual al de su madre”, confirma Richart. En la exposición de Granville se pueden ver, además, las mejores fotos que tomaron para Dior Henry Clarke, Patrick Demarchelier, Bri­gitte Niedermair y Paolo Roversi.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.
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