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Alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Messi sigue siendo el rey, aunque a él no le importe

Nadie gana siempre, ni siquiera Messi, pero el hecho de que todavía siga formando parte de la conversación ya es, en sí misma, una anomalía salvaje

Messi
Rafa Cabeleira

La vida parece moverse a velocidad de vértigo en los tiempos que corren y lo mismo el fútbol. Lo que hoy nos parece una novedad se convierte en algo obsoleto a la mañana siguiente y hasta los cromos parecen criar canas en cuanto los sacamos del sobre original para exponerlos a la crudeza del álbum: todo parece susceptible de caer en el olvido más pronto que tarde, pero no. Leo Messi sigue siendo el mejor futbolista del planeta. Lo era hace 20 años y lo sigue siendo en el verano de 2025, aunque se pase los inviernos jugando contra rivales aleatorios que nadie sabe, con total seguridad, si ya están por marcharse o todavía están por venir.

Han pasado tres años desde que Leo levantara la Copa del Mundo al cielo de Qatar, tres años que hemos ocupado en buscarle un heredero sin tener en cuenta sus últimas voluntades y abusando de las coronas de cartón: Mbappé, Haaland, Vinicius Jr., Lamine Yamal... Cada uno de ellos disfrutó del honor pasajero de sentirse el nuevo rey sin reparar en que Messi siempre vuelve para meterlos a todos en la caja de los juguetes. Que nos hayamos olvidado momentáneamente de él es fruto de una decisión personal, de su intención de vivir más tranquilo y sin todos los focos apuntando a su barba las 24 horas del día. Pero entonces llega el Mundial de Clubes y descubrimos que el cacique, el que manda, sigue siendo ese tipo bajito que domina la cancha a fuego lento desde los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero.

Es fácil ponerle peros a Messi. Algunos lo llevan intentando desde que tenía la cara pintada de acné y la cabeza llena de malas ideas. No corre. No salta. No presiona. No lidera... Pero ocurre que el árbitro da su conformidad para que empiece el partido y el argentino más argentino de la historia, el rosarino, es el único sobre el verde que sabe lo que va a pasar un segundo antes que el resto de los penitentes. Y en ese segundo le cabe a Messi el manual entero del fútbol explicado a base de vídeos cortos especialmente pensados para el nuevo consumidor, ese que se acerca al fútbol a través de formatos veloces como YouTube o TikTok. Tiene hasta cierta gracia su capacidad para apretar el botón de pausa y dejarnos colgados de algún nuevo prodigio cuando lo único que parece desear el resto del mundo sea avanzar sin mirar atrás.

Es bastante probable que su equipo diga adiós tras el próximo partido. Se enfrentarán Messi y su escasa compañía al campeón de Europa, un equipo de titanio entrenado por Luis Enrique, que lo conoce en la salud y en la enfermedad, a buenas y a malas, mirándolo de frente y hasta escondido tras la puerta de un cuarto de baño. Nadie gana siempre, ni siquiera Messi, pero el hecho de que todavía siga formando parte de la conversación ya es, en sí misma, una anomalía salvaje.

El próximo verano, cuando la Copa del Mundo se dispute a las puertas de su nueva casa, volveremos a poner en duda la capacidad de Leo para liderar a una Argentina que comparecerá como campeona, quizás por aquello de ser la estrella menos ruidosa del siglo XXI, el tipo que todo lo orquesta sin despeinarse, un rey que no necesita que lo aclamen porque le basta con seguir siéndolo: así se explica en los nuevos tiempos, supongo, el auténtico valor de la vieja monarquía.

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