De Babu Chiri a las 31 cimas en el Everest de Kami Rita: así ha cambiado el papel de los trabajadores de la etnia sherpa
Los guías de Nepal han dejado de ser meros porteadores para convertirse en estrellas respetadas y piezas clave del negocio en el techo del planeta

Su apodo es tan sencillo como representativo: ‘el hombre Everest’, o ‘Everestman’, tal y como luce un parche en su buzo de pluma, el mismo con el que el guía de la etnia sherpa Kami Rita se viste cada primavera para conducir a sus clientes. Su buzo de pluma es su buzo de obrero, peón del Everest. Es, también, el atuendo de una leyenda, de un símbolo local, héroe de Nepal, orgullo del valle del Khumbu, el de un hombre que sabe que un joven batirá su récord y borrará su recuerdo. A sus 55 años de edad, Kami Rita lleva enfrascado en las ascensiones al techo del planeta desde 1994. Y desde hace poco, pelea por sumar una cima más a su currículo: el martes se coló por 31ª vez en la cima del Everest. Nadie sabe cuándo pasará a la reserva. Cada héroe sherpa remite a otro.
Kami Rita creció admirando la figura rompedora de Babu Chiri, un fenómeno que prácticamente estrenó la imagen del sherpa no como simple porteador de cargas, sino como deportista y personaje luminoso. Babu Chiri ya había escalado el Everest en diez ocasiones en 2001, acompañando a clientes, en solitario, por su vertiente sur o por el norte. Quería llamar la atención para ganar dinero… y construir una escuela en su modesta localidad natal de Taksindu. Quería ser algo más que un porteador. Lo consiguió.
En 1999, pasó 21 horas recluido sin oxígeno artificial en una tienda diminuta apenas unos pocos metros por debajo de la cima del Everest, a 8.848 metros. Nadie entiende cómo sobrevivió al reto fisiológico, pero su ‘performance’ le concedió el brillo de los focos que reclamaba. También batió el récord de velocidad en la montaña, con 16 horas y 56 minutos, empleando oxígeno artificial para superar los últimos metros de desnivel. Igualmente, fue el primer sherpa patrocinado por una firma de vestuario de montaña occidental. Su ejemplo ayudó a cambiar radicalmente la percepción de los trabajadores de su etnia.
En la primavera de 2001, Babu Chiri se enfrentaba a su decimoprimer Everest: quería batir el récord de su compatriota Apu Sherpa. Descansaba en su tienda a 6.400 metros cuando advirtió la luz del atardecer. Salió para fotografiar su reflejo en las laderas de nieve y roca. Caminó unos pasos, luego un poco más alejándose del perímetro de las tiendas del campo de altura. Y cayó al fondo de una grieta. Falleció. Su muerte conmocionó Nepal: el final trágico de un hijo de sus montañas, humilde, sin estudios, hecho a sí mismo —aprendió a leer sin ayuda— gracias a la oportunidad de una montaña única para los occidentales.
Nunca pudo ver cómo se construyó una escuela en su Taksindu natal, igual que no llegó a imaginar el empoderamiento de su pueblo en el comercio de la cima del mundo. Ni a los hijos de los sherpas más prósperos asistiendo a clase en los mejores colegios de la capital, Katmandú, tal y como hubiese sido su deseo respecto a sus seis hijas.
Kami Rita, en cambio, figura en el epicentro del negocio sherpa. Es la estrella incontestable de la agencia Seven Summit Treks, que cada año cuenta con cerca de un centenar de clientes ávidos de emociones y necesitados de selfis en la cumbre. Algunos años, igual que Babu Chiri, escala dos veces el Everest en la misma primavera. Como en 2023 y 2024. No suele fallar nunca. En realidad, es un superviviente y la cara visible de una fuente de ingresos de gran importancia para su país, lo que explica muchos desatinos. Nepal entiende que la imagen de las colas atascadas bajo su cima icónica no son de recibo, de ahí que juegue al despiste con medidas cosméticas y anuncios de regulaciones severas que nunca se cumplen. Por un lado, las autoridades locales se empeñan en implantar medidas respetuosas con el medio ambiente que limiten el impacto de la presencia humana —recogida de residuos o limpieza de los campos de altura, que incluye la de restos humanos—, pero por otro concede permisos sin límite al trasiego incesante de helicópteros destinados a abastecer el campo base, realizar servicios de rescate, y, sobre todo, ofrecer servicios de taxi para los turistas más caprichosos.
Babu Chiri entendió que debía hacerse global, que a través de su ejemplo debía explicar a sus semejantes que era preciso acudir a la montaña sin miedo, con profesionalidad, sin mendigar y exigiendo sueldos occidentales para proporcionar a sus descendientes opciones de futuro. Desde Babu Chiri, o a imagen de un sherpa visionario, Nepal se ha hecho con la práctica totalidad del negocio del turismo en los ‘ochomiles’, una buena noticia que comporta una obligación: evitar que el asunto derive en un despropósito cultural, medioambiental y en un desequilibrio peligroso entre la tradición y la modernidad en el Valle del Khumbu.
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