Serenatas a Franco
Una parte del Bernabéu dio la bienvenida a Mastantuono utilizando el mismo cántico que se popularizó en España durante la dictadura para vitorear al caudillo


Una parte bastante considerable del Santiago Bernabéu decidió dar la bienvenida a su nueva estrella, el joven argentino Franco Mastantuono, utilizando el mismo cántico que, durante la dictadura militar del general Franco, se popularizó en nuestro país para vitorear al caudillo. Podrían haber elegido otra fórmula, otra cadencia, otra melodía, pero conscientemente optaron por imitar uno de los gritos de exaltación del fascismo clásico, también del actual: basta con pasarse por algunas fiestas populares, o por algunas discotecas de moda, para comprobar su vigencia. Quizás convendría, en el mejor de los casos, tomárselo como una gran broma, la constatación de que España ha pasado página y se puede permitir ciertas licencias humorísticas, aunque sin perder de vista esa máxima universal del piensa mal y acertarás.
Mastantuono se llama Franco porque sus padres así lo decidieron y bien decidido está: es un nombre hermoso, sonoro, popular, que lucieron y lucirán con orgullo miles de personas en todo el mundo sin necesidad de sentirse referenciados por el apellido de un dictador sanguinario. “Todos tenemos derecho a ser quienes somos”, explicaba el escritor Juan Tallón durante la presentación de su última novela, El mejor del mundo (2025), editada por Anagrama. El protagonista del libro se llama Antonio Hitler Ferreiro, es de Ourense y se dedica a la fabricación y venta de ataúdes. “La provocación es más que admisible siempre y cuando no sea solo eso, sino que busque algo, que tenga un justificante”, explicaba en una entrevista. El discurrir de los acontecimientos y la propia temporada deberían bastar para poner en contexto la intención de un cántico que, en la peor de las consideraciones posibles, tan solo demostraría el mal gusto y la escasa memoria de quienes insistan en entonarlo.
Por lo demás, el partido entre el Real Madrid y Osasuna cerró una primera jornada de liga que los amantes al fútbol llevaban semanas esperando. Se hacen largos los veranos sin el hormigueo en el estómago que producen las competiciones de verdad, con arraigo, donde tres puntos parecen una vida entera y al rival se le mide por las dificultades que presenta, sin importar el nombre, el palmarés o su cuenta de resultados.
Se estrenaba Xabi Alonso en el banquillo del equipo blanco, un nuevo intento del Madrid por modernizar su naturaleza de equipo impredecible que navega por la historia negando siempre la mayor: no hay orden que mejore el desorden, ni estrategia más efectiva que el vicio de ganar. Entre las preguntas fundamentales que debe responderse el técnico vasco a lo largo de la temporada está la de saber, exactamente, para qué lo han traído: lucir modernidad y ortodoxia en el Bernabéu puede resultar tan contraproducente como decirle a un cojo que sales a estirar las piernas.
Todo cae, a menudo, por su propio peso. Y entre la parroquia blanca empieza a fraguarse una división clara, casi obscena, entre los que parecen buscar a su propio Guardiola y quienes preferirían inundar el estadio con agua salada antes que tontear con el anticristo. Algo similar puede ocurrir con Franco Mastantuono, a quien muchos perciben ya como la némesis definitiva de Lamine Yamal sin apenas haberlo visto jugar. El peso de las expectativas es mayor en un club que siempre está mirando de reojo lo que no tiene, a menudo sin reparar en que ya lo tiene todo. Pero estancarse es morir. Y este proyecto viene cargado de promesas, como los nuevos amores. El tiempo dirá si los mimbres elegidos se asientan con firmeza o si el nuevo Madrid tan solo se diferencia del viejo en el riesgo inaudito de sus nuevas serenatas, aunque salgan de memoria.
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