Contra todo y contra todos
Lamine Yamal ha irrumpido con estruendo en el viejo clásico sin pedir permiso ni responder a la condición de mayor de edad


El joven Lamine Yamal ha irrumpido con estruendo en el viejo clásico sin pedir permiso ni responder a la condición de mayor de edad una vez cumplidos los 18 años y vestir la camiseta con el 10. Interpretar al jugador desde la convencionalidad es una quimera porque su mensaje escapa incluso al juicio de los que todavía no se explican cómo el duelo Barça-Madrid o Madrid-Barça, siempre tan particular, ha sido reducido por efectos de comercialización a una versión española del duelo argentino River-Boca o Boca-River. Al futbolista azulgrana no le interesa la historia, y mucho menos la semiótica, especialmente ocupado en la Kings League, el torneo que enfrentaba a su equipo con el de Ibai Llanos, antes de viajar al Bernabéu. A diferencia de los jugadores que antes se escondían para certificar que estaban concentrados en el mayor de los partidos, Lamine se ha exhibido de noche en el torneo que maneja Gerard Piqué.
“Roban, se quejan”, se ha escuchado por boca de Lamine en una charla dicharachera, mitad en serio y mitad en broma, que ha encendido por alusiones al madridismo, muy a gusto con el papel tutelar de capitanes como Carvajal, y preocupado al barcelonismo, más cómodo con el comportamiento políticamente correcto de muchachos de la talla de Pau Cubarsí, el modelo catalán por excelencia, o Marc Casadó, por su complicidad con los sectores más radicales que celebran los éxitos en Canaletas. La figura de Lamine no es fácil de calificar porque cuida más de sus padres que sus padres han cuidado del propio Lamine, porque se ha formado en la escuela de la Masia, porque habla catalán y castellano en función de quien pregunta y porque responde al perfil de la llamada generación Z que nada tiene que ver con la que se recuerda de Cruyff, de Guardiola y por supuesto de Messi.
Acostumbrado a justificar la perversidad de Mourinho para sobrevivir al mejor Barça, el equipo que provocaba igual irritación cuando hablaba Guardiola que Piqué mientras Messi mostraba su camiseta a Chamartín, el Madrid no sabe aún cómo se debe tomar la afrenta de Lamine, más allá de la indignación de cuantos se consideran defensores de la causa madridista, los mismos que aplaudieron a Ronaldinho. El debate se centra en medir la gravedad de la ofensa del delantero azulgrana y en recordar que todavía queda pendiente resolver en los juzgados el caso Negreira. No se espera que el Bernabéu tenga clemencia con Lamine. Tampoco encontrará consuelo en el Barça si no se gana el partido por quinta vez consecutiva, autor de tres goles y dos asistencias en los cuatro anteriores, después de su dichosa lesión en el pubis y la excursión a Croacia con Nicki Nicole.
Lamine se ha convertido en un personaje de difícil dominio incluso para Flick en un vestuario falto de liderazgos y de autoridad no por desidia sino por la personalidad de líderes callados como Pedri. La sufrida hinchada teme por el futuro a corto plazo del futbolista y, sin embargo, sabe que las aspiraciones de triunfo pasan inexcusablemente por el talento de Lamine, y más en ausencia de jugadores capitales como Raphinha, Joan García e incluso Lewandoski. Nadie representa mejor el momento que vive el club azulgrana que Lamine Yamal. La posibilidad de conquistar el mundo después de una temporada pasada tan divertida como exitosa es tan posible como la de no llegar a ninguna parte en vísperas de un año electoral en el que se volverá a presentar Joan Laporta. La frontera entre el éxito y el fracaso pasa seguramente por la respuesta de Lamine.
Nada motiva más al futbolista que los desafíos, motivo suficiente para entender su última chanza —“mientras gane no me pueden decir nada”—, y confianza en sí mismo, aquella que se expresa cuando después de cada gol se corona virtualmente como el número 1 —si no soy el mejor, me lo creo, viene a decir Lamine, una actitud y modo de vida que nada tienen que ver con la de Vinicius—. La seguridad que desprende el delantero barcelonista es asombrosa, propia en cualquier caso de un futbolista precoz, de alguien inesperado que triunfa por sorpresa, uno de los representantes más cualificados del mundo de las redes sociales y de una generación que se siente expulsada del sistema, del modelo laboral y sus valores, desarraigada, desconfiada e individualista, y por tanto entregada a excepciones como Lamine Yamal.
Lamine no se siente ni quiere ser representante de nadie, sino que simplemente quiere ganar en el Bernabéu, igual que ya venció al equipo de Ibai Llanos, y entiende que es muy probable que suceda si las reglas y los condicionantes no le llevan la contraria y favorecen al Madrid. El 10 está voluntariamente contra todos y contra todo en el inmenso Bernabéu.
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