Ir al contenido
_
_
_
_
GALLINA DE PIEL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Julen y Nico, las cláusulas del amor

El verano de 1995 fue una de esas bisagras históricas donde todo cambia. Julen Guerrero, 30 años antes de que Williams tenga un pie fuera del club, decidió llevarle la contraria al mundo y quedarse en Bilbao

Mural con la imagen emborronada de Nico Williams en Barakaldo
Daniel Verdú

El verano de 1995 fue una de esas bisagras donde el universo se alinea para cambiar de época. El Felipismo consumaba su decadencia a golpe de corrupción. Aznar tiraba la puerta al suelo de la Moncloa y España se preparaba para la unión monetaria mientras salía de la recesión al son del Tiburón se la llevó. El fútbol se transformaba también en el gran negocio actual, impulsado por la Ley Bosman, aprobada en diciembre de ese año. Y mientras en el Barça alguien tenía la brillante idea de traer a Meho Kodro para sustituir a Romario Da Souza Faria, el mayor poeta que jamás dieron las letras brasileñas, en el Real Madrid se obsesionaron con una joven estrella del Athletic. Aquel verano, todo iba a cambiar definitivamente. Todo, menos Julen Guerrero.

El jugador del Athletic de Bilbao, con su melenita rubia y su cara de niño, trotaba sobre la hierba de San Mamés como si fuera Damon Albarn, una de las estrellas del britpop que se disputaban entonces la hegemonía del pop. Jorge Valdano y Ramón Mendoza, que a buen gusto no les ganaba nadie, se lanzaron a por él dispuestos a pagar su cláusula de rescisión de 1.200 millones de pesetas, unos siete millones de euros. Pero no hubo manera. Aquello no iba de dinero. Tampoco de fichar por un club más grande. El chaval solo quería jugar en casa, volvió a contar hace poco. El mundo, evidentemente, ha cambiado muchas otras veces 30 años después.

El verano de 2025, quién sabe si otro perno de la historia, ha puesto en el foco dos dramas con sabor a telenovela venezolana sobre la fidelidad en el fútbol. Joan García y Nico Williams. El amor en tiempos de crypto bros. La historia de la traición conyugal, de Figo a Laudrup, pasando por los jugadores que el Athletic le levantó a la Real pagando la cláusula, como Íñigo Martínez. El portero, visto con perspectiva, aparece ahora algo triste con la camiseta del Barça, cabizbajo. Incapaz de disfrutar del mejor momento de su vida profesional. A Joan García lo han acosado, dicen que ha tenido que cambiar de teléfono, hay pintadas en su pueblo y seguro que durante un tiempo saldrá a comer con su familia más preocupado por recibir algún insulto que por el menú del restaurante.

Lo de Nico todavía es más farragoso y a todo el mundo se le está haciendo bola (también al artista que cada semana tiene que rehacer el mural vandalizado por algún seguidor del Athletic cabreado). Pero el problema no parece que sea su marcha, sino el club al que se va. No da la sensación de que Jon Uriarte esperase que se quedase, como confió en 1995 José María Arrate con Julen. Cuando firmaron el contrato de renovación le pusieron una cláusula baja porque sabían que se iría. O porque querían que se fuera para ingresar. Lo mismo, por cierto, que ha hecho el Barça con Araujo. “Las mujeres no lloran, las mujeres facturan”, dice Shakira. Lo mismo hacen los clubes con el precio que fijan por la libertad sus jugadores.

La realidad, también es cierto, es que uno nunca está preparado para que le dejen de forma abrupta. Y aliviaría algo ese dolor si nos dejaran elegir con quién se consuma la traición. Las relaciones se enquistan y esperamos inútilmente que algo resuelva el atasco y nos saque del lesivo tedio del que ya nunca saldremos, por mucho que invirtamos en viajes exóticos o en inútiles terapias de pareja. Ojalá una cláusula de rescisión en el amor que extrajese de golpe a una de las dos partes y compensase copiosamente el dolor de quien se queda en casa mirando el empedrado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_