

Messi está solo
El Inter de Miami empata contra el Al-Ahly en el partido inaugural del Mundial de Clubes pese a un gran encuentro del argentino, que brilló por encima del resto, bastante gris


El envoltorio dorado de la primera entrega del nuevo y fastuoso Mundial de Clubes resultó estar vacío de goles, casi lo único que termina quedando al final del fútbol. Después del espectáculo inaugural; después de que se modificara la liturgia de la salida de los equipos, jugador a jugador, e incluso de los saludos; después de que la FIFA encontrara el modo de ocupar más de 60.000 de los 65.000 asientos del estadio Hard Rock; después de todo eso, el primer partido, crudo e impreciso, terminó sin premio. Y eso que Messi se fue levantando con destellos arrebatadores sobre el nivel que emparejó al Inter Miami estadounidense con el Al-Ahly egipcio. Parecen los más flojos de un grupo que completan el Oporto portugués y el Palmeiras brasileño. El argentino se empeñó hasta el final, hasta el último tiro que buscaba la escuadra y que El-Shenawy desvió al larguero. Se fue sin nada. Messi está solo en Miami.


Nadie quiso más que él, nadie produjo más que él, nadie se vio tan solo. Le acompañó apenas su portero, Ustari, que detuvo un penalti en la primera parte y le permitió el brillante despliegue en busca de la victoria en la segunda.
El torneo del futuro empezó despertando la nostalgia del Luis Suárez del pasado, del Busquets de la era dorada del Barcelona y la selección española, de que ellos, y los de ahora, acompañaran a un Messi al que en contextos como este todavía le alcanza su descomunal inteligencia futbolística. La añoranza es un poco por ellos y un poco por lo que los rodea en este casi recién nacido Inter Miami que se estrenó en su liga solo en 2020. Da la impresión de que la pelota, que tanto los seguía, con los años se ha ido desenamorando de ellos.
La melancolía es también por lo que los rodea. Estos tipos que se aproximan a los 40 juegan al lado de chicos que no son como esos otros junto a los que brillaron. El juego se les atraganta. Tienen el balón, pero el balón parece incómodo con ellos, como intentando escapar. La imprecisión retrasa todo, lo vuelve predecible. También desespera a quienes vivieron acostumbrados a la excelencia.
El equipo de Mascherano solo despertaba cuando manejaba Busquets y encontraba a Messi, con su clarividencia superlativa. Aburrido de contemplar desde arriba un juego que se movía a trompicones, siempre al borde de la pérdida, retrocedía para apoyar al mediocentro y de ahí salían algunos chispazos ilusionantes e indescifrables para el Al Ahly.
El equipo egipcio, el más potente y seguido de África, vivía tranquilo mientras el Inter Miami manejaba el balón sin demasiada pericia. Apenas se sentían amenazados, ni siquiera cuando Messi filtraba pases. Su portero, El-Shenawy apenas se inquietaba.
Los egipcios, dirigidos por el español José Riveiro, tenían un plan sencillo, pero efectivo. No se demoraban en la elaboración, o en las maniobras contemplativas. Veían menos la pelota, pero cuando se hacían era el Inter Miami al que le costaba situarla. Ejecutaban con determinación maniobras básicas de avance por las bandas: juego directo en busca del punta. No habían transcurrido ni diez minutos y Ashour se encontró solo ante Ustari, que desactivó la ocasión y comenzó una serie de paradas que mantuvo en el partido a su equipo. Sucedía todo al revés que como le han pasado las cosas a Messi: su equipo tenía más el balón pero recibía todo el peligro.
La noche de Ustari era inspiradísima, ganador de un mano a mano tras otro. Hasta el momento más determinante. Segovia derribó en el área a Zizo cuando a Zizo se le había ido un control. Parecía innecesario, pero lo echó a la hierba. Del penalti se hizo cargo Trezeguet, que en realidad no se llama Trezeguet, sino Mahmoud Ahmed Ibrahim Hassan. Tiró al lado al que se había lanzado Ustari, otra vez Ustari, y se le esfumó el gol que había imaginado tan cerca.
En la otra portería, la noche de El-Shenawy era bien distinta. Lo más peligroso que le llegó en el primer tiempo fue un intento de gol olímpico de Messi. Lo siguiente, ya en el segundo, fue uno de los clásicos del argentino. Se hizo sitio en la frontal y abrió un zurdazo buscando la escuadra, pero el portero acabó la ilusión con un solo paso al lado y sin necesidad de levantar los pies del suelo. Y después, también de Messi, una falta directa que pegó por fuera abajo en el palo y en el lateral de la red y la grada celebró, hasta que se corrió la voz de que la pelota había caído fuera.
Las punzadas del argentino fueron desinflando al equipo egipcio. Ya no encontraba el camino a la puerta de Ustari, que para entonces había parado todo lo que la noche le había requerido parar. Messi empujó hasta el final, hasta la última parada in extremis de El-Shenawy. Y se fue de vacío, como vacío quedó el choque inaugural del Mundial de los 1.000 millones en premios.
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