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Alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ‘mena’ que insultó a Lamine Yamal

Sancionemos al menor de la boca sucia porque iniciarse en el racismo en un Clásico no debe salirle gratis, pero que no queden en suspenso el padre que aplaude, el desconocido que ríe y el club que pasa de puntillas sobre estas actitudes

Menor que insultó a Lamine Yamal
Rafa Cabeleira

Un menor de edad es el primer sancionado por proferir insultos racistas contra Lamine Yamal en el Bernabéu y es que algunos comienzan bien pronto en esto de las hazañas ultra y la conjugación del odio como si fuera un verbo. Según el informe remitido por LaLiga al Comité de Competición, el chaval se despachó contra el futbolista rival en los siguientes términos: “Mena de mierda, que sois unos menas. Menas de mierda”, amén de otros grandes clásicos del insulto encolerizado. Así pues, y como en estos casos conviene siempre agarrarse a un mínimo hilo de esperanza, daremos por hecho que tampoco él acudió al estadio acompañado por algún familiar en edad adulta, lo que nos ofrece una muestra bastante fiable del cacao mental que se gasta la autodenominada España que madruga, esta vez en versión infantil.

No deja de tener su aquel que un menor de edad, un chaval que debería estar enfrascado en resolver pequeños problemas matemáticos y memorizar las tablas de pronombres, se autoerija en inspector de extranjería, sociólogo y fiscal del apedreo. Que alguien tan joven se considere apto para dictar sentencias raciales desde una localidad en un estadio dice mucho de él, incluso de la educación recibida, pero todavía más de los cientos de adultos que lo rodeaban, por muy desconocidos que le pudiesen resultar. Si a tan tierna edad ya le gritas esas lisuras a un futbolista nacido en España, a los 18 podrías estar en una manifestación frente a Ferraz pidiendo su deportación. Y antes de la jubilación, si nadie lo remedia, mostrándote favorable al exterminio del diferente: total, ya lo habremos normalizado todo.

Nadie nace con el odio enquistado como un lunar. Se necesita un caldo de cultivo. Algo de contexto, a menudo fuera del entorno familiar y otras veces, quiero pensar que las menos, incluso dentro. Las redes sociales y la regeneración de los discursos de ultraderecha han traído consigo un sinfín de rostros ajenos que invitan a pensar que los insultos racistas están, otra vez, permitidos. Que está bien gritarle “mena de mierda” o “puto negro” a Lamine Yamal o que, al menos, no está del todo mal. Ese chaval, ahora arrepentido por carta y sancionado sin pisar un estadio durante un año, no está solo, por mucho que acudiese al partido sin compañía adulta. El problema no es tanto él como ese ecosistema en el que los cómplices de la grada, gente con canas y carnet de conducir, disfrutan viendo a un niño comportarse como un energúmeno: no hay espacio más abierto a la intolerancia que un estadio con 80.000 personas convencidas de que el futbolista rival es el enemigo.

Allí, entre bocadillos, refrescos y bufandas, se educa al nuevo converso en una furia colectiva que, por lógica, se acabará trasladando a las calles. ¿O es al revés? Al chico que, antes de acudir al partido, pasaría por casa a dejar la mochila y prometió a su madre hacer los deberes al volver. Así que, sí, sancionemos al menor de la boca sucia porque iniciarse en el racismo durante un Clásico no debe salirle gratis. Pero que no queden en suspenso ese padre que aplaude, el desconocido que le ríe la gracia, el club que pasa de puntillas sobre estas actitudes mientras no le roce la mala publicidad —o el miedo a las sanciones— y un ambiente, el del fútbol, que sigue tolerando expresiones que deberían ser delitos. Porque ese chaval, ese niño, insisto, no está solo. Lo acompañaba un muestreo de la sociedad que ha dejado de escandalizarse y ya no entiende que, peor que el insulto, es el silencio, el eco.

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