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Vingegaard es la ley en la Vuelta a España

El danés se impone en el primer ‘sprint’ en alto sobre Ciccone y se viste de rojo a las primeras de cambio

Vingegaard Vuelta a España
Jordi Quixano

Puede que la etapa tuviera 160 kilómetros, pero era llana hasta la ascensión a la estación de Limone Piemonte, Alpes italianos, verde por doquier, tropecientos aficionados en las cunetas con jersey y paraguas porque la lluvia hizo acto de presencia, 10 kilómetros con una pendiente media de 5,1%, pero rompedores los dos últimos, ya con rampas del 10%. Era la prueba del algodón de la Vuelta, la primera criba que definiría quién quiere el cetro, quién puede hacerle sombra al gran favorito, a Jonas Vingegaard, quién tiene piernas y ambición. Se postularon Ciccone, Bernal, Gaudu, Almeida, Pidcock, Ayuso, Gall, Hindley... Pero nadie pudo con el danés, que sacó aire de donde no lo había, que encontró la fuerza que pareció no tener, que se marcó un sprint tremendo, bamboleo de la bici y del cuerpo, menos de medio tubular sobre un Ciccone que se quedó con las ganas de festejar en su tierra. Pero la ley y los mandamientos, como se suponía, es cosa de Vingegaard.

Todo comenzó en Alba, localidad coqueta en los albores de Turín, que se colapsó de buena mañana, toda vez que fueron miles los aficionados que se acercaron al punto de partida de la segunda etapa, donde los ciclistas repartían autógrafos y en bastantes ocasiones se vieron obligados a bajar de los autocares ante los cánticos persistentes de los niños, sobre todo a los italianos, pero también a los buenos de verdad, a los que aspiran a dejar su nombre en esta carrera. Familias enteras, jóvenes, perros, bebés, todos unidos alrededor de las bicicletas por un día, pues Alba es más bien reconocida por su producción de trufas blancas, oro gastronómico, además de por su vino Barolo y la fábrica de Ferrero, tan próxima que, cuentan los lugareños con ironía, cuando la bruma se apodera del lugar y se respira menos aire puro, el olor de la Nutella impregna tanto la ciudad que basta con colocar las tostadas en la ventana para degustar el famoso chocolate. El triunfo de etapa, en cualquier caso, se lo llevó Vingegaard con un último bocado delicioso.

Aunque la jornada comenzó con un sentido minuto de silencio en recuerdo del joven Iván Meléndez, de 17 años y del equipo canario Tenerife Cabberty, que falleció hace poco en la Vuelta Ciclista Junior a la Ribera del Duero tras verse implicado en una caída masiva durante la segunda etapa, la tristeza no se alargó porque los corredores entendieron que su homenaje sería sobre la bici. Así, nada más al alzar el telón, como ya ocurriera en la etapa inaugural. fueron cuatro ciclistas los que se despegaron del pelotón, de nuevo aquiescente con los rebeldes: Denz (Bora), Glivar (Alpecin), Otruba (Caja Rural) y Slock (Lotto). Y por más que hubo un cambio de cromos –Sinuhé Fernández (Burgos) se unió a una fuga de la que se descolgó Denz sin motivo aparente-, suya fue la aventura del día.

Una que el Q36.5 no quiso validar, siempre con Xabier Mikel Azparren y David González al frente, trabajo infatigable de zapa y de desgaste, monólogo al frente de la serpiente de color para su líder Tom Pidcock, ciclista que llegó del ciclocrós y que tiene piernas para los esfuerzos cortos y el terreno montañoso, como bien acreditan sus dos oros olímpicos en Tokio y París. Una en la que tampoco pudo mantener el ritmo Sinuhé, que pagó caro el esfuerzo del inicio de etapa. Y una que se derritió a falta de siete kilómetros, ya en plena ascensión.

Pero antes se dio el susto y el lamento del día, pues en una de las rotondas, mojado como estaba el asfalto por la lluvia, Pidcock se resbaló y cayó, y con él se llevó a medio equipo y al otro medio del Visma, Vingegaard incluido. No se hizo nada el danés, que se subió de nuevo a la cabra para atrapar al pelotón y levantó el pulgar a la cámara, tampoco Pidcock. Superado el sobresalto, en cualquier caso y con la bienvenida de las rampas a la estación de esquí de Limone Piemonte, Visma ejecutó su plan, ese que siseó, quizá para disgusto de su director, Vingegaard en la salida. “No queremos que se suba tranquilos”, advirtió. Querían que no se decidiera todo en el sprint final, sino que el ritmo erosionara al pelotón y, de paso, hiciera la selección natural. Pero su táctica era la de muchos, entre ellos Ineos (que quería impulsar a Bernal), Lidl-Trek (Ciccone) y UAE (Almeida-Ayuso), que copaban a lo ancho la carretera, muchos vatios y sudores, primer castigo para los poco escaladores, que desmigaban sin remisión al pelotón.

Comenzaron las curvas y se estiró el pelotón, ya el Visma poniendo el turbo, más tralla. Y con los dos últimos kilómetros se dio la guerra. Pero fue una a lo Gila, más por teléfono que con armas. O, lo que es lo mismo, más ritmo que ataques. Nadie se atrevía. Hasta que llegó el siempre gallardo Marc Soler, que dio el latigazo a 600 metros. Fuegos de artificio porque entonces se destapó el tarro de las esencias, todos los pretendientes en el baile. Pidcock no pudo seguir el ritmo; Bernal demostró que vuelve a su versión tras años duros por un grave accidente que casi le cuesta la vida; Ameida y Ayuso evidenciaron que no hay un líder claro en el UAE; y Gaudu explicó que por qué no meterle en las quinielas. Aunque la pujanza más fuerte fue la de Ciccone, que se vio ganador. “Tras la última curva, no pensé que podía cogerle”, resolvió Vingegaard tras la etapa. Pero ese golpe de riñón, ese orgullo, ese talento y ese aquí mando yo le alcanzó para derrotar al italiano y, de paso, avisar al resto de que si está en la Vuelta es para ganarla. Suyo es el maillot rojo.

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Sobre la firma

Jordi Quixano
Redactor de Deportes en EL PAÍS desde 2003. Licenciado en la Universidad Ramon Llull. Ha cubierto una Eurocopa, un Mundial y varias Vueltas a España, además de llevar durante años la información del Barcelona, también del Atlético y ahora de polideportivo.
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