Cómo afecta a España el acuerdo arancelario alcanzado entre la UE y EE UU
Bruselas ha aceptado una tarifa del 15% sobre sus exportaciones para zanjar la pugna comercial

Punto final —o por lo menos, punto y aparte— en la pugna comercial entre Washington y Bruselas. La UE ha aceptado un arancel del 15% sobre sus exportaciones hacia el gigante norteamericano en un pacto alcanzado entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. La base del acuerdo sellado este domingo llega casi cuatro meses después de que la Casa Blanca diera oficialmente inicio a su guerra comercial global. Tanto entonces como ahora, la economía española en su conjunto saldrá más o menos airosa del golpe por un simple juego numérico: solo un 5% de sus ventas hacia el exterior tiene como destino EE UU. Sin embargo, y a falta de conocer los detalles de la negociación, hay algunos sectores potencialmente más expuestos. Entre ellos están los productos del campo, como el aceite y el vino, o la maquinaria y material eléctrico.
Bruselas y Washington empezaron a negociar a mediados de abril, tan solo unos días después de que Trump dinamitara el orden económico mundial ―el día 2― con el anuncio de una batería de aranceles a escala global. En los meses siguientes, en su ya habitual impredecibilidad y ante la presión cada vez mayor de los mercados, modificó y aplazó las tarifas una y otra vez, mientras mantenía reuniones y cerraba acuerdos bilaterales con varios países, como el Reino Unido o Japón.
En esos escasos cuatro meses también se agolparon los informes que estiman el impacto de la arremetida tarifaria tanto sobre la economía mundial como dentro de las fronteras nacionales. Organismos supranacionales como el FMI previeron un efecto reducido para España, estimando que sería la gran economía de la UE menos afectada en el caso de una tarifa del 10%, el arancel universal fijado por Washington —que inicialmente anunció un recargo para la UE hasta el 20%—. Según el Fondo, el impacto directo para España es de una décima de PIB por cada 10 puntos porcentuales de aranceles estadounidenses a la UE.
El cálculo se traduce en un arañazo a la actividad nacional de un 0,1% en el corto y medio plazo en el caso de un arancel del 10%. Con el nivel acordado este domingo, el mordisco se elevaría ligeramente, hasta el 0,15%. El Banco de España elaboró unas previsiones similares. Estimó a inicios de año que la economía española se resentirá un 0,11% a tres años vista con un arancel del 10% sobre las exportaciones europeas.
El gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá, ha reiterado este lunes que el impacto para España será “moderado”. Sin embargo, ha recomendado cautela y una revisión minuciosa de los detalles del acuerdo, ya que, además del gravamen, incluirá unas cláusulas no arancelarias que pueden esconder trampas y elevar aún más la incertidumbre. Así lo ha manifestado en el Foro Económico organizado por el diario El Norte de Castilla, en el cual ha criticado la involución proteccionista estadounidense y se ha mostrado preocupado por las repercusiones sobre la economía internacional.
La clave está en que España no tiene un elevado intercambio comercial con EE UU. Es más, su posición es desfavorable en cuanto a intercambio de bienes ―los aranceles, de momento, no afectan a los servicios―: a diferencia del conjunto de la UE, importa de Estados Unidos más de lo que exporta. El año pasado, el déficit comercial con Washington fue de unos 10.000 millones de euros. Mientras que el mercado nacional compró productos a Washington por más de 28.000 millones de euros, solo exportó unos 18.000 millones.
El supervisor bancario también ha publicado este lunes una nota en su blog que respalda con cifras las palabras de Escrivá, en la que resume los datos clave de los intercambios de bienes entre España y EE UU. Destaca la “menor intensidad comercial” con respecto a los vecinos europeos ―las transacciones con Washington supusieron para la eurozona el 10,1% de su PIB en 2024, frente al 4,4% de España― y el peso relativo más reducido en el comercio exterior. El país norteamericano representa el 6% de las exportaciones y el 7% de las importaciones españolas; en el resto del bloque de la moneda única suponen el 10% del total en ambos casos. Además, las exportaciones españolas hacia EE UU están más orientadas a los servicios, y las importaciones a los bienes, justo al revés de lo que pasa en el área del euro en su conjunto.
