El cumpleaños de Lamine Yamal
La precocidad de Yamal lo enfrenta ya, a estas horas, a un juicio famoso que suelen protagonizar los muertos, no los adolescentes: el que pretende separar artista y obra


La precocidad de Lamine Yamal lo enfrenta ya, a estas horas, a un juicio famoso que suelen protagonizar los muertos, no los adolescentes: el juicio que pretende separar artista y obra. Ocurre que aún se empieza a vislumbrar la impresionante obra, pero del impresionante artista adolescente apenas se sabe que es futbolista joven, muy famoso, multimillonario y le gusta la música urbana: o sea, podemos imaginar el resto. Si todos somos hijo de nuestra época, pocos representantes de la suya como Yamal a la hora de absorber referentes y proyectar referencias.
Su fiesta de mayoría de edad, la temática de esa fiesta más bien, cumple casi escrupulosamente con los códigos de buena parte de esa escena musical (gangsteril, dinero) y rescata del viejo mundo la cutrez de los enanos y las ‘chicas de imagen’ que ya Ronaldo Nazario desplazó en autobuses a aquella fiesta suya de cumpleaños (buena razón para escuchar el clásico El cumpleaños de Ronaldo, de La Costa Brava, basada en el disgusto que se llevó la supuesta novia del 9 cuando llegó y vio aquel despliegue, suponemos que le pareció impropio de una estrella del fútbol, tan contenidas en general; así imagino a los soliviantados por Yamal, que lo pretendían en su millonario último verano de los 17 jugando en silencio al parchís con su padre, otro al que le pirran las tardes de hogar y juegos de mesa).
Los juicios que amenazan con separar artista y obra suelen ser de mucha expectación pero poco resultado, sobre todo en el fútbol. Puedes entender, a menudo muy esforzadamente, que alguien deje de ver cuadros, escuchar música o de leer libros de seres humanos repugnantes o nocivos, o tipos que simplemente han dicho que van a votar lo contrario que tú (es increíble la cantidad de cosas que se pueden inventar para no leer), pero nadie va a dejar de celebrar goles porque no le haya gustado la fiesta de cumpleaños de un jugador suyo.
El debate es interesante y se viene produciendo desde el fondo de los tiempos: ¿hasta qué punto tiene que ser tu ídolo un ejemplo? Hay una frase muy bella al respecto sobre Maradona: “No nos importa lo que hiciste con tu vida, nos importa lo que hiciste con la nuestra”. Bella y un poco tramposa. Los ídolos tienen derecho a vivir su intimidad como les da la gana, pero es estúpido creer que lo que se conoce de su vida privada no afecta o no influye en chicos que están creciendo con ese ídolo como referencia. La responsabilidad de la estrella no es vivir como se lo dictan las morales más rectas, sino asumir que todo lo que hace —hasta lo más banal, hasta lo más ridículo— será observado con lupa por millones. No está obligado a ser ejemplo, pero sí a entender que lo es, y por tanto medir la exhibición de su intimidad o vigilar sus filtraciones.
Quizás lo más sorprendente de todo este episodio no es la famosa fiesta, ni las críticas que ha provocado, sino la velocidad con la que un adolescente ha sido llevado vertiginosamente al centro de una discusión que suele reservarse para mitos consumados o cadáveres ilustres. Yamal no ha escrito su historia, apenas ha empezado a dibujar los primeros trazos de lo que puede llegar a ser, y ya se le exige que encarne un ideal, o que al menos se parezca al que cada uno querría tener en casa.
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