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ALIENACIÓN INDEBIDA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ter Statuen: un monumento al yo

Portador del brazalete y heredero de Samitier, Segarra y Puyol, entre otros, ha decidido que ya solo se representa a sí mismo

Marc-André ter Stegen
Rafa Cabeleira

A todos los factores que abundan en la singularidad casi marciana del Barça hay que añadir ahora uno más: es el primer club en la historia del deporte donde las lesiones no son un problema, sino una oportunidad, una herramienta, un comodín. Tantos años redefiniendo el fútbol, construyendo una narrativa de absoluta singularidad, han desembocado en este momento un tanto delirante donde un parte médico ya no solo informa sobre el estado físico de un futbolista, sino sobre el estado de las cuentas del club. Así las cosas, cada músculo que se resiente, o cada hueso que se rompe, lo convierte este Barça de entreguerras en una ventana abierta de par en par por la que colar —inscribir— a sus nuevas adquisiciones.

Solo desde esta óptica extraña, que navega entre la supervivencia administrativa y la lógica creativa, se puede entender lo que está ocurriendo con Marc-André Ter Stegen, capitán primero de la plantilla y principal escollo del club, a estas horas, para sus planes de temporada. La llegada de Joan García y la sensación de no ser bienvenido, tanto en las oficinas como en el vestuario, han desembocado en un ataque de cuernos como no se veía otro igual desde que Leia besase a Luke en presencia de Han Solo. Por supuesto que el portero alemán tiene derecho a preservar su intimidad sanitaria, pero el asunto hace tiempo que traspasó el terreno de lo legal y hasta de lo moralmente aceptable para convertirse en un tema simbólico: el portador del brazalete de capitán, heredero de Samitier, Segarra y Puyol, entre otros, ha decidido que ya solo se representa a sí mismo.

Tampoco es ninguna novedad, ni algo que no se supiera. Cuatro años después de la salida de Leo Messi (el primero que le tomó la matrícula y cantó las cuarenta a balonazos, según ha confesado el propio Ter Stegen en alguna entrevista), el guardameta parece haber perfeccionado un estilo de liderazgo basado en la ausencia. Lo vimos en las celebraciones del equipo la temporada pasada, siempre al margen de un grupo que canta y baila como una excursión de instituto mientras él, no solo por cuestiones de edad, se mantiene a una distancia prudencial, siempre un escalón por encima del resto, como si le molestase el barullo. Del todavía capitán ya solo cabe esperar que aparezca para levantar los trofeos cosechados y recordar que sus datos personales son suyos, de nadie más.

Sin mayores explicaciones de lo ocurrido por ninguna de las partes implicadas, el deterioro de su imagen entre la afición resulta palpable, también un tanto cruel. Sus buenas temporadas han quedado sepultadas bajo los últimos desplantes y los más desagradecidos han decidido rebautizarlo como Ter Statuen: no se mueve, no inspira, no colabora... Quien debiera cuidar del corazón del equipo se ha convertido en un guardián de sí mismo y eso, sin una aclaración que lo justifique, es gasolina suficiente para que su pira pública siga ardiendo hasta la extinción misma del contrato.

En este mundo tragicómico en que parece vivir el Barça desde ya ni se sabe, tan solo un guionista malvado podría introducir la variable de CAT, una mascota empática y entusiasta que sitúa a Ter Stegen frente al paredón de las comparaciones odiosas. Porque mientras uno se esfuerza en animar, el otro se empeña en incomodar. Sin decir una sola palabra, ambos han conseguido justo lo contrario: ganarse el cariño del público uno, perderlo el otro. Qué tiempos estos en los que el mejor representante de los valores del club resulta ser un peluche: esperemos que no se lesione.

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