“Aunque los aranceles se aplican de forma común a toda la eurozona, la caída del PIB en el conjunto del área es cuatro veces mayor que en España”, destaca el supervisor. Sin embargo, matiza que “dependerá finalmente de los productos afectados y de otros efectos indirectos”. Además, añade que la previsión no contempla los gravámenes adicionales que ya se aplican a otros bienes, como el acero y el aluminio, o eventuales represalias que otros países puedan poner en marcha.
Sector agroalimentario
De hecho, hay sectores nacionales que podrían sentir con fuerza la bofetada tarifaria, al igual que ocurrió con la embestida comercial que Trump lanzó contra algunos productos durante su primer mandato. Uno de los casos más emblemáticos es el del vino: EE UU es el segundo país de destino para los vinos convencionales envasados españoles, solo por detrás del Reino Unido, y el primero para los espumosos, según la Federación Española del Vino (FEV). En 2024, las ventas hacia el gigante americano alcanzaron un valor total de 390 millones de euros.
El aceite es otro de los grandes posibles perjudicados. España exporta a Estados Unidos productos agroalimentarios por un valor algo superior a los 3.500 millones de euros, según el Ministerio de Economía. De ese importe, más de 1.000 millones se corresponden a ventas de aceite de oliva. Los datos se pueden mirar desde otro ángulo, puesto que la trifulca afectará también al bolsillo del consumidor estadounidense: más del 30% del aceite de oliva que adquiere tiene origen español, un porcentaje parecido al de las aceitunas, y con los recargos arancelarios tendrá que pagar más por ello.
Otro sector menos visible en el día a día, pero potencialmente más afectado por concentrar la mayoría de sus ventas en EE UU, es la producción de maquinaria y material eléctrico y mecánico. Las empresas españolas de esta rama exportaron al país norteamericano más de 4.000 millones de euros en 2024. Por encima de los 1.000 millones en exportaciones a EE UU también se encuentra el sector de las manufacturas de piedra, yeso, vidrio, joyería. Les siguen los metales y sus manufacturas, según los datos de la Cámara de Comercio.
Los productos químicos y farmacéuticos también tienen una fuerte exposición al comercio con Washington —el año pasado, vendieron ahí productos por valor superior a los 3.000 millones de euros—, pero el acuerdo, según la información disponible, les libra en parte del gravamen. A la espera de conocer la letra pequeña del pacto, Von der Leyen ha adelantado que hay una serie de bienes europeos considerados estratégicos a los que se aplicará un “arancel cero”, como ciertos artículos químicos, componentes de la aviación, algunos medicamentos, chips o productos agrícolas, entre otros.
Efectos de segunda ronda
Al margen del castigo directo del arancel del 15%, que será más o menos severo según la actividad, hay otra derivada a tener en cuenta: los posibles efectos de segunda ronda. La tarifa acordada entre Washington y Bruselas afecta a todos los Estados miembros del bloque comunitario, puesto que la UE es una unión aduanera y no es posible aplicar tarifas diferenciadas por país.
Ese marco dibuja otras derivadas. Por un lado, hay productos que España no exporta directamente a Washington, pero desembarcan igualmente ahí. Es el caso de los vehículos europeos, a los que hasta ahora Trump ha aplicado un gravamen del 25%, que ahora Bruselas ha logrado reducir al 15%. España no vende automóviles terminados a EE UU, pero sí componentes a otros países europeos que exportan al país norteamericano y que también sufren el golpe de los aranceles. Por otro lado, la economía europea, ya en horas bajas, podría sufrir una desaceleración adicional por la guerra comercial, complicando para España la búsqueda de destinos alternativos para la producción que iba destinada a Estados Unidos.
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