El instinto de Alcaraz y el oficio de Bautista confluyen hacia las semifinales
El murciano firma un triunfo impecable ante Rinderknech (7-5 y 6-4) y se encontrará con el castellonense, verdugo del acelerado Rune (7-6(5), 6-7(4) y 6-2)


Suma y sigue Carlos Alcaraz, inmerso en una rutina ganadora que ha convertido la victoria en costumbre pero que, no por ello, debe conducir a la equivocación. De la misma forma que hace no demasiado se le reprochaba una irregularidad que en realidad no era tal —son siete presencias en la penúltima ronda en los diez torneos que ha jugado en 2025, a lo que añade cuatro trofeos y 40 triunfos, más que ninguno—, hoy se debe poner en valor este fantástico viaje primaveral en el que encadena ya 16 victorias, récord personal. No hay fallo desde la final del Godó, entonces lesionado, y a lo largo del trayecto ha despachado a contrincantes de todos los colores. También a Arthur Rinderknech, un gigantón de la Costa Azul (29 años, 80º del mundo) que hace un año se las hizo pasar canutas en este escenario.
Exige de nuevo, pero no hay curva alguna esta vez: 7-5 y 6-4, tras 1h 20m. Por tanto, Alcaraz disputará este sábado las semifinales de Queen’s, en las que se encontrará con Roberto Bautista, superior a Holger Rune (7-6(5), 6-7(4) y 6-2, en 2h 26m). Ambos se medirán tras el duelo entre Jack Draper y Jiri Lehecka, protagonistas del primer cruce (14.00, Movistar+). Tras el esfuerzo efectuado el día anterior, las casi tres horas y media invertidas para reducir a Jaume Munar, una actuación redonda y sin desvío alguno en la que recupera el buen rumbo con el saque —progreso significativo con los primeros— y no brinda una sola opción. Él, en cambio, explota al máximo las suyas: dos de dos.
Tiene Alcaraz el instinto de los grandes depredadores, capaces de detectar los instantes de flaqueza del adversario y sacarles el máximo partido. Y aplica la virtud en el tramo decisivo del primer parcial, cuando Rinderknech, un tipo que no titubea, toca mal un par de bolas y se mete en un callejón sin salida. Ahí, el español ataca con todo. Decisión, pegada y un señor bocado para poner tierra de por medio y transmitirle al francés que por su parte no será, que él no va aflojar, de ningún modo, y que al más mínimo despiste activará esa mandíbula que hoy día desgarra sin igual. Pesan las piernas, por eso del desgaste de la ronda anterior, pero el apetito prevalece sobre el cansancio.
Rinderknech exhibió sus buenas formas sobre la superficie el año pasado, cuando estuvo cerca de batir al murciano, pero este último logró escapar entonces y en este segundo careo no admite contestación. Buena palanca la del francés, un tallo de 1,96 que sabe cortar la pelota y más bien imprevisible, sin giros de muñeca que ofrezcan pistas y faciliten la interpretación; sin embargo, paga sobremanera ese resbalón (break para 6-5) y, a partir de ahí, intenta no desengancharse como buenamente puede porque Alcaraz ha puesto la directa y busca la segunda dentellada. No pierde un ápice de temple el galo, pero cede otro palmo ante el arreón del rival y ya no hay retorno.
Optimista donde los haya, en cualquier caso. En ningún caso desiste y frente a la crecida del número dos replica con valentía, fiel todo el rato a su guion. No le resta convencimiento ni siquiera ese globo perfecto que sortea una silueta superior a los tres metros; tampoco ese paralelo demoledor e inalcanzable, por más que estire el brazo y la raqueta por todo el fondo. Ya ha cedido por segunda vez el saque, al quinto juego de la continuación, y la historia se termina. Compite al otro lado el Alcaraz metódico, aplicado, controlador y decidido que no da lugar a los despistes. No tocaba. Impecable esta vez. Ante un compromiso peligroso, la respuesta propia del gran blanco.
Luego, conforme va entrando ya la noche, Bautista contrapone su saber estar con el incesante nerviosismo de Rune, siempre acelerado el nórdico, incapaz de contener ese fuego que tanto le penaliza. El castellonense, de 37 años y 51º del mundo, no enlazaba tres victorias desde octubre, cuando festejó su útimo título. Sin embargo, frente a esa juventud hiperactiva y esa tensión excesiva del danés, en guerra consigo mismo cuando no había razones, contrapone un tenis inteligente y efectivo para saborear unas dulces semifinales.
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