Felipe Perrone: “No guardo absolutamente nada, ¡regalo hasta mi ropa!"
El capitán de la selección de waterpolo de España, el nadador con más Mundiales de Natación a sus espaldas (13), afronta la semifinal ante Grecia sabedor de que disputa sus últimos partidos


El cronómetro marcaba el minuto 4.02 del último cuarto del partido España-Hungría cuando el capitán Felipe Perrone se escurrió bajo el brazo imponente de Fekete Gergö, el defensa, como una palometa que nada sumergida a escasos centímetros de la superficie de un mar revuelto. El desmarque coincidió con el pase que desde cuatro metros le dio Marc Larumbe, El Lugarteniente, su cómplice durante tantos años en el Atlètic-Barceloneta. El balón voló durante un segundo y antes de asomar la cabeza, Perrone sacó la mano a la superficie como si viera la jugada con una cámara cenital. Atrapó el proyectil en pleno vuelo y lo catapultó contra la portería que defendía Kristof Csoma: fue el 9-9 y culminó una remontada épica que clasificó al equipo para cuartos y ha sido el momento más feliz del recorrido de España en los Mundiales que se disputan en Singapur. Pero la cuestión que flotó en el aire mientras Perrone y sus compañeros gritaban celebrando el gol fue de orden metafísico. ¿Cómo hizo para ver la pelota que le pasó el lugarteniente Larumbe?
“¡Qué remontada!”, responde Perrone. “¡Ni sé cómo lo hicimos! Realmente fue un momento en el que parece que todo se conecta. De repente empezamos a defender todos como posesos y atacábamos con una velocidad que solo es posible con una conexión y un flow total del equipo”.
El flow, fluir con el cosmos, la conjetura budista de una conciencia universal compartida por seres y cosas inanimadas, incluyendo los seis waterpolistas de campo y el portero, provoca una convulsión de risa que brota como un aluvión sordo de la garganta cavernosa del nadador. “Lugarteniente–agua–pelota… ¡todo conectado…!”, dice. “Marc no falla en esos pases. Vi la pelota una fracción de segundo antes de que llegase. Fue intuición y conexión sin mirarnos”.
A sus 39 años, Perrone es algo parecido a una reliquia de la natación. Un jugador total y un prócer reconocido por la organización, los rivales y los compañeros. En Doha, el año pasado, disputó su Mundial número 12 y batió el récord absoluto de participaciones, por delante de la nadadora chilena Kristel Köbrich. En Singapur suma su 13º campeonato y ha decidido que sea el último. Hoy, cuando España enfrente a Grecia en semifinales (11:35, Teledeporte), el brasileño de Río procurará estirar su serie infinita hasta un partido más: la final del jueves.
“Tengo un sentimiento más fuerte que en los 12 Mundiales anteriores”, dice. “Lo estoy viviendo con una intensidad brutal, pero a la vez intentando no pensar mucho porque me emocionaría demasiado”. Los sentimientos se acumulan en cada momento de la convivencia con sus camaradas, a los que siempre definió como una “familia”. Su compañero de habitación, su amigo Álvaro Granados, es testigo de una era que se cierra. Una serie que comenzó en el Mundial de 2001, en Fukuoka, cuando Granados tenía un año.
“No había Internet”
“Mi primer partido fue un Italia-Brasil”, recuerda Perrone. “Perdimos 6-1. Yo hice el único gol de Brasil. Tenía ganas de probarme. De saber cuál era mi nivel. Salí de la piscina superorgulloso. Hacía un calor tremendo. La piscina de Fukuoka se había construido sobre unas pistas de tenis”.
“Me acuerdo del gran respeto, de la gran incertidumbre que tenía por lo desconocido”, dice. “No teníamos acceso a nada. No había Internet ni redes sociales. Yo en el 2001 tenía 15 años. No sabíamos cómo eran los serbios realmente. Pasábamos por al lado para saber cómo éramos nosotros de bajos respecto a ellos. Nos llegaba muy poquito por televisión. Llegas a Japón, un país totalmente desconocido, y te plantas a jugar con las estrellas mundiales de la época”.
Como si fuera budista, o el mismo Buda, el hombre practica el desprendimiento. Es pura atención. Vive en el instante presente. Ni contabiliza sus estadísticas, ni mitifica la historia, su historia. “No cuento los partidos ni guardo las medallas”, dice. “Tengo unas medallas guardadas por ahí, por mi hijo, que le hacen ilusión. Pero no tengo esa costumbre. Algunos hacen archivos. Es bonito y lo respeto. Pero yo siempre he tenido por delante un reto muy grande, una cosa nueva. Lo llevo dentro. Sea bueno o malo, intento pasar página. Obviamente, siempre hay un aprendizaje, pero voy a por lo siguiente. Así es que no guardo absolutamente nada. Lo regalo todo. ¡Hasta mi ropa!”.
Perrone vive con tanta intensidad que incluso se duplicó: además de jugador, es dirigente. Como miembro de la comisión deportiva de la federación internacional, World Aquatics, ha promovido el cambio del reglamento del waterpolo para reducir la longitud del terreno de juego de 30 a 25 metros —igual que en la categoría femenina—, y reducir las posesiones de 30 a 25 segundos. Singapur inaugura el nuevo sistema. “Los partidos son más intensos”, comprueba. “La velocidad es mayor. No te puedes despistar ni un segundo. Me gusta porque además de acelerar el juego y hacerlo más divertido para quien lo mira, al reducir el tamaño de la piscina hace que el waterpolo sea más fácil de practicar al alto nivel para todo el mundo. Ayuda a que el deporte se extienda”.
Felipe Perrone, Felipao, se agarra con fuerza al agua, a cada segundo de Mundial, como si fuera el último.
